Eventos: Todos pasan, nadie se queda.

Una crónica diferente de la Expo.

Escrito por: Luis J. García Bandrés. Escritor y pintor.

Niño baños expo

Hace días que terminó ExpoAgua. Zaragoza ha estado encantada de reconocerse a sí misma. La muestra fue una bella Torre de Babel donde las más diversas lecturas eran posibles y donde convivían culturas e intereses. Con vida, viva, muy viva. Un encuentro.

No te voy a contar nada que no hayas visto, especialmente gracias al trabajo de la televisión autonómica y también, de las locales. Inexplicablemente, Madrid se olvidó, dió la espalda en momentos muy singulares e irrepetibles, por ejemplo, la ceremonia de clausura.

Lo que te voy a contar, a dónde te voy a llevar, es a un sitio donde los que allí acudían, era de paso, por necesidad, con prisa. Fue algo que vi y que se me ocurrió fotografiar. Era un motivo más que estaba allí delante de mis ojos y que en algunos de sus aspectos, reflejan un acontecimiento -el de la Expo- con afluencia, donde todos iban con ropa y calzado deportivos. Nada de etiquetas ni de corbatas. No. Aunque mi cámara no las hubiera podido captar, lo que se ve no encaja con personas trajeadas, de convite, ni de fiestorro. Sí que buscaban un  determinado “pabellón”, también con urgencia.

A la búsqueda de un lugar tranquilo.
En las avenidas, en los paseos, por las escaleras, mecánicas o no, gentes que iban y venían. Filas y filas delante de muchos pabellones. ¿Dónde va Vicente…? De verdad, aquello era agotador. La energía gastada por los más de seis millones de visitantes, sería capaz de iluminar el sol, que tampoco quiso perderse la expo. El calor más el agobio de tanta gente, encontrar un oasis dentro de la Expo multitudinaria, no fue asunto fácil. Pero, ¡lo encontré! De la mano de mis necesidades, -como las de cualquiera- llegué hasta ese lugar de privilegio, fresco, sentado, sin nadie al lado que molestara ni que te observara, con cierta animación, hasta un cigarrillo -como en el colegio-, era posible. ¡Y tenía que ver con el agua!

La verdad, las panorámicas, delante de mis ojos, no eran muy buenas. Una tabla de madera, pintada de naranja. Los laterales, de amarillo, aunque después de acumular tantas imágenes, de tanta gente, tantos pabellones… por unos momentos los ojos necesitaban también dejar de ver, mirar, almacenar y escrudiñar. Me sentía víctima del síndrome japonés: viajar, rápido; ver todo; fotografiar todo… Había que parar el tiempo en un espacio aparte.

Y, sí, sentado en el water de unos de los escasos lavabos de la Expo, casualmente, vi la oportunidad y coloqué la cámara en el suelo. Fui captando lo que por delante de mí procesionaba y se dejaba ver por el final de esa madera naranja que era la puerta. De frente, por los laterales. Gente joven y menos. Más limpios los jóvenes que los no tan jóvenes, quienes, después del alivio,  pasaban de largo por delante de los lavabos… Los había que entraban con prisas. Apenas el objetivo captaba un pie. Salían más tranquilos, más satisfechos, como marcando el paso. Hubo momentos de afluencia. No es el resultado de un solo día en ese singular puesto de observación. Descubierto el lugar de paz, seguí coleccionando los pies de gentes con ganas de mear. Por unas fotos, la intimidad miraba al mundo.

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