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Reliquias de Santa Águeda
Posted By Silvia Cavero On 05/02/2011 @ 08:00 In Apuntes,Miscelánea | 1 Comment
El 5 de Febrero se celebra Santa Águeda y como pastel típico para ese día se elaboran las Reliquias de Santa Águeda, también llamadas Tetas de Santa Águeda.
Se llaman Reliquias en la iglesia católica a los restos de los Santos después de su muerte. Pero para entender mejor el significado de este pastel, os voy a contar la historia.
Nacida en Catania o en Palermo hacia el año 230, de nobles y ricos padres, dedica su juventud al servicio de Dios, a quien no duda en ofrecer su vida y su virginidad.
Le ha tocado vivir en tiempos de persecución, pues en el trono de Roma se sienta un príncipe ladino, Decio, que pretende deshacerse de los cristianos. Por el año 250 hace que se publique un edicto general en el Imperio, por el que se citan a los tribunales, con el fin de que se sacrifiquen a los dioses, a todos los cristianos de cualquier clase y condición, hombres, mujeres y niños, ricos y pobres, nobles y plebeyos.
Es suficiente, para quedar libres, que arrojen unos granitos de incienso en los pebeteros que arden delante de las estatuas paganas o que participen de los manjares consagrados a los ídolos. A quien se negara, se le privaba de su condición de ciudadano, se le desposeía de todo, se le condenaba a las minas, a otros tormentos más refinados y a la misma esclavitud.
Quinciano, el procónsul, se había enamorado de Águeda, “cuya belleza sobrepujaba a la de todas las doncellas de la época”. Ésta había rechazado siempre sus pretensiones, y ahora el desairado gobernador se prometía reducirla intimidándola con la persecución y los tormentos a que se hacía acreedora por su constancia en defender la religión cristiana.
Águeda, como tantos cristianos de la isla, fue llevada ante el tribunal para que prestara también su sacrificio a los dioses. La Santa no teme a la muerte, pero le hacen temblar los infames propósitos del gobernador para hacerla suya. Decidida y llena de fe y de confianza, ofrece de nuevo al Señor su virginidad y se prepara para el martirio.
Para forzar su voluntad e intimidarla, el procónsul, la pone en manos de una mujer liviana y perversa, y en compañía de otras de su misma condición. Durante treinta días estuvo la Santa sufriendo duramente en su sensibilidad, pero no pudieron desviarla de seguir en su propósito de esposa de Jesucristo.
Desengañado, manda llamar a Águeda a quien increpa ásperamente: “Pero tú, ¿de qué casta eres?” “Aunque soy de familia noble y rica-le contesta-, mi alegría es ser sierva y esclava de Jesucristo”.
Quinciano se enfurece. Le hace ver los castigos a que la va a condenar si sigue en su decisión; la vergüenza que con ello vendría a su familia, la juventud, la hermosura que va a desperdiciar…
“¿No comprendes, le insinúa, cuán ventajoso sería para ti el librarte de los suplicios?”
“Tú sí que tienes que mudar de vida, le responde, si quieres librarte de los tormentos eternos.”
Desarmado ante tal fortaleza, Quinciano manda la sometan al rudo tormento de los azotes, y ya despechado, hace que allí mismo vayan quemando los pechos inmaculados de la virgen, y se los corten después de su misma raíz.
Deshecha en su cuerpo y en los espasmos de un fiero dolor, es arrojada la Santa en el calabozo, donde a media noche se le aparece un anciano venerable, que le dice dulcemente: “El mismo Jesucristo me ha enviado para que te sane en su nombre. Yo soy Pedro, el apóstol del Señor”. Águeda queda curada, da gracias a Dios, pero le pide a su vez que le conceda por último la corona del martirio.
Pronto el gobernador la vuelve a llamar a su tribunal.
-¿Quién se ha atrevido a curarte?
-Jesucristo, Hijo de Dios vivo.
-¿Aún pronuncias el nombre de tu Cristo?…
-No puedo -le responde decidida- callar el nombre de Aquel que estoy invocando dentro de mi corazón.
Quinciano quiere tentar la última prueba. Allí mismo prepara una hoguera de carbones encendidos y hace extender el cuerpo desnudo de la Santa sobre las brasas. En esto, un espantoso terremoto se extiende por toda la ciudad. Y entonces Quinciano manda se lleven de su presencia a la heroica doncella, que está casi a medio expirar. Cuando la vuelven a meter en el calabozo, su alma se le va saliendo por las heridas, y después de balbucir: “Gracias te doy, Señor y Dios mío”, descansa tranquila en la paz de su martirio y de su virginidad. Era el 5 de febrero del año 251, último de la persecución de Decio.
Los cristianos recogen sus reliquias y pronto se extiende por todas las cristiandades la fama de su heroísmo. Se levantan numerosos los templos por todas partes en su honor. En el pueblo queda prendida la llama de su constancia y de su martirio, llegando a ser su devoción una de las más extendidas de todos los tiempos.
Las reliquias de Santa Águeda reposaron en un principio en Catania, pero ante el temor de los sarracenos fueron llevadas por un tiempo a Constantinopla, de donde se rescataron por fin en el año 1126. Hoy se veneran todavía en la misma ciudad que fuera testigo de su martirio.
Hoy en día, las mujeres van a pedir a la Santa que les proteja del cáncer de mama (en Zaragoza la encontramos en la Iglesia del Portillo), y a la salida es tradición comprar un dulce que las pastelerías elaboran en su honor como son Las Reliquias de Santa Águeda.
La receta de la masa es exactamente la misma que la del Roscón de Reyes o de San Valero, así que ese paso lo omitiré y os describo la elaboración directamente:
Elaboración:
Espero que me consultéis vuestras dudas y que me contéis lo rico que os ha salido…
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