Portero de noche: Cine y más…

Cine, dulce vida

Escrito por: José A. Aguilar

Asomarse por una ventana, salir o entrar por una puerta, subirse a un coche o a un avión, son acciones que nos producen ciertas sensaciones, entre otras, la expectación por sitios o lugares desconocidos pero sobre todo, por imaginar la emoción que a las personas nos produce lo desconocido.

Lo mismo nos ocurre cuando tomamos la decisión de ir a una sala comercial para ver una película o lo que normalmente llamamos ir al cine. En los últimos tiempos me ha abandonado ese sentimiento de emoción y se ha convertido en la obligación de acudir al cine por diferentes motivos; por la trayectoria del director, por las adaptaciones del guión, por la actriz, el actor o hasta a veces me he dejado guiar por el compositor de la banda sonora, que a veces sigue siendo una garantía.

Echo de menos la expectación y el acontecimiento de esperar algo nuevo que sepa que tiene garantizada esa emoción tan esperada, independientemente del contenido, cual lotería o quiniela futbolística que busca la suerte en cualquier signo o número.

Empezar el año viendo novedades en las carteleras, con el riesgo que eso supone a las distribuidoras estrenar en el inicio de la cuesta de enero, es de agradecer, y más cuando las salas comerciales no hacen rebajas para incitar a consumir. Muchas veces me pregunto que pasaría, si las cámaras de la televisión estuviesen todos los días en las entradas de los cines.

Estos últimos días he visto carteles atractivos con reclamos interesantes, bien estudiados en cuanto a diseño, composición y colorido, he leído sobre estos estrenos en periódicos y revistas y sobre todo me ha llamado mucho la atención que alguno de estos estrenos han sido cierre cultural en algunos telediarios de ámbito nacional, raro pero así ha sido.

Eso sí, el cine si que ha
cambiado, es menos dulce.

Atrás queda un año que terminó con estrenos precipitados, con muchas menos apuestas infantiles y con carreras desesperadas hacia los Goya, los Oscars y demás. Un año sin esa emoción que comentábamos antes, salvo raras excepciones bajo mi humilde punto de vista.

También en este año todos a casi todos nos hicimos con unas gafas de colores rojo y azul y aunque les puedo asegurar que yo también me las puse, no fue para ver una película, ni siquiera esa que casi todo el mundo vio, aunque debo de ser de las pocas personas que no presumen de haberla visto.

Lo mejor de mi dos mil diez en cuanto al cine se refiere, ha sido reencontrarme con la joya de la corona que cumplía cincuenta años. La magistral mano de su director no se ha vuelto trasnochada ni efímera, sus personajes son como los que caminan  y viven por la Roma actual, simplemente con un ligero cambio de look. Sus actores como todos, han envejecido lo suficiente para seguir llamándoles “glorias” y la vida en definitiva no ha cambiado tanto. Eso sí, el cine si que ha cambiado, es menos dulce.

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