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Penitencia: Novela “La última mentira” (cap. 2º)

Posted By Daroca (Zaragoza) On 19/10/2009 @ 23:21 In Aragón,El sueño de | No Comments

Escrito por: Donegan Rice

Capítulo 2º: “El sueño”.

<<En el campo había un niño, apenas tenía cinco años. También un caballo con el pelaje más negro que jamás retuvo mi retina. Galopaba sereno y a la vez majestuoso. Una mujer extendía sus brazos con insistencia pretendiendo acercarse, intuyendo el inminente peligro. El pequeño avanzaba torpemente cerca del abismo, repiqueteaban campanas y algunos perros ladraban enloquecidos. Un hombre de aspecto famélico y vestido de negro se levantó del viejo pórtico y a la vez, docenas de aves emprendieron el revoloteo asustadas por la siniestra presencia. La mirada del invitado permanecía fuera de sí, escupió varias veces en la hierba en un claro gesto de saber lo que estaba a punto de ocurrir, luego se dirigió a la cresta del abismo, miró al vacío y se lanzó. La mujer comenzó a gritar, luego lloraba y gritaba al mismo tiempo. El orgulloso azabache reconoció la llamada de auxilio de su dueña acelerando el galope, no llegó a tiempo y ante el apeno de su madre, el niño cayó al abismo. El hombre de negro esperaba para recogerlo, no atendió al llanto, ni a las súplicas, ni a los chillidos desgarradores de la mujer. Antes de desaparecer, dejó hundida una mirada tan fría como la muerte>>.

pesadilla

La pesadilla la viví en los días previos a mi detención. ¿Existía o encerraba algún tipo de mensaje que, en parte, se me quería revelar?

Desde que Sacha llegó al mundo tuve la sospecha de que algo grave le pasaría en el momento que me descuidara. Quizás por eso, puse todo de mi parte para que nada le ocurriese, incluso, decidimos situar la cuna en el lado donde me tocaba descansar. Sufría cuando no lo sentía a mi costado, sufría cuando Belén no atinaba a calmar el llanto y sufría en la medida que iba creciendo junto a los continuos desencuentros con su hermana.

El día que Kerry decidió realizar su primera incursión en la cocina fue especialmente accidentado. Sacha cumplía tres años, lo recuerdo como si pasara en estos momentos. Recogí al pequeño de la guardería mientras la nueva cocinera nos organizaba lo que se suponía iba a ser una sorpresa. La tortilla española “versión Kerry” se convertía en el peor desencuentro de huevos, patatas, aceite, ajos, cebolla, y perejil. ¡Dios santo! Ver la cocina en el estado que estaba quedando inducía a llamar cuanto antes al teléfono de la esperanza. Kerry se movía de un lado a otro gesticulando y balbuceando en ruso y checheno. Su cabello guardaba más yema de huevo que la sartén, se había quemado los dedos y la ropa era un claro ejemplo de que el arte puede vivir en continuo movimiento.

- No estaréis esperando por la tortilla, aún no se ha hecho.
- Ya veo.
- Papi. Kery totilla.
- Si, hijo. Kerry nos está haciendo una estupenda tortilla y la comeremos muy prontito.
- Guta, papi, guta.
- No os hagáis muchas ilusiones. El gas se ha ido y he tenido que ingeniármelas en esta inservible cocinilla. Estoy llena de huevo por todas partes y mira, mis dedos quemados como la tea.
- Papi, Kery quema, poresita.
- Si, hijo. En fin, si necesitas ayuda estamos en la habitación. Voy a buscarle ropa limpia para darle una ducha.
- Iros, iros. Será la única forma de acabar esta jodida tortilla.

El pistoletazo de salida a la aventura culinaria había comenzado a las doce de la mañana. Eran las cuatro de la tarde y seguíamos con la boca en paro y en espera de que Kerry saliera del baño, donde entró para asearse acompañada de un ataque de nervios. Hasta aquí, todo se desarrollaba de forma casi aguantable, pero en un torpe descuido, Sacha se infiltró en la cocina y probó la famosa tortilla sin que yo percibiera tal descuido. No olvidaré el rostro que le sobrevino a Kerry cuando apartó la tapadera y vio el trozo que faltaba.

- ¡Maldita sea! ¿Quién se ha comido el pedazo de tortilla que falta aquí?
- Un marciano -fue lo que se me ocurrió para quitar hierro-.
- Sí, papi. Un masiano glande y feo.
- Encima cachondeito. Ya sabes que no soporto que me toquen la comida sin que estemos en la mesa.
- Mujer, que no estás todos los días entre fuegos.
- ¿Qué has querido decir con esa majadería?
- Perdóname. Ha sido una tontería, tienes razón.
- Sois unos desagradecidos, no os merecéis el sacrificio que he tenido que hacer. Me dan ganas de zamparla a la basura. -se levanta con cara de circunstancias, ni Sacha ni yo sabemos dónde habrá ido-
- Papi. Kery trite…
- No, no. Kerry está un poquito… loca. -en voz baja-
- Sí, papi. Kery loca.
- Te he oído ¡Loca yo, loco tú y tú padre!
- De acuerdo; todos nos hemos vueltos locos y ahora, ¿podemos almorzar en paz?
- Sí, papi.
- Me vais a matar a disgustos. Juro que me vais a matar.
- Papi. Kery mata.
- Sacha. Nada de muertes.
- Kery, papi. -señalándola-
- Haz callar a ese niño antes de…
- Ven aquí tonta. El pequeño y yo te agradecemos el esfuerzo que has hecho, ¿verdad Sacha?
- Sí papi.
- Me encuentro muy nerviosa. Roberto, no vuelvas a meter la mano en la comida, al menos hasta que yo lo diga porque lo que tenga hecho te juro por mi vida que irá de cabeza a la basura.
- A sus órdenes mi teniente.
- Sí, papi. A su ólene.
- ¡Uffff! Calla a ese pequeño loro.

Kerry acaudalaba dos vidas y una esencia viviente que solo le pertenecía a ella. La visible, era popular entre todas sus amistades, sin embargo, entraba en continua contradicción. Y por esa extraña conjunción de circunstancias se ganó, de los más cercanos, ser machaconamente juzgada. La invisible yacía en un sub-mundo de sigilo; transcurría bajo el lúgubre secreto de las vivencias más íntimas. Si exceptuamos a Roberto, ni una sola alma viviente arrancó de su boca un testimonio de éste. A veces, su mundo giraba con la presencia de éste. Conectado a él todo le apasionaba, confundía, conmovía, enternecía y predisponía para la eterna contemplación. En realidad, le bastaba la mitad de un minuto y allá donde estuviera desaparecía de la vista de todos. Era como si, de pronto, dejara posado a un pobre envoltorio llamado cuerpo largándose con la parte más importante, su alma.

paso a la adolescencia

Entre Roberto y Kerry existía un código al que nadie podía acceder. Se miraban, se observaban, desde la distancia se volvían a mirar dejando en el aire un halo de reserva y misterio. Kerry aprendió una nueva forma de decir lo que sentía. A pesar de su corta edad, comenzó a interesarse por la poesía y esto le ayudó a profundizar en su interior.

Debido a las circunstancias profesionales de la pareja, Kerry pasaba grandes períodos en casa de la abuela y entonces aparecía un nuevo fenómeno. El alejamiento más frío había dado comienzo, era como si ésta se fuera a vivir al lugar más alejado del mundo, apenas se recibían llamadas. Ninguno de los dos abría la boca para nombrarse y no sería porque sus nombres no aparecieran a lo largo de cualquier comentario. El mutismo invadía el hogar de Roberto cuando surgía tal o cual reflexión sobre Kerry. Belén, sabedora de la situación, comenzaba a sentirse de nuevo más cerca de su pareja. Sin lugar a las dudas, la presencia de su hija hacía de su situación emocional un campo de minas.

Cuando Eliana puntualizaba alguna cuestión sobre Roberto, Kerry callaba. Esa actitud creaba más morbo a la historia y se engrandecía la sospecha comentada con su amiga Saray.

Los meses posteriores al curso escolar eran aprovechados por Kerry para visitar su entorno, un entorno más joven y menos forzado. En él se la podía ver totalmente desinhibida, con un lenguaje más mordaz y rebelde, desaparecía la joven interesada por todo lo aprendido. Se pasaba las horas de un lado a otro añadiendo con sus acciones más mala fama a su ya deteriorada imagen. Los rumores acerca de las amistades de Kerry llegaban a oídos de Belén, pero qué podía hacer. Por un lado, se le amontonaba el trabajo dejándole poco tiempo para evaluar tal o cual comportamiento, por el otro, el resto de la familia, y de manera especial la abuela, sentía una especial debilidad por su nieta. Parecía que estaba dispuesta a decir: <<amén>> a todo lo que Kerry le proponía. 

La Hiedra es un pequeño barrio situado en la zona alta de la ciudad. En él fabricaron una urbanización con más de una veintena de bloques, separados entre ellos por zonas que, en otro tiempo, se las podía contemplar cuidadosamente ajardinadas. Una destrozada cancha de baloncesto, varios parques que sirven de guarida a los vendedores de drogas y la iglesia, que minimiza la tensión vivida cada día, forman el entramado donde habitan más de un millar de familias. En el piso trece del bloque uno tiene la vivienda Rosita, ésta daba cobijo a un hijo mayor de edad con serios problemas emocionales y a Eliana, la menor de las hijas. Francisco, marido de Rosita es un hombre peculiar. Al despertar el alba sale de casa con rumbo a su preciada chavola, en ella se pasa la mayor parte del día limpiando y secando calamares para luego venderlos en todas las fiestas. Ciertamente, confeccionan un clan singular, mientras Antonio, el varón de los hermanos permanece la mañana y parte de la tarde tumbado, Eliana se preocupa en recoger y ordenar, luego se recuesta y espera a que su hermano se levante y desordene lo ordenado. Los gritos y discusiones marcan el compás durante todo el día en la vivienda. En esas condiciones vivía Kerry la temporada de verano. Para Rosita, su ojito derecho era la niña de los ojos de mora, así la llamaba. La nieta hacía con la anciana lo que le venía en gana, significa esto, que, para lograr cualquier capricho, Kerry atendía a su faceta de adicta al drama.

A la vuelta del verano, Roberto y Kerry se habían convertido como por arte de hechizo en perfectos desconocidos. Durante el viaje de regreso ninguno de los dos intercambiaba palabra, escuchaban música y alguna mirada fugaz que se perdía tras el paisaje. La rígida situación hacía de Belén y Sacha meros espectadores. La adaptación nunca llegó, demasiados espacios abiertos para una joven vida. Kerry había nacido el once de diciembre de 1987, por aquél entonces, apenas había cumplido los trece años. Hermosa y rebelde. Cuando apareció en la vida de Roberto era una pequeña revoltosa, ocasionaba mil y un problemas a Belén con su acentuado descaro a la hora de discutir. Las quejas le surgían de todos los frentes.

- Mi hija Kerry me tiene harta. Al final acabaré internándola.
- Cálmate. ¿Qué ha sucedido ésta vez?
- La tutora ha llamado al trabajo.
- Dios santo.
- ¡Sólo eso se te ocurre decir! Kerry no le hace caso a nadie, llega un día sí y otro también tarde al instituto. Los profesores empiezan a creer que algo le está sucediendo. Tú la has visto, por no aprobar no aprobaría ni el recreo, si éste fuera una asignatura. Y lo peor es que se pasa el tiempo de estudio mofándose de los otros compañeros, cuando no le da por ir sacándoles los defectos: “Mirad cómo huele el tío éste; aquél suda que parece un cerdo”. Así lo hace. Me lo ha dicho la responsable. Quiere ser el centro de atención. ¿Pero es que no ves cómo se viste? Va enseñándolo todo. Para colmo se ha unido a una pandilla que el líder es una gentuza al que han expulsado del instituto en dos ocasiones. La internaré, juro por Dios que lo haré. A mí esta desgraciada no me vuelve a sacar los colores.
- Hablaré con ella.
- Hablaré con ella… Tú siempre estás hablando con ella y qué has conseguido, ¿me lo quieres decir? Todo el mundo se da cuenta de que te trata como a su marioneta, eso es evidente, lo ven mis compañeras, hasta tu familia me lo dice. Ha perdido el respeto a los que vivimos con ella. ¿No has reparado que desde que abre la boca consigue cuanto quiere? Mira en su armario ¿Te parece que pertenece a una niña de su edad? Puede cambiarse de vestido cinco veces al día sin utilizar el mismo. Abre los ojos porque caminas muy desorientado.
- ¿Acaso pretendes decirme algo? ¿Qué has querido decir con “caminas muy desorientado”?
- Estoy cansada de las actitudes de ambos.

orfanato

Tengo que confesar una cosa: Mi vida fue difícil; más bien, de qué demonios me sirvió la infancia si no la tuve. Me obligaron a permanecer en un orfanato cuando tenía a mi madre, ella se equivocó y yo lo pagué. De nada sirvieron los castigos que durante siete años me infligieron un grupo de religiosas. La severa disciplina hizo si cabe más huérfano al niño que contemplaba el cielo en busca de un milagro. Quise ser mayor para olvidar la continua brusquedad con la que éramos tratados un puñado de niños desamparados. Amé de forma acelerara la grandeza de la libertad y cómo no, la grandeza que proporciona la independencia. Tía Antonia le decía a mamá repetitivamente: Roberto ha adquirido un talento especial y una norma: se le da muy mal decir no. Ya sé que es un niño casero y que en ocasiones le veo reír, pero tiene que aprender a decir: <<no>>  Por ese camino, la vida le acarreará muy malas consecuencias.

Si me vieran ahora exclamarían: ¡Lo sabía, es culpa de esa majadería que adquirió de las monjas! Con lo bien que le hubiera ido aprender la sencilla forma del <<no>>.

¿De qué vale ahora exponerme a un solo reproche?, lo hecho, hecho está ¿Acaso fue culpa mía haber conocido a Kerry? Sin duda, lo que sucedió en aquel extraordinario período se manifestó como una aventura tan fuerte que salpicó nuestras vidas de forma acelerada. En ocasiones era como vivir en medio del fuerte huracán y al mismo tiempo, sin darte cuenta respirar la suave fragancia que te acerca al paraíso. Unos dicen que yo planté la semilla y por tanto, lo que aconteció después se limita al castigo que merecía por la oscura e incomprensible convivencia. Mis hermanas -las tres- reprobaban la forma en la que Kerry era tratada; claro que en este calabozo es lastimero pensar en ella pero, cómo olvidar los momentos que nos regalamos. Los dos amábamos la naturaleza: Kerry gozaba describiendo los colores encendidos de los atardeceres y yo encontraba el punto de nostalgia necesario descubriéndola en litúrgico silencio. Nos manteníamos alejados del lado decadente que mostraba la vida; creí encender su corazón de cosas verdaderas sin que apenas lo advirtiera.

Más tarde pude evidenciar que todo lo que olía a desvalido le afectaba de forma solemne. La lindura de sus acciones era admirada por el resto de la gente que la trató. De acuerdo que siempre no fue así, pero en ese punto, es donde radica la nobleza del intento.

No sé la que se me viene encima, sigo esperando en esta mazmorra a que el juez balancee las otras declaraciones y también las pruebas médicas. Siempre las realizan cuando existe un posible caso de agresión sexual o violación. No me puedo imaginar a Kerry recibiendo la visita de un médico forense después de haber sido examinada por otros expertos, ¿qué habrá dicho? Que yo la agredía sexualmente, no, Kerry no puede decir tal barbaridad. Me niego a creerlo aunque esté expuesto en la denuncia, me niego.

Hace frío aquí dentro, echo de menos el calor de mi pequeño niño, nunca he estado tanto tiempo alejado de él. ¿Qué diablos me pasa? Significa acaso que comienzo un largo camino por el desierto. Pronto estos pensamientos se tornarán oscuros. La cárcel no entiende de poesía, ni de metáforas. Si me vieran tocando fondo comprobarían que no es una escena agradable, retirarían la puta denuncia porque entre otras razones, nunca hice daño a Kerry. Lo repetiré una y mil veces. Me dejé la piel, siempre lo hago con las personas a las que quiero. Ya sé, ya sé que estas palabras no debo pronunciarlas delante del juez instructor; ni todas las que encierren cierto morbo. Estos mandamases de la justicia son como el palo, tiesos y carentes de sentimientos. Salomón si que era un buen juez, escuchó y escuchó antes de dictar aquel universal veredicto.

La medianoche está cerca. Como siempre sucede en las detenciones, me han retenido todos los objetos y es que no puedo vivir sin mirar el reloj, es un hábito de la sociedad en la que vivimos; prisas y prisas para luego acabar encerrado o bajo tierra; menuda mierda de existencia. Por mis cuentas, al final serán quince horas de espera. Lo tengo decidido, la clemencia para otros, no pienso derrumbarme. Si no quieren creerme, que no lo hagan. Total, si me acojo a las palabras de ánimo que almacené tras la visita del abogado ya puedo empezar a tallar crucecitas en la pared y permanecer así hasta que el cabello se torne escarcha.

Posiblemente al lugar donde iba Roberto el viento arrastraría el duro recuerdo de su verdugo mientras los más hipócritas sellarían en su honor este epitafio: “Llevó la relación más allá del límite”.

adolescencia

La naturaleza hizo de Kerry una adolescente hermosa y deseada por los de su edad. Los casi trece años no estaban en consonancia con la figura que brindaba al salir de casa. De pronto se apartó de su mundo y comenzó a querer participar de forma acelerada del mundo de los mayores. Tiró todos los libros de aventuras que decoraban su habitación y se hizo con unas lecturas más complejas, comenzó a tener ideologías extrañas y difíciles  de entender por sus más allegados.

El piso donde vivía Belén acogía una extensa y laberíntica azotea, el lugar favorito de Kerry para la evasión. Si no se encontraba en ningún rincón de la vivienda la pareja daba por hecho que estaría con sus pensamientos en la zona más alta. Como la tarde que fue visitada por Roberto. La encontró deprimida, llorosa, incompresiblemente derrumbada, llevaba horas sin probar nada, ni siquiera lo que más le gustaba, el cafecito. Cuando le sucedían estos episodios, Belén, delegaba la responsabilidad de devolverla al mundo real a su compañero sentimental.

- ¿Puedo pasar?
- Claro tonto.
- Te he traído un espléndido café.
- No me apetece; tómatelo tú.
- Nada de eso, apenas si has movido el estómago.
- ¿Fumamos?
- Déjate de fumar y bébete el café.
- En serio. No puedo.
- De acuerdo… ¿Llevas mucho tiempo aquí?
- No lo sé, subí cuando llegué del instituto. No había nadie en casa, luego llegó mi madre, el resto lo tienes frente a ti.

Hubo una inesperada mudez, ambos permanecían contra uno de los pretiles de la azotea, mirando el cielo, luego el horizonte, luego a la nada más profunda. El momento no era bueno para ninguno de los dos, lo sabían y quizás por ello, Roberto lo deshizo.

- ¿Puedo saber dónde andas?
- Hace mucho tiempo que persigo un sueño.
- Eso no es pedir mucho.
- Sí, sí que lo es. Tú estás en él -con voz entrecortada-. Es como si permanecieras encumbrado en una gran atalaya. Lucho por subir y espero encontrar tu mano, presiento la enorme paz desde el lugar donde te asientas -el relato lo realiza lentamente y con la mirada cargada de tristeza-. Mi cuerpo es golpeado por espíritus malignos, oigo gritos y burlas y cientos de desfigurados rostros se interfieren en el recorrido -solloza y posa sus manos en la cara, una vez más el dolor traspasa la piel de Roberto sin que éste pueda hacer nada-. Hace frío, apenas me quedan fuerzas y es entonces cuando siento tu fuerte mano agarrando la mía, me remontas hasta ubicarme cerca de ti, era como había imaginado. La serenidad de aquel lugar, extrañamente rodeado de amapolas, como las que a ti te gustan, malvas y amarillas. Una luz especial hace que mutuamente nos vayamos acercando hasta sentirnos el mutuo respirar…
- No continúes.
- ¿Te da miedo conocer mis sueños?
- Duele conocer cada pensamiento que vive en esos sentimientos.

Un deje de melancolía impregnó el dulce rostro de Kerry antes de proseguir.

- Aclárame ésta duda: ¿Realmente me hubieras salvado de la maldición que me perseguía?
- Sí.
- ¿A pesar de que después te pudiera fallar?
- ¿Lo harías?
- Yo he preguntado primero.
- A pesar de todo te salvaría.
- ¡Dame un abrazo! Eres un anciano maravilloso.
- Eso no ha tenido ninguna gracia.
- Ven, abrázame…
- Te tomarás el café.
- Si me acompañas, me lo tomaré.

Hubo más de una tentativa por volver a retomar la conciencia del primer momento. Roberto no sólo no lo logró sino que evidenció que su destino progresaba a la velocidad del rayo hacia el precipicio. Las continuas idas y venidas de la casa no solventaron el fracaso como compañero sentimental de Belén. De pronto consideraba tener controladas las circunstancias con Kerry y se desplegaba un horizonte de esperanza, sin entrar en debates afectivos, corrigiéndola en las tareas educativas, aconsejándola sobre cómo llegar a entender a su madre, paliando la profunda desazón que le sobrevenía al estar alejada de su entorno, instruyéndola en la mejor forma de comportarse ante los demás. En cada una de estas tareas no existía un  sobreesfuerzo, más bien, surgía de pronto y en ocasiones como una necesidad. Eran los mejores momentos, los que ahora, en el calabozo recordaba.

Kerry y Roberto representaban a dos seres que en ocasiones, hacían lo inenarrable por marchar unidos bajo una misma visión. No era extraño verles reunidos -uno escudriñando la mochila hasta encontrar las hojas de los ejercicios y el otro haciendo un enorme esfuerzo por refrescar las enseñanzas del pasado-. Al consumarse el tiempo dedicado al trabajo intelectual,  prorrumpían en las más diversas travesuras como dos jóvenes. Sus voces risueñas repicaban notoriamente en el aire inmóvil que envolvía el hogar. Kerry, cuyo rostro adquiría expresión desafiante, se posaba observando a Roberto hasta proponerle otro de sus retos. Ambos correrían alrededor de la vivienda. Situaban obstáculos que luego deberían saltar y otros sortear, acercaban la  preciada alfombra de Belén, utilizada en los actos más simbólicos y guardada como un tesoro en uno de los cuartos del salón, alineaban cuatro o cinco sillas pertenecientes al  recién estrenado comedor y a la de… <tres>, salían lo más rápido posible. Después de dar varias vueltas sin tocar ninguna pieza, buscaban la llave del tesoro en la azotea.

Ya están en carrera, se gritan, se enfurecen, se lanzan improperios, se miran con descaro y de pronto, la prueba toma un negro cariz con el desplome de Kerry. Es honesta y terca, no acepta la ayuda de su contrincante, aún así, éste simula un fantasmal tropiezo con el sofá y de forma sorprendente cae de bruces.

La fortuna se alía con la joven que llega victoriosa a la azotea para recoger el premio. Una caja envuelta en un colorido papel de regalo, adjuntando una nota: <<Feliz cumpleaños, cielo.>> Ella llora de emoción, la jugada resulta evidente; Roberto se había apresurado para sustituir la simple llave que abría un imaginario tesoro por las zapatillas Nike que tanto le ilusionaban.

comenzando a vivir

Aquel hombre se recreaba en una adolescente que se hacía mayor sin darse apenas cuenta. La advertía, con espontáneo deleite, allá donde se encontrara -entrando y saliendo de casa con sabia alegría-. Eligiendo el vestido adecuado siempre acorde con el color castaño claro de la larga melena, recorriendo junto a ella los lugares nunca visitados, reflexionando lo irreflexionado. Sin entender bien la razón, para Roberto, aquel ser ocupó, sin que lo pudiera evitar, el asiento de cada una de sus desdichas y alegrías. Claramente, comprendió que en todo el mundo no existía una persona que reuniera más divergencias que ella y eso le hechizaba.

Kerry empujó con fuerza la puerta de la habitación, se aproximó al espejo, puso en orden su cabello y, con todo el poder de convencimiento, se fue en busca de Roberto. Se acomoda y comienza a incordiarlo hasta entorpecer el trabajo que realiza, tecleando una y otra vez sobre el teclado, él tratando de no prestarle atención, a duras penas, sigue cuadrando las cuentas. Llegado el momento, le lanza una mirada poco afable, sabiendo que la incómoda invitada no le haría el menor caso y le da un pequeño empujón hasta desplazarla del lugar donde se posaba. Kerry lejos de amilanarse deja escapar un grito de entusiasmo y otro de desafío, mueve con insinuación sus rojos y carnosos labios para volver a la carga. En el mundo distante en el que se movía Roberto, las ráfagas de locura que le venían del lado más femenino eran capaces de perpetrar y hacer milagros.

- Bien, tú ganas. ¿Qué quieres?
- Necesito contarte un secreto -palidecía su rostro y aquellos ojos verdes, temerosos y a la vez juguetones buscan complicidad-.

Se queda en silencio, intuyendo que en el instante presente, el estadillo de final de mes no lo acabaría y eso le acarrearía un nuevo problema con su jefe.

- ¿Por casualidad sabes qué estoy tratando de acabar?
- Dímelo tú. -acariciándole la espalda-
- No, no lo sabes. ¿Y sabes qué es lo más que me molesta?
- Dímelo tú -su cabeza en el hombro de Roberto-.
- Trato de entregar las cuentas de los locales, ya te he contado que ese desgraciado tiene mi paciencia contra las cuerdas y que ya no puedo más…
- Pero si sólo es desvelarte un secreto y desaparecer como una abeja.
- ¿Cuando comenzarás a comportarte como… como una adulta?
- ¿Estás loco? Soy una niña, ¿recuerdas?
- Larga el secreto y difumínate para el resto de los días.
- Ya se te notan los cuarenta.
- Los cuarenta son como los nuevos treinta.
- No como tú lo llevas.
- De acuerdo; tienes tres segundos para decirme eso que tanto te perturba: uno, dos…
- Lucho conmigo misma para no cometer una locura.
- ¿Qué quieres decir? – Roberto de espaldas al ordenador-.
- Llevo semanas tomando muchas píldoras, píldoras por la mañana, tarde y noche. Unas las pido a los compañeros de clase, otras las pillo de donde mi madre las guarda. No logro descansar ¡Sufro agónicas pesadillas! Creo que estoy perdiendo la razón. Te lo suplico, quédate ésta noche conmigo.
- Eso es lo de menos, dime, qué significa que tomas píldoras. ¿Ha sucedido algo? Cuéntame, no quiero pensar en una desgracia.
- No sé cómo decírtelo sin que te dañe -encendida de la emoción-.
- ¡Maldita sea! ¡Habla de una vez!

Una leve pausa le sirve a Kerry para posar sus manos en las de Roberto antes de largar la llamada de auxilio.

- Quiero que me enseñes a conducir. Necesito experimentar lo que es tener un volante en las manos, buscar el equilibrio entre embrague, acelerador y frenos, ¿lo harás? Dime que lo harás.
- ¡Dios santo, estás completamente loca!
- Bueno, entonces me enseñarás a conducir. Siempre me ha cautivado tu forma de llevar el volante.
- Kerry, no sé si sabrás que tienes doce años.
- Casi trece.
- No te logro entender. ¿Quieres matarme de un susto? Escuchándote creía estar delante de una tragedia griega. No, no te voy a enseñar a conducir, al menos, de momento. Tampoco creo que seas capaz de haber tomado esas píldoras ¡ah! Otra cosa: esta noche dormirás como siempre.
- ¡Ven aquí! – atrapó la mano de Roberto y trotando lo llevó hasta su mesa de noche, abrió con infinito nerviosismo uno de los cajones y después de apartar todo lo que salía a su encuentro dejó visible más de una docena de diferentes píldoras -. ¿Me crees ahora?
- Apártate de mí, estás enferma.

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