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Aprender a aprender

Posted By Mario De los Santos On 15/02/2011 @ 08:00 In Opinión | 1 Comment

Escrito por: Mario de los Santos

El otro día estuve en un taller sobre educación y formación que daba un tipo del Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra, de Brasil, el MST.

El MST es un movimiento, para quien no lo conozca, que lleva más de veinticinco años consiguiendo de forma legal y pacífica arrancar las tierras improductivas de los terratenientes para que sean trabajadas por los trabajadores despojados que no poseen nada. En la actualidad son ya más de un millón y medio de campesinos y más de cuatrocientas mil familias asentadas.

Estos señores, y señoras, pueden hablar y enseñar de muchas cosas, de coraje, de valor, de dignidad, que para eso van a pecho descubierto frente a las escopetas de los matones de los terratenientes, de la policía o del ejército brasileño. Pero si de algo son especialistas es en educación. 

El MST recoge las teorías de Paulo Freire sobre educación y cuando todos dicen que no valen para nada, que sólo era un cristiano rojeras con muchos pajaritos en la cabeza, van y las ponen en práctica. Y no en una escuelita perdida en una selva, sino en todo un sistema educativo para cuatrocientas mil familias. Yo me digo, que lo que funciona en cuatrocientas mil familias, si se quisiera bien también podría funcionar en uno o dos, o tres, o treinta, o trescientos millones de familias.

Comenzamos el taller con un pequeño ejercicio de reflexión que ellos llaman mística. Se parece sospechosamente al cuarto de hora de oración con el que las hermanas teresianas pretendían que comprendiéramos el mundo cada mañana en el instituto, mientras nosotros, de reojo, mirábamos el escote a la compañera de clase más cercana.

Todo acto educativo
es un acto político

Luego Augusto, el ponente, un flaco que siempre se ríe sin complejos, nos habla de la educación y la dialéctica, del avanzar en el conocimiento mediante la discusión, mediante el confrontar las ideas, mediante el debate, nos habla de la toma de decisiones por consenso, por convencimiento, nos narra cómo, en una ocasión, en uno de sus asentamientos de campesinos, los propios niños del asentamiento se unieron y prepararon un documento que expusieron a los padres, en el que decían que no querían seguir comiendo la comida que les daban en el comedor comunal, que querían comer hamburguesas de McDonalds, y de cómo los padres y madres, orgullosos de sus vástagos hasta más no poder, no tuvieron otra que negociar con los enanos reivindicativos durante dos largos meses hasta convencerlos de las bondades de la comida natural que daban en el comedor y que ellos mismos cultivaban.

Cuando nos cuenta que en los asentamientos, las decisiones importantes para ellos se toman por consenso, los asistentes no podemos dejar de reír. Todos tenemos ejemplos en la mente, probablemente nosotros mismos, con los que llegar al consenso en cualquier debate sería imposible, y más en Aragón: amigos, familiares, compañeros de oficina… Yo sólo imagino llegar a un consenso con la madre en la cantidad de comida que queremos que nos sirva en Nochebuena, no digo más.

Le contamos todo esto cuando nos pregunta por nuestras risas, que si aquí somos así, cabezones, que si eso no se podría hacer, que si cada uno vamos a lo nuestro, que si los españoles, los aragoneses…  Entonces, es cuando él se ríe.

Nos recuerda una frase de un tipo de Valladolid, Millán Santos, seguidor de las teorías de Freire, que dice que todo acto educativo es un acto político. Y, ¿cómo nos han educado a nosotros a la hora de compartir las ideas? Como si eso fuera una batalla que hay que ganar, explica.

No se trata, continúa, de si somos españoles, aragoneses, brasileños o selenitas, se trata de cómo vemos el hecho de confrontar las ideas con los otros. De si lo vemos como una batalla a ganar o como una posibilidad de aprender.

 Se trata de si lo vemos como una batalla a ganar
o como una posibilidad de aprender

Nos educaron que debatir es una guerra en la que nuestra idea debe prevalecer, si no sólo hace falta ver las películas yanquis donde los niños se apuntan a los equipos de debate y hacen combates, y no aprenden a debatir sino a hacer demagogia; sólo hace falta ver qué se entiende por debate en la televisión, y no sólo los tertulianos del corazón, sino los deportivos, y los propios debates políticos. Todo se convierte en una batalla donde nuestra idea debe ganar porque es la mejor y las demás no valen, y para eso aprendemos trucos sucios como chillar más, cortar al otro, cambiar las palabras… Si conseguimos callar al otro, ganamos; si el otro nos calla, somos humillados.

Sólo hace falta ver cómo aplauden los diputados a sus vocales cuando terminan las frases, aunque no hayan dicho nada inteligente. Debate: una persona vencedora, una persona vencida. 

Todo eso se traslada a la calle, a las familias, a los amigos. No se comparten ideas, se busca que nuestra idea sea predominante, que avasalle a la otra, que nos haga tener razón. ¿Qué seguidor del Partido Popular va a reconocer jamás que los socialistas hagan nada bien, a pesar de que sus políticas sean tan de derechas o más que las que ellos mismos proponen? O viceversa, ¿qué seguidor socialista va a reconocer la bondades del programa del Partido Popular, aunque ellos las compartan? O, ¿qué madridista reconocerá nunca la visión de juego de Messi? ¿Y qué culé la habilidad y velocidad de C. Ronaldo?

¿No suena eso de algo?, nos pregunta, mientras todos estamos recordando la última discusión política que tuvimos con la familia en Reyes, o para el cumpleaños del crío, o en la boda del hijo del tío Aurelio. 

Cualquier acto educativo es un acto político, me repito. Y nos parece normal que un niño antes de saber pronunciar bien su nombre ya diga correctamente el juguete que se quiere comprar.

Pero debatir no es eso, termina Augusto. Debatir también puede ser exponer las ideas con la mente abierta, confrontarlas con el otro, analizarlas, ver sus bases, ver sus alcances, y finalmente conjugarlas y ser capaces de que las ideas del otro nos modifiquen, nos acerquen el uno al otro, nos complementen y nos mejoren. Nos hagan, finalmente, personas más formadas.

Y eso, concluye, en el MST, es aprender. Lo demás es entender o memorizar.


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