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Penitencia: novela “La última mentira” (cap.3º)

Posted By Daroca (Zaragoza) On 13/09/2010 @ 21:57 In Aragón,El sueño de | No Comments

Conociendo a Kerry

Escrito por: Donegan Rice

Las puertas del calabozo del juzgado se abrieron para dejar paso a un nuevo invitado. Roberto volvió a  preguntar cuándo lo subirían a declarar. La respuesta fue tajante, directa, fría como los detalles que rodean a toda detención: “No tengo ni idea”, dijo el policía. Respuesta que, por otro lado, cualquier falto de libertad conoce.

No tenía sueño, según sus cuentas, en las últimas doce horas tres las había dedicado al descanso, demasiado tiempo para quien estaba habituado a una vida llena de sobresaltos. Los rígidos horarios de trabajo, el trasnochar, consecuencia forjada por la complicada enfermedad del pequeño Sacha, le habían gestado un constante desvelo. Le aparecían dolores en el estómago y el pecho actuaba como una ventosa. Él lo explicaba así a su hermana Lorena: “Son como agujas punzando una y otra vez”.  Intentaba no hacer caso a su dolencia. Cuando comenzaba el martirio daba vueltas y respiraba hondo una y otra vez, se secaba el sudor frío de la frente y procuraba no obsesionarse.

Roberto observó al nuevo detenido, no se imaginaba porqué lo habrían traído hasta allí, tampoco le interesaba, miró cuidadosamente a su alrededor y eligió el final del banco para continuar con la reflexión. Escuchó improperios por la necesidad de ir al lavabo y rió con la entonación que éste había dado a la palabra mono en clara referencia al policía.

La intranquilidad le angustiaba cada vez más, seguía pensando que se trataba de una locura, de un tremendo error. Estaba en el momento de dudar si lo sacarían de allí para prestar declaración o le llevarían directamente a la cárcel. Después de tanto tiempo, de idas y vueltas, de continuos silencios, lo que rondaba por su cabeza no era del todo descabellado.

Los dos detenidos intercambiaron miradas e hicieron algunos gestos de impotencia con la cabeza. Roberto no sabía qué hacer y quedó paralizado como la noche en que Kerry le llamó “enfermo y miserable”.

Llevaba un rato sentada, pensativa, en el primer peldaño de la escalera de la casa. Hacía un fuerte y pegajoso calor a  pesar de ser noche cerrada; los vecinos de la zona llevaban cinco días soportando la aparición del polvo saharaui. Sin que Kerry lo notara comenzaron a aparecer oscuras nubes que avanzaban y esto hacía que, de cuando en cuando, llegara una brisa húmeda. Se puso en pie, abrió la puerta de salida a la calle, miró el cielo y observó la inminente llegada de la lluvia: “¡Dios santo! –exclamó-. Cuánto hace que no veo llover, cuando era más pequeña comenzaban durante los primeros días de abril y así hasta final de mayo; ahora apenas cae gota, es algo terrible”. Kerry esperaba la llegada de la lluvia tanto como la aparición de Roberto, en silencio se había compuesto, arreglado el cabello, perfumado, perfilado ojos y labios y elegido un airoso vestido azul floreado. Belén, como siempre sucedía, no daba crédito a tal despliegue de atenciones para un rutinario recibimiento. Al fin y al cabo, el que llegaba no era otro sino su compañero sentimental.

Se veía esclava de su presencia, absorta                                                  por adquirir todo aquello que deseaba

Kerry reflexionó sobre la situación que estaba lejos de ser la ideal. Aunque le hubieran brindado la posibilidad de recomenzar una convivencia normal, en aquellos momentos, no hubiera sabido qué hacer. Esperaba en silencio, con expresión seria, mordisqueándose los labios, fumando compulsivamente, ojeando con nerviosismo las agujas del reloj. Una vez más, Roberto la había dejado esperando. Constantemente, le hacía prometer que no llegaría tarde a recogerla y constantemente, la efímera promesa quedaba truncada por las responsabilidades que le generaba el trabajo, y esto era imposible de digerir por ella.

La joven apacible, bondadosa e intermitentemente comprensiva, de mirada profunda y tierna se había transformado al cabo de una hora de tensa espera en un ser herido que esperaba el dulce momento de la venganza. Lloró y las lágrimas arrastraban en su caída el mismo dolor que su dueña. Las sonrosadas mejillas, su boca, coqueta, completada bajo un pícaro lunar, toda ella se transformaba en verdugo esperando la aparición del condenado para ejecutar el merecido castigo: “Éste se piensa que soy una tontorra… mal, mal lo lleva conmigo”. Y encendía otro cigarro sabiéndose a salvo de Belén, una bocanada tras otra, su rostro no cesaba de trasuntar aire de desesperación. Atendía al infierno que ardía en el interior de su alma y a la vez ojeaba la situación estratégica del entorno, y con infinita rabia contaba los vehículos que transitaban cerca de ella: Noventa y tres”. A sí misma se veía esclava de su presencia, absorta por adquirir todo aquello que deseaba.

-         Kerry, Kerry. Responde niña. ¿¡Estás ahí!? Kerry, Kerry ¡Responde de una vez! –Belén  nerviosa-
-         Sí mamá, estoy aquí. ¿Dónde voy a estar…?
-         ¿Me quieres decir que Roberto sigue sin aparecer?
-         No lo tengo escondido mamá; pues no ves que no está.
-         Necesito que te acerques a la farmacia, asómate de una vez niña -Perezosamente Kerry se hace ver-. Mira qué cara llevas; no aprenderás niña. En la vida, Roberto cumplirá con su palabra, así que compra estos medicamentos que van en la nota y en cuanto llegues subes a cenar.
-         ¿Quieres dejar de gritar? Siempre se tiene que enterar media vecindad de lo que hago o dejo de hacer. y en cuanto a subir; lo haré, pero después de dejarte las medicinas volveré aquí a esperarlo.
-         Tú sigue quitándome la paciencia que acabaremos mal. Anda, ve a la farmacia, tontorrona de niña.

Kerry atraviesa una calle y otra, cruza varios semáforos sin reparar en que lo hace con la luz en ámbar. Quiere acabar cuanto antes, le golpea una y otra vez la emoción de echarle la vista encima a Roberto y soltarle la merecida bronca. Las promesas no cumplidas le hacen un daño irreparable y consiguen influir negativamente en el derribo del muro que yace desde hace tiempo en su interior. La joven vive retirada del resto de amistades, este alejamiento es un abandono impuesto, se siente convencida de que no necesita de ellos y que su límite emocional se centra en la tía Eliana.

Los estilos o formas de querer de la adolescente variaban de forma desigual: si le preguntaban por los seres que sentía más próximos a ella,  Belén, su propia madre, no ocupaba un lugar destacado. Intencionadamente, Roberto y el pequeño Sacha apenas sí aparecerían en la lista a pesar de la comentadísima dependencia que mantenía con el primero.

Sin descanso alguno, Kerry pasa de una calle a otra, el regreso de Roberto cada vez está más cerca; es el momento más álgido de la primavera y las gentes se cruzan a su alrededor como si se tratara de formas extrañas, abstractas, con diálogos silenciosos. Le confunde el momento que vive, la entrega por aquello que le atormenta. Es obvio que le embarga una profunda confusión –su propia confusión- llenando el espacio allá donde se encuentra. Toma aire y retorna a los días en que la presencia de Roberto no existía y comienza a serenarse, viviendo su instante presente, dejando que la inocencia ocupe el espacio que no debió perder. Mira hacia la luna y, en un breve instante, percibe que ella y las estrellas  han comenzado a entenderla, sonríe y para su sorpresa, advierte que algunas tintinean de alegría. También en su universo distante era capaz de ofrecer algo de magia.

Le confunde el momento que vive,                                                           la entrega por aquello que le tormenta.

“ Tengo que encontrar a alguien en el que pueda confiar y contarle lo que sucede, quizás así me volvería a sentir de nuevo en paz”- pensaba en voz alta, atravesando de nuevo los semáforos en ámbar y ésta vez sintiendo los claxons de los coches-. No podía seguir posada frente al televisor, percibiendo cómo se enturbiaba cada vez más un tema tan frágil y trascendental. Claro que también podía colocarse frente a su madre y sincerarse de una vez por todas. Esta alternativa ya la había barajado, desechándola igualmente.

Volvió pensar en la tía Eliana. Si Kerry era el ojito derecho de su tía, a ésta le sucedía lo mismo. Serían capaces de matar con tal de salvaguardar la integridad de ambas. Lo que le lastimaba a una a la otra la destrozaba, lo que le entusiasmaba a Eliana a su sobrina la llenaba de felicidad. Era comprensible, por tanto, que en el irrespirable dominio de la falta de ternura que se vivía en casa de Rosita, las únicas palabras de apoyo se manifestaran por boca de la tía. Fue ella la que ejerció de madre cuando Belén estuvo perdida en el mundo de las drogas y cuando decidió trasladarse al sur de la isla.

Las hermanas pactaron que la responsabilidad quedaría de parte de una joven e inexperta Eliana. Así, Belén intentaría reconducir su vida ejerciendo de camarera de pisos en el complejo “Los Palmeros” en la zona de playa.

Los recuerdos se acumulaban en el aire y, a través de ellos, la emoción se posaba de nuevo en los ojos de Kerry. Puede que estuviera alejada de donde realmente se sentía en paz, que el reencuentro con su madre destruyera más la quebradiza barrera existente entre lo que realmente anhelaba y lo que era impuesto. Lo cierto, es que su ánimo tocaba fondo sin que pudiera remediarlo. La nostalgia de estas escenas invadía su alma oprimiéndola aún más y las lágrimas brotaban con más fuerza haciéndole presa de un sufrimiento angustioso. En el punto más álgido del desconcierto por la aflicción, escuchó la voz de Roberto que le llamaba con insistencia. Fue como un puñal y, al mismo tiempo, como un desahogo.

-         ¡Vaya! Ha aparecido el perdido –secándose la lágrimas-.
-         Lo siento; lo siento de veras.
-         No hace falta que lo sientas, en todo este tiempo me has hecho sentir como un parásito desgraciado e inútil.

Eran los instantes en los que Roberto quedaba indefenso, a merced de una adolescente que vivía la escena con extrema decepción.

-         Estás muy… guapa. –dijo con la mente algo aturdida-. Mira, te he comprado, durante el regreso, un detalle –le quiere hacer entrega del regalo-. Espero que te guste. –ella lo observa mientras él, por vez primera rehulle sus ojos. Hay algo en la mirada que lo incomoda-
-         Eres mi desgracia –tragando saliva-. Intento olvidarte cada día pero, de pronto, me olvido de hacerlo –se muerde el labio inferior con profunda amargura, ninguno de los dos repara en el hilillo de sangre que emana de él -. Teníamos un trato…
-         Un trato que no era oficial.
-         ¡Te has convertido en un maldito mentiroso, incapaz de cumplir tu puta palabra. Ojalá te murieras de una vez, así acabaría todo!
-         ¡Quieres calmarte! Por Dios, Kerry, mira dónde estamos, en medio de la calle. Ten un poco de sentido común…
-         Soñaba con una noche diferente, hasta me vestí con el traje que tanto te gusta, soy una tonta, una grandísima imbécil. No mereces un segundo de mi pensamiento.
-         Cálmate. Te lo digo en serio, me preocupas.
-         Ya. Te preocupo como las penas del infierno a un ateo.
-         ¡Deja ya de repetir mis frases!
-         ¡Vete a la mierda! –acelera el paso, Roberto se sube al vehículo y logra alcanzarla-
-         Te he dicho que lo siento: ¿Qué más quieres que haga?
-         ¡Morirte!
-    Sube de una vez, hablemos mientras te llevo a casa. Te lo pido por favor.  –Kerry le hace caso, baja el cristal con rabia y mantiene su mano cerca de la boca, en pose reflexiva. Con total mutismo, la joven espera de Roberto más argumentos, la tensión que se respira es considerable. Quizás por eso, el hombre deja correr una cortina de aire. Doscientos metros después, el Mazda 626 se detiene en la puerta de la vivienda.
-         Tengo que dejar los medicamentos, enseguida vuelvo.
-         ¿Se trata de Sacha? Responde ¿Sacha está enfermo…?
-         No. Mi madre, que no vive sin sus dichosas pastillas.
-         Dile a Belén que estoy contigo, no vaya a ser que en vez de un fuego, al regreso me encuentre con dos –desciende con gesto serio, sin emitir palabra y la mirada confundida-

Diez minutos después ya está de nuevo junto a él.

-         Podemos irnos. –Kerry con voz seca-
-         A sus órdenes. –Roberto colocándose la mano a modo de acatamiento de mandato-
-         No me gusta ese cinismo entrado en años.
-         Kerry, Kerry, Kerry; ¿Qué voy a hacer contigo? Estas formas que has adquirido tienen que cambiar, no puedo seguir soportando tu mal humor cada vez que me retraso y sabes que siempre se ha debido al trabajo. Me duelen los conflictos, en serio. No sé qué voy a hacer…
-         Puedes estar tranquilo. Un día de estos tengo pensado desaparecer. –perdida en el vacío-
-         No hablas en serio.
-         Qué poco me conoces…

El Mazda 626 cruzó la Avenida principal más lento de lo normal. A las diez de la noche el tráfico parecía aliviado y el afán de las prisas había desaparecido. El solo carril de que disponía hacía que Roberto, como de costumbre, no mirara ni a la derecha ni a la izquierda. Él quería seguir contestando cuando comenzó a sonar la canción que ponía fin a cualquier disputa. Se habían hecho una promesa. Las dos actitudes se toman un respiro, entrecruzan las miradas, sostienen la emoción y prosiguen en severa mudez.

¿Eran dos seres esclavizados? ¿Vivían enfermos bajo la mutua dependencia? Lo cierto, es que, corroídos por las discrepancias en las emociones, cada palabra que no fuera medida, les afrentaba y humillaba. Expuestos a porfiados desencuentros que agitaban la certidumbre entre los más conocidos, avivando el presagio de que entre ellos acontecía algo prohibido. Ninguno de los dos supo medir el alcance de las sospechas mientras vagaban por encima del fuego como si de agua se tratara.

Me he empeñado en reunir vivencias exactas de boca de los protagonistas y no ha resultado tarea cómoda, más bien todo lo contrario. Los relatos aquí expuestos tuvieron, en un primer momento, diversas opiniones y juicios en cuanto al modo de ver lo sucedido entre Kerry y Roberto. El cúmulo de desafortunadas actuaciones y el hastío de los más profundos sentimientos fueron echando envenenadas raíces, profundas y crueles como el abismo, entrelazándose firmemente hasta invadir sin demora la respetabilidad de los espacios.

La adolescente casi nunca podía retroceder en su genio, por mucho que lo intentara. Las repetidas faltas de puntualidad la desmoronaban ¿Quizás se hizo una imagen de Roberto que no correspondía con la realidad? ¿Por qué el que ejercía de progenitor no supo canalizar la relación hacia una normal convivencia? Kerry vivía en una edad difícil, llena de ilusión y a la vez de terribles confusiones, lo que no le impedía tener clara una premisa: El amante de su madre nunca ocuparía el lugar de su padre.

El amante de su madre                                                                        nunca ocuparía el lugar de su padre

Cuando aconteció la reclusión, más de uno deliberó que Roberto se había comportado como un pervertido insidioso y manipulador. Enajenado mental, agresor sexual, violador de niñas y así una suma de duras sentencias. De poco sirvió su declaración, ni el material que exhibió su abogado para demostrar su inocencia. Ocurrió que las continuas contradicciones de Kerry a la hora de declarar nunca fueron tomadas en cuenta –se trataba de una menor atormentada por su padrastro-, un caso más de agresión sexual, así quedó registrada la sentencia.

Todo cuanto hablaron Belén, Eliana, Saray y Kerry en los días previos a la denuncia llevaba un mensaje: “Hay que encerrarlo hasta que se pudra”.

Ningún ser había conseguido encontrar una puerta de entrada a lo más profundo del alma de Kerry, como lo hizo Roberto. A pesar de su corta edad, Kerry ya vivía como en un auténtico culebrón. Cada uno de los detalles revelaban a una joven desesperada que navegaba mostrando polos opuestos: firmeza y confusión, desapego y adhesión, hermetismo y aurora. Pese a tantos contrastes había alguien que sí sabía canalizarlos y era el hombre que, instantes antes, había intentado colocarle alas al Mazda 626 y llegar cuanto antes al lugar de encuentro. Cuando Kerry lo vió salir del vehículo, aún persistía su enfado. Su decisión era firme, no le hablaría hasta que esa extraña sensación que le invadía desapareciese. De nuevo era aquella joven susceptible y calculadora.

Instantes después de verlo aparecer, en Kerry ya se advierte cómo su corazón se enciende. Vuelve la adolescente sentimental, la persona exquisitamente sensible. Entonces sucede, él le ha comprado dos porciones de su pastel preferido, la tarta de fresas naturales y mirándola a los ojos dice: “ Ya sé que esto no servirá para que entiendas que cuando quiero a alguien este compromiso se establece para siempre. Espero que este detalle endulce los momentos amargos de la espera” -ella contiene el aliento unos segundos, luego se desploma entre sus brazos-.

En aquellos momentos, Kerry era incapaz de percibir quién era, le bastaba con saber que Roberto permanecía a su lado: “ Con uno que se preocupe de entender la realidad basta”. Era la frase elegida para desprenderse en parte de la enorme tristeza que le acompañaba. Obviamente, estaba disfrazando su propio escenario, porque tras el instante en que era feliz aparecía inmediatamente otro instante trágico.

En una de las notas que recogió la policía de casa de Roberto, se encontraba esta frase: “A mí mismo me veo esclavo de su presencia, de sus manías y caprichos, de su voracidad por adquirir aquello que quiere. Me siento responsable por generar su miedo por la vida y por la interminable e inquietante angustia sobre la palabra: futuro”. No todas fueron notas escritas por él, la mayoría las escribía Kerry. Se podía pasar un día entero paseando por el salón, de una ventana a otra buscando las palabras exactas, aquellas que eran dictadas por su propio corazón. Cuando al fin las encontraba, en un rincón del mueble biblioteca, dejaba las notas  con el fin de que Roberto, al entrar en la casa las leyera: “Ahora duermo tranquila porque sé que estarás ahí cuando despierte”.

Los destinos de ambos habían quedado ligados mucho antes de conocerse. Roberto sentía una debilidad acentuada por Kerry, lo que le daba una clara desventaja. Carecía del carácter suficiente y del convencimiento para el papel que había asumido al emprender una vida al lado de Belén. No sabía ordenar, ni prohibir, ni negar. Daba la impresión como si hubiera hecho la promesa de caminar de puntillas en lo referente al comportamiento de la adolescente. Le costaba decir: <<no>> y desistía en cambiar ese chocante proceder. Se enfadaba consigo mismo por lo incomprensible de sus actuaciones. Para él, llamar la atención era algo superior a sus fuerzas. Cuando arreciaban las quejas de todos, enrojecía, titubeaba y se sentía culpable, pero no hacía nada. Se sabía incómodo y murmuraba avergonzado: “De acuerdo, de acuerdo,  ya hablaré con ella…”

Con uno que se preocupe                                                                               de entender la realidad basta

Hiciera lo que hiciera, la crónica de este dilema había quedado escrita hace ya mucho tiempo: “A su lado me ahogo”, le dijo en una ocasión a su cuñado. Con Lorena, su hermana mayor se confesaba continuamente: “Siempre intenta mortificar a las personas que la queremos, es como una enfermedad irremediable”. Zahara era su sobrina preferida: ingeniosa, despierta, sincera, de corazón generoso, odiosa de toda mojigatería se había convertido en una hermosa muchacha con tan solo quince años. No soportaba las acciones de Kerry, ni los continuos caprichos. Roberto le confesó:

-         Creo que me iré de esa casa y juro que esta vez no habrá vuelta atrás. –la joven bajó la mirada durante unos segundos y sin morderse la lengua preguntó-
-         ¿Puedo contarte un secreto?
-         Claro, ya sabes que tienes toda mi confianza.
-         Para muchos en la familia te has convertido en un vulgar acosador, ya sabes, un babas egoísta que sólo persigue acostarse con Kerry.

Era difícil sostenerse bajo el manto de innumerables sospechas. La carencia de confianza sumergió a Roberto en continuas depresiones y dolientes sueños. Se veía noche tras noche obsesionado por una mujer de irreconocible rostro, en cambio, concebía estar perdidamente enamorado, como en esas experiencias de amores imposibles y al mismo tiempo tenebrosos. Él vivía al otro lado del mundo y ella lo atrapaba con sus deseos. La sentía cerca y a la vez se desvanecía como el humo. Después se batía en duelo con hombres deformes a los que no lograba matar. Extrañas fuerzas le cogían de manos y pies y clavaban en su cuerpo estacas de acero con indescifrables mensajes. Se levantaba empapado en sudor, tembloroso, agitado por lo soñado. Era difícil verle concentrado en el trabajo, las pocas veces que proyectaba un tímido rayo de luz, el pesimismo, la confusión y el tormento al que estaba sometido terminaban por apagarlo definitivamente. Estos episodios le hicieron, en más de una ocasión, plantearse el suicidio, como la mejor de las opciones.

En el caso de Kerry, las razones se soportaban sobre una adicta actitud a conseguir todo aquello que deseara en el momento apetecible ¿Quiso descubrir junto a Roberto las primeras inclinaciones emotivo-sexuales? Quién sabe. Lo que realmente sabemos es lo expuesto en la sentencia y lo dicho por ella: “Abusaba de mí cuando llegaba del instituto”. ¿Entonces, qué razón tuvieron los otros comportamientos, los continuos acosos a que fue sometido Roberto? ¿Por qué entonces le hacía prometer una y otra vez que no abandonara el hogar?

Salimos juntos, Kerry saltaba de alegría mientras buscaba en mis bolsillos las llaves del coche, abrió la puerta del acompañante, se acomodó, introdujo con emotivo nerviosismo la llave en el contacto, encendió el compacto y después de sonar la primera canción levantó el seguro de la puerta del conductor. Yo me sentía vacío por dentro, me dolía tener a mi lado a una niña caprichosa que se había maquillado a fondo, hasta las pestañas. Llevaba los labios cubiertos de purpurina brillante y disfrutaba mirándose en el espejo retrovisor. Me preguntaba qué demonios estaba haciendo. Había engañado a Belén diciéndole que me acompañaría al trabajo y que regresaríamos al finalizar la jornada, no pensaba eso. Pensaba tomar un apartamento y pasar la noche junto a Kerry, días antes lo habíamos planeado y el acuerdo comenzaba a dar sus frutos.

Las punzadas en mi estómago se reanudaron, esta vez, más que punzadas estaba bajo un ataque fulminante. Del brazo derecho venía un intenso dolor que se trasladaba a la espalda en un recorrido de ida y vuelta. Por momentos el hormigueo, por momentos el sudor frío y las ganas de vomitar. Temí no llegar a mi destino. Sí, estaba ante una inminente angina de pecho o quién sabe, un infarto y mi mayor preocupación residía en la absurda manera de llevar mi vida. Belén no estaba de acuerdo, necesitaba de la ayuda de Kerry para organizar la casa, atender al pequeño Sacha y los pequeños detalles. Una escena grotesca, Kerry lloró, chilló, pateó y suplicó venirse conmigo, no dije nada y al final la madre consternada se encerró en la habitación. Eso no fue lo más desgarrador. Cuando sonó el portazo, Kerry se limitó a decir: “ Ves. Ya está, somos libres. La aventura nos espera”.

“Sandfirly y asociados” contrató mis servicios y en poco tiempo dejó bajo mi gestión un coqueto bar enclavado en uno de los complejos más importantes de la zona turística. Allí estaba yo, a punto de comenzar la faena acompañado de una menor que se empeñaba en creerse que estábamos en pleno rodaje de “Cóctel” y al otro lado, una mujer echando chispas por mi negligente actitud. 

Se veía noche tras noche obsesionado                                                    por una mujer de irreconocible rostro

Una vez más me la jugué. Kerry entró en la barra del bar y, poco a poco, se fue apropiando de ella. Recuerdo que los clientes en su mayoría ingleses y alemanes, se quedaban con la boca abierta, atónitos por la desenvoltura y picardía de la nueva trabajadora. Con el paso de los minutos se les veía encantados, satisfechos mientras contemplaban a Kerry moverse al igual que una adelantada barman; era increíble, se revolvía con más soltura que pez en el agua y atendía entusiasmada a la variada clientela como si en ello le fuera la vida. Asumí que no podía dar una negativa a un ser  tan lleno de energía, dispuesto a jugársela por mí en cualquier terreno.

La noticia corrió de un lado al otro del complejo y los demás camareros aparcaron momentáneamente la tarea para ver de cerca al nuevo fichaje. Quedaron sin habla. “Roberto, tienes que decirme de qué cielo has bajado a ese ángel –El baboso encargado del primer bar intentando conocer de cerca a Kerry-. Siempre tienes algo para sorprender, no me extraña que estén todos los tíos aquí,  junto al pedazo de bombón que te han contratado. Está como para no dejarla escapar. -Francisco Arteaga era el hombre de confianza del encargado general y no se había enterado que estaba frente a otra de mis enajenaciones. La jornada terminó muy tarde, entrada la madrugada y aunque habíamos hablado de quedarnos, decidí nuevamente pactar con Kerry qué hacíamos. La respuesta no se hizo esperar: Nos quedamos. Hay un apartamento libre, lo sé. Usa tu arte con el guarda y si te da una negativa, le regalamos una botella de champaña y asunto solucionado, no ves lo borracho que va”.

Estaba realmente agotada, en las diez horas que había durado la aventura dio todo lo que tenía. Sí, fue increíble. Por último, casi se quedaba dormida encima de la barra. Una vez más le dije que lo mejor era volvernos a casa, movió la cabeza y supe que su negativa se mantendría hasta el final.

Haciendo la caja observé a Kerry contar el dinero que se había ganado –veinticinco mil pesetas por una noche, propina incluida, no estaba nada mal-, no puedo negarlo. Aquella chiquilla hizo más amigos en una jornada que yo en un año ejerciendo de responsable del bar. Los clientes luchaban por invitarla y ella, derramando aplomo, aceptaba con la sonrisa más vendible que he conocido. Llenaba su copa y, en una jugada magistral, la desaparecía al mismo tiempo que entregaba el ticket al cliente.

De camino al apartamento el frío era intenso, coloqué mi chaqueta sobre sus hombros y le pregunté cómo se había sentido: “¡Ha sido maravilloso! No me habría importado prorrogar ocho horas más la hazaña”. A pesar de las ojeras, la vi satisfecha.

Sabía perfectamente que cabía una posibilidad entre un millón que semejante irresponsabilidad no me pasara factura ¿A quién se le ocurre delegar la responsabilidad de un bar de primera categoría a una niña de apenas trece años que lo máximo que había realizado en hostelería había sido abrir un refresco de naranja…? ¿Por qué entonces lo hacía? ¿Por qué hacía una cosa que podía lastimarnos tanto a Belén como a mí? Otra vez no encontré la respuesta.

Aquella chiquilla hizo más amigos                                                             en un una jornada que yo en un año

Allí, tendida sobre una de las camas descansaba Kerry, apenas podía articular palabra, el cansancio la venció. Y, estoy seguro que no le habría importado que la despertara, pero, lejos de hacerlo, la descalcé con sumo cuidado y la arropé apagando más tarde la luz.

Lo supe durante los años que permanecí en la cárcel. En aquel punto, en ese trasiego, fue cuando realmente comencé a tener conciencia de lo ocurrido: había embarrancado mi vida de tal manera que me era imposible salir de los escollos. A medida que Kerry se hacía mayor la convivencia entre los tres se complicaba más. Por ejemplo, la niña no soportaba que su madre fuera abrazada, besada o atendida de forma sensible –esos actos eran castigados por Kerry retirándome la palabra durante días, no sin antes dejarme el sello de su veneno allá y donde estuviera-.

De repente se hacía el silencio, y colocando sus manos en el balcón de la terraza, respiraba hondo, me miraba con profundidad y sonreía,  dando a su rostro una imagen cargada de malévola ironía. Después, a bocajarro, lo soltaba: “Por lo que he estado escuchando lo habéis pasado de lujo; me dais más asco que los propios cerdos. Eres un enfermo, un miserable que solo hace que reírse de mis sentimientos” – me decía tras haber mantenido relaciones con su madre-.

la niña no soportaba que su madre                                                        fuera abrazada, besada o atendida

Durante el primer año, la conexión con Kerry transcurrió por cauces normales, lo que representaba que las pequeñas maniobras de rebeldía eran admitidas por los dos como propias de la edad. Los intermitentes antojos también entraban en esta lista. Si se le metían entre ceja y ceja unos zapatos, le compraba dos pares y en paz, daba igual que el modelo fuera para gente más mayor. La primera ocasión que me la llevé de compras representó un caos. Recuerdo aquella rabuja de apenas ocho años corriendo de un lado al otro de la peletería, no había pieza que no le gustara. Al final opté por llevarme todo lo preferido. Lo más gracioso se destapó luego: contemplar el rostro que se le quedó a Belén al ver tal desastre. Allí había modelos del año de maricastaña –de punta fina, chata, a medio tacón, tacón aguja, con tiras, cerrados y hasta se atrevió con un modelo de lentejuelas-. En aquellos instantes, hasta me pareció una experiencia inolvidable.

En los días de mayor desconsuelo, bastaba con invitarla al cine o pasear visitando, eso sí, su lugar preferido: la heladería donde elaboraban de forma artesanal el helado favorito de fresa, nueces y nata. Todo era percibido con buenos ojos por Belén. Fue más tarde, al cumplir once años, cuando comenzaron las disputas. El acercamiento compulsivo de Kerry no entraba en los planes de su madre, sobre todo, porque la niña alardeaba de no ceder un palmo con los antiguos compañeros de Belén.

El mero hecho de cocinar con Kerry en casa representaba una pesadilla: Roberto, ¿puedes venir? Roberto, tengo una duda, Roberto, ¿qué cocinas? Roberto, Roberto, Roberto”. Ahora pienso que la paciencia de Belén tardó demasiado en explotar.

Fue en el último cumpleaños cuando la convivencia subió a su grado de máxima asfixia. No pasaba día sin que nadie se enfadara con alguien. De pronto, nos podíamos sentar en la misma mesa y mirarnos como tontos, incapaces de intercambiar una simple sílaba. Entonces, sucedía. Belén se levantaba, recogía la cajetilla de cigarros y buscaba la razón de todo paseando por la interminable avenida en donde vivíamos.

Debíamos encontrar el camino, y lo intentamos en innumerables ocasiones siempre sin éxito. Lo discutíamos una y otra vez: ¿Por qué nunca conseguimos reflotar lo que tanto nos había costado conseguir? Mi arrogancia, su irreflexión. Mi incapacidad de confesar lo que realmente estaba sucediendo, su escasa agudeza. Mi tendencia a enjuiciar cada movimiento y su nula paciencia eran ya enfermedades en fase terminal.

Viste el abismo y ambicionaste cruzarlo                                                   cuando apenas te quedaban fuerzas

Los incesantes arrebatos deformaron la realidad más importante en la que convivían cuatro seres, la negativa de volver al mundo real me ocasionó esta prolongada penitencia. No tuvo Kerry la culpa, ni Belén, ni Eliana o su amiga Saray. Cada uno cumplió con su misión, hasta la propia justicia cumplió con su cometido. “¿Si creo que entre Kerry y tú sucedió algo más allá del respeto? Eso… eso es algo que no te voy a decir, bastante tienes con la que te ha caído. No atendiste los continuados avisos que te previnieron ¿Acaso alguna vez miraste a los ojos a tu pequeño? No, ya veo que no. Lo querías, de eso no hay duda, pero a veces no basta con eso. Viste el abismo y ambicionaste cruzarlo cuando apenas te quedaban fuerzas”.

Muchas fueron las opiniones y reflexiones que tuve que escuchar después de noches queriendo desaparecer: “Confórmate con la experiencia vivida, pocos tienen ese privilegio”- me confesó un preso que cumplía condena por asesinato y se enteró del suceso por la prensa-. Una de las versiones que más me sorprendió la vertió Belén después de que perdiera la libertad: “Sé que mi hija Kerry no dijo toda la verdad, pero eso es cosa mía”. 


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