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Mi encuentro con los reclusos de la cárcel de Daroca, una experiencia inolvidable

Posted By José Mª Andrés Sierra On 05/07/2010 @ 22:18 In Apuntes,Artes y letras | 6 Comments

Escrito por: José Mª Andrés Sierra. Profesor y escritor.

El pasado 28 de abril (ya hace unos días, lo sé, pero “entre unas cosas y otras” ni he tenido tiempo ni “cabeza” para escribir) pasé la mañana con diez reclusos de la cárcel de Daroca en el Centro Penitenciario de esa localidad. ¿El motivo? Un encuentro literario. Explicaré todo desde el principio.

Uno de los primeros días de marzo recibí una llamada de Francisco Javier Aguirre en la que me comentó que la Asociación Aragonesa de Escritores, a la que ambos pertenecemos, en colaboración con otras instituciones aragonesas, quería realizar una campaña de animación a la lectura destinada a los reclusos de los centros penitenciarios de Aragón y que habían decidido iniciar dicha campaña en la cárcel de Daroca con la lectura de mi novela “Los Sitios. Luto de siete capas”.

Aquella conversación, aquella comunicación supuso para mí, sorpresa, alegría y, como no, un inmenso honor. La única condición que me puso Javier Aguirre fue que debería pasar una mañana con los reclusos del Centro Penitenciario de Daroca para charlar con ellos y que pudieran hacerme preguntas sobre mi novela.

Acepté encantado. Repito que fue y sigue siendo para mí un honor que fuera elegida una obra mía para una campaña, puede que aparentemente intrascendente, pero en realidad de una gran importancia (lo creo sin la menor duda) ya que supone cumplir con una obligación, no sólo moral, de ofrecer posibilidades de ocio y de formación personal a un colectivo de personas generalmente olvidado en la mayoría de los casos, cuando no, denostado. Recuerdo que cuando Javier Aguirre me comentó la necesidad de tener que pasar una mañana con los reclusos dentro del propio centro penitenciario, por supuesto, me dijo bromeando no te preocupes que no te pasará lo que sucede en la película “Celda 211″. Me eché a reir. “No lo dudo“, le contesté, “cuesta creer que pueda suceder algo similar“. Cuando vi la película me impresionó, pero luego, analizándola despacio, vi que “hacía aguas” por muchas vías. Pero no es mi intención analizar esa película.

No te preocupes que no te pasará                                                              lo que sucede en la película “Celda 211″

Días más tarde me llamó otro Javier, éste funcionario de la cárcel de Daroca y responsable de las actividades culturales del centro, para quedar y pedirme algunos datos personales míos indispensables para tramitar el permiso que debía dar Instituciones Penitenciarias para que yo pudiera entrar en el centro Penitenciario de Daroca. Me comunicó, así mismo, que el día fijado iríamos en su coche, tanto Javier Aguirre como yo a Daroca y volveríamos a final de mañana igualmente en su vehículo.

Aproximadamente a las 9´30 de la mañana de ese 28 de abril estábamos en el control de la entrada del centro Penitenciario. Las medidas de seguridad son extremas. Si dijera que cuando pasamos el control y nos metimos “propiamente” en la cárcel me sentía como en un bar tomando una cervecita, mentiría, pero también es cierto que no sentía nada parecido al miedo o a una especie de “claustrofobia” como me dijo Javier Aguirre que había sentido alguna otra persona a la que había acompañado para realizar otra actividad. Sí que es cierto que, como sucede en las películas, cuando llegamos a la primera puerta y ésta se abrió deslizándose hacia la derecha y la cruzamos, no pude evitar volver la vista hacia atrás cuando unos metros más adelante escuché el sonido metálico que hizo al cerrarse. Fue, creo, mi única muestra de “debilidad”.

 “Por favor, que me descuenten lo que vale                                                de mi peculio para poder quedármela”

Pocos minutos más tarde me esperaba la primera satisfacción, la primera demostración de gratitud, la primera propina emotiva que iba a recibir aquella mañana. LLegamos a la oficina en la que trabajaba Javier y me presentó a otro funcionario que trabajaba con él así como a un interno que colaboraba en la organización de la biblioteca y que se despidió enseguida. Debo adelantar que los reclusos que habían leído mi novela tenían cada uno de ellos un ejemplar en régimen de préstamo. Estando allí charlando animadamente, llegó una persona, que resultó ser uno de los reclusos que habían leído la novela y que se dirigió a Javier, el funcionario con el que había ido hasta Daroca, en los siguientes términos: Hola don Javier. Vengo a pedirle un favor y a decirle que me ha gustado muchísimo esta novela (vi en ese momento que llevaba mi libro en la mano) y que me gustaría tenerla. Por favor, que me descuenten lo que vale de mi peculio para poder quedármela.”

Se me puso la carne de gallina. Pensé decirle que estaba dispuesto a pagárselo yo, pero Javier fue mucho más rápido que yo. “No te preocupes José María (el recluso se llamaba como yo), puedes quedártelo y no hace falta que lo pagues, yo lo arreglaré todo”. “También me gustaría -dijo entonces mi tocayo preso- que si es posible, me la firmara al autor cuando venga.” Mi corazoncito no está acostumbrado a semejantes emociones. “Aquí tienes al autor”, dijo entonces sonriente Javier a José María dirigiéndose a mí. José María dirigió hacia mí su vista. Nuestras miradas se encontraron. Ahora es cuando me gustaría ser un buen escritor para saber expresar lo que sentí, aunque quizás sea mejor ni siquiera intentarlo pues son emociones que creo no deben compartirse pues se desvirtuarían.

Nos dimos la mano, me dijo ahora a mí que la novela le había entusiasmado, le agradecí, casi azarado, el cumplido y le firmé el ejemplar de mi novela que traía como un tesoro. Estaba yo tan impresionado, tan emocionado que no recuerdo ni lo que le puse ni que se despidió de mí. Volví a verlo, eso sí, pocos minutos más tarde, en el coloquio que tuvimos. Puedo asegurar que este pequeño incidente, posiblemente trivial para cualquiera, fue uno de los sucesos más emotivos que he disfrutado en mi vida. Tampoco quiero ocultar que, aún a riesgo de pecar de presuntuoso, me gusta recordarlo y contarlo a todo aquel que lo quiere oír.

Ha sido uno de los sucesos más emotivos                                                 que he disfrutado en mi vida

La reunión, charla, coloquio o como quiera llamársele al encuentro que tuve con los diez reclusos comenzó instantes después de aquel golpetazo emotivo. Contar todo lo que allí se dijo y pasó sería larguísimo. Simplemente quiero comentar dos o tres cosas. La primera que cuando pregunté a Javier cuanto duraría la actividad me dijo: “prepárate para estar con ellos una hora aproximadamente. No esperes muchas preguntas pues ellos están dentro pero su mente está en otro lado: el abogado, el juicio, la familia… ya puedes hacerte una idea”. No calculó bien Javier ya que nuestra charla duró bastante más de dos horas. Charlamos de mi libro, de la crisis, de la situación de alguno de sus paises de origen (había un francés, un italiano, un colombiano y un venezolano) y me hicieron preguntas de todo tipo. Uno de ellos, canario, me preguntó: “¿Cuál ha sido la mejor crítica que ha recibido de su novela y cuán ha sido la peor?”. Le contesté: “La mejor que ha habido varias personas que me han dicho que han llorado en algún momento leyendo mi novela y la peor, una persona que me dijo que no le había gustado el final de la historia. En cuanto a la mala creo que todo es opinable, faltaría más y una novela, la mía como cualquier otra no tiene por qué gustar a todo el mundo. En cuanto a lo primero, me siento muy orgulloso ya que si un escritor lo que pretende es emocionar a sus lectores, el hecho de que alguno llore quiere decir que la historia que ha inventado ha llegado hasta las fibras más sensibles de sus lectores“. Inmediatamente uno de los reclusos, venezolano, levantó la mano y me dijo: Yo también soy de los que ha llorado en varias ocasiones mientras leía su novela“. Y empezó a relatar escenas en las que había llorado con tanta pasión que casi me hizo llorar a mí.

Me costaba creer que aquellas personas pudieran                            haber hecho algo por lo que estaban privados de libertad

Fueron más de dos horas difíciles de olvidar. Al final se despidieron todos de mí uno por uno. Se me hizo un nudo en la garganta que no se me fue mientras duraron las despedidas. Todos me estrecharon la mano, alguno de ellos incluso abarcando con sus dos manos la mía mientras se deshacían en elogios de mi novela y me agradecían de una manera emocionada los buenos momentos que les había hecho pasar mientras leían mi novela y me agradecían igualmente el tiempo que les había dedicado aquella mañana. ¿Cómo expresar lo que se siente en esos momentos? ¿Alguien puede esperar algo más de algo que haya hecho, escribir un libro, por ejemplo? No hay dinero en el mundo, y lo digo muy en serio, que pueda comprar una experiencia como esa, unos instantes tan intensos como esos.
Al final, uno de los asistentes a la charla me hizo una entrevista para la revista que realizan en la prisión llamada “La oca loca” y mi hicieron la fotografía que aparece en este largo relato de mi experiencia en la cárcel de Daroca. El diploma que me dieron es, sin duda, el mejor diploma que he ganado en mi vida.

 
Los pensamientos que se cruzaron por mi mente esa mañana y muchos momentos después fueron, han sido, tan numerosos como variados, pero todos podrían resumirse en dos: el primero que me costaba creer que aquellas personas, tal y como hablaban, razonaban y se expresaban, pudieran haber hecho algo por lo que estaban privados de libertad (uno de ellos me confesó que tenía una condena de 13 años)y lo segundo, muy relacionado con lo primero, es que nadie está libre de cometer un error, una equivocación que pueda llevarle a una situación como la que estaban viviendo aquellas diez personas con las que compartí la mañana del 28 de abril.

Hace unos días recibí un correo de Javier, el funcionario de Daroca, en el que me trasladaba el agradecimiento y un fuerte abrazo de uno de los reclusos, de nombre Federico (por ejemplo) a la vez que me comunicaba que al día siguiente recobraba la libertad. A estas horas, pues, Federico, ha empezado a rehacer su vida. No podía acabar de mejor manera este relato. Le deseo lo mejor de lo mejor.


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