Tributo a una abuela

Escrito por: Juan C. Domínguez

 
Tenía yo doce años, es decir hace tantos que mis hijos ya se ríen de mí al respecto, cuando escuché en casa de mis abuelos una conversación surrealista: Mi abuela Pepa había ido con su íntimo amigo, Néstor Álamo y se habían comprado unas parcelas con vistas en San Lázaro. La reacción de mi abuelo, mi padre y mis tíos me dejó un tanto perplejo, pues le dijeron que si estaba loca, que si tal, que si cual… y yo, ajeno a la conversación, que oía de pasada, no entendía demasiado la oposición familiar, puesto que lo que sí sabía era que mi abuela tenía un gran olfato para los negocios. Al final me enteré de que la parcela era en el cementerio, y entonces comprendí el “recochineo” de uno de mis tíos acerca de las “vistas”.

Tributo

Claro… a mí, a aquella edad, también me pareció hasta macabro que alguien se vaya al cementerio a comprarse una parcelita. Lo que nunca imaginé entonces fue que mis hermanos y yo íbamos a terminar frecuentándolo y que el primer habitante de la parcela sería mi hermano Jorge, que murió al poco tiempo de tenerla. Posteriormente le tocó el turno a nuestra madre y unos años más tarde llegó nuestro abuelo Juan, el marido de la abuela Pepa.

Cada visita al terrenito, que algunas veces me ha servido como lugar de reflexión a la sombra de un árbol y en medio de la calma y el sosiego que dan los cementerios, he pensado que mi abuela tuvo una idea genial. No es lo mismo poderte sentar en un banco y disfrutar de la paz de un lugar que es tuyo, que tener que estar de pie frente a una construcción donde se amontonan los nichos. Sobre todo cuando se trata de rendir un pequeño homenaje a tus difuntos.

Desde mis primeras visitas, he pasado frente a la lápida de Néstor Álamo, el amigo de mi abuela, vecino de parcela. La primera vez que fui leí su epitafio escrito en la piedra y vi las flores que la adornaban en mudo homenaje a su muerte. Nada sorprendente si no fuera porque él estaba vivo todavía cuando se iba a rezar a su propia tumba por su eterno descanso.

Néstor Álamo fue el compositor, entre muchas, de una de las canciones de culto de las Islas Canaria, canción que ha dado la vuelta al mundo cantada, entre otros, por el gran tenor Alfredo Kraus, “Sombra del Nublo”. Lo que poca gente sabe es que cuando terminó de escribirla fue corriendo a casa de mis abuelos y excitado les cantó por primera vez el “Sombra del Nublo” para que la oyera su amiga Pepita Arias.

Ayer murió mi abuela Pepa, murió exactamente igual que como había vivido, ilusionada por volver a andar -estaba ejercitándose todos los días en el gimnasio-, organizándole la vida a las monjitas -el día anterior había estado ayudando a cuadrarles las cuentas-, coqueta y creyente -la muerte la sorprendió mientras se empolvaba y acicalaba para ir a misa-.

camino cementerioHe escrito cosas sobre ella en este último mes. Quizás, inconscientemente, sabía que vivía sus últimos días sobre la tierra. Ya lo he dicho, mi abuela era una mujer muy especial, excepcional en todos los sentidos. Pero sobre todo lo que ella fue y con toda la pasión que puso en su vida, (que fue mucha), me quedo con un rasgo que es el que creo que le dio esa buena muerte: fue una mujer que supo dar “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

Su fe inquebrantable tanto en Dios cómo en sí misma la llevaron a tener una tranquilidad de conciencia tal, que se ganó el derecho a tener la más dulce de las muertes. Pues logró un perfecto equilibrio entre su sentido lúdico por los placeres mundanos y su espíritu de sacrificio y entrega a los demás. Sacrificio que hacía con la misma alegría con la que asumía el papel protagonista de todas las fiestas a las que asistía.

Hoy la enterramos, junto a su marido Juan Domínguez Guedes, el amor de su vida y teniendo de vecino en el terrenito a Néstor Álamo, que seguramente la esperaba con impaciencia para cantarle todas sus nuevas canciones.

Abuela… descansa en paz, no alborotes demasiado y recuerda que San Pedro lleva casi dos mil años haciendo lo mismo, no le hace falta que le reorganices el cielo.

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