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Divagaciones sobre la política y los mercados (financieros)

Posted By José Mª Andrés Sierra On 12/03/2011 @ 08:00 In Opinión | No Comments

Escrito por: José Mª Andrés

Curiosamente, una palabra que oímos y usamos con mucha frecuencia, “política”, es tan utilizada como poco comprendida, al menos en su verdadero, en su etimológico significado.

“Política”, “la política” es un término de origen griego cuya raíz es  πολις  (polis), la ciudad. La política es, pues, todo lo que afecta, atañe o se refiere a la ciudad, a la vida de la ciudad. Se engañan, en consecuencia, quienes dicen “yo no quiero saber nada de política” porque, aun sin saberlo, están haciendo “política” a cada momento ya que es imposible aislarse de la vida de la ciudad, de la πολις, de la comunidad en la que se vive. Sólo un eremita, un ermitaño o un náufrago solitario en una isla perdida podría decir con propiedad no querer (o no poder en el último caso) saber nada de política.

Aristóteles dijo que el hombre es un animal político. Esa esencia política es, posiblemente, lo que más le diferencia del resto de los animales en cuanto que es capaz de participar y modificar la vida cotidiana de su comunidad.

Sólo un náufrago solitario en una isla perdida podría
decir con propiedad no querer saber nada de política.

El término griego πολιτικος (politicós), no sólo significa hombre de estado. También significa ciudadano, civil. Es decir, que todos los ciudadanos, queramos o no, somos políticos. Y si se engañan los que intentan aislarse, no saber nada de la política, no menos se engañan quienes le confieren a “la política” un halo de preeminencia,  de dignidad y al cometido de “los políticos profesionales”, un significado, unas connotaciones excepcionales, trascendentales, extraordinarias y muy por encima de la capacidad de acción de los demás mortales.

Detrás de la dialéctica de los mítines, de la grandilocuencia de los discursos, de las voluntades de los partidos y de las intenciones, sean cuales sean, de los políticos profesionales, se esconde algo mucho más prosaico, sencillo y, a veces, hasta rastrero: el reparto del dinero público. A eso se reduce la política que practican los políticos profesionales: a repartir, a distribuir, a gastar (a veces malgastar) el dinero público.

La diferencia entre los distintos programas electorales estriba, única y exclusivamente, en cómo repartir ese dinero.

Cada partido político prioriza las necesidades a las que van destinar el dinero de las arcas públicas, unas necesidades que pueden ser sociales como la educación y la sanidad; o estrategias de fomento de empleo; lingüísticas; difusión o implantación de una lengua cooficial; armamentísticas; afianzamiento de la identidad nacional o nacionalista; desarrollo de las infraestructuras; impulso a la actividad privada; industrialización; modernización, mejora y ampliación de la administración; fomento del clientelismo; apoyo a determinadas confesiones religiosas; defensa; freno a la inmigración…

Todos o casi todos los partidos envuelven esas prioridades en un discurso en el que, sin ocultar del todo sus intenciones, se nos promete el remedio a todos nuestros males. Algunos hasta los eternos. Y aunque es cierto que todos ellos envuelven el producto en un mensaje más o menos atractivo o imaginativo, no es menos cierto que aquellos cuyo mensaje es menos directo y conciso, lleno de vaguedades o términos como patria, honor, raza, estirpe, bien, lealtad, hombría, mal, Dios, tradición, historia, raigambre, pasado, héroes,  etc. son quienes menos interés tienen en mostrar sus prioridades.

Una vez en el gobierno,
esa promesa electoral será papel mojado.

Una vez en el gobierno, si detrás de una determinada propuesta o proyecto del partido ganador no hay una partida en los presupuestos generales, esa promesa electoral será papel mojado.

La política que ejercen los “políticos profesionales” es, pues, el reparto del dinero, la inversión de los recursos del país y eso ha sido así desde que en Grecia se inventó la democracia.

En el siglo V antes de Cristo, Pericles, el estadista más importante de Atenas y posiblemente de toda la Grecia antigua,  utilizó los fondos de la Confederación de Delos, una alianza defensiva ante los persas, para construir un buen número de edificios públicos en su ciudad, entre ellos el Partenón. Cierto es que ya había desaparecido el peligro persa, pero Pericles ni devolvió el dinero a las polis aliadas ni lo empleó en otras necesidades; lo “desvió” al fin mencionado. Cuestión de prioridades.

Normalmente cada nación soberana realiza su propia política lo que quiere decir, siento insistir, que cada país reparte el dinero del que dispone entre sus necesidades atendiendo al criterio que tiene su propio gobierno. Desde hace unos años, las relaciones entre los países, la globalización, ha acarreado una nueva manera de hacer política, o lo que es lo mismo…

No sé si antes, a la par o después (en cualquier caso poco importa) de la creación de los organismos políticos “supranacionales” que nos gobiernan, aparecieron “los mercados”. Quienquiera que consulte un medio de comunicación cualquiera, leerá, verá o escuchará esta palabrita un sinfín de veces. ¿Por qué? Porque parecen ser el mal o el remedio o el mal y el remedio a la vez o el árbitro de la crisis económica y, por tanto, política que padecemos.

¿Qué son “los mercados” de apellido “financieros”?
Basta imaginar que una nación es un hogar, o una empresa familiar

¿Qué son “los mercados” de apellido “financieros”? Tratándose de algo que está condicionando la política, en este caso casi mundial, es fácil de imaginar: dinero. Reparto de dinero. He dicho que ignoro cuándo nacieron los mercados aunque podría aventurarme a decir que en el mismo momento en que echó a rodar la primera moneda. Ya tienen, pues, días, pero ahora se han crecido.

Pensándolo con detenimiento, la explicación a toda esta crisis político-económica y a la actuación de los mercados es bastante sencilla. Basta imaginar que una nación es un hogar, o una empresa familiar. De pronto los dueños de la casa o de la empresa quieren mejorar la casa o ampliar el negocio, no tienen suficiente dinero y lo buscan fuera, lo piden  prestado. Si todo va bien y pueden devolverlo pronto, no hay problema, pero, si no es así, los dueños de la casa o el negocio se ven obligados a renegociar el préstamo que no pueden pagar, con las nuevas condiciones que pone quien ha dejado el dinero, y a pedir más dinero prestado.

Si la situación se complica y se demora el pago del préstamo, llega un momento en que, tras sucesivas renegociaciones,  el dueño de la casa o la empresa ya no es quien vive en ella o lleva el negocio sino el banco o los acreedores. Aplíquese esto a un país y ya tenemos a “los mercados” como dueños “de facto” de países enteros. Las preguntas que surgen son numerosas: ¿Cómo ha sido posible semejante endeudamiento? ¿Quién o quiénes han sido los manirrotos que lo han propiciado? ¿En qué se ha gastado todo ese dinero? ¿En qué condiciones se hicieron los préstamos?

Evidentemente “los mercados” son quienes han prestado el dinero, pero ¿por qué “los mercados” no tienen rostro? En el ejemplo de la casa o el negocio, uno iba a renegociar el préstamo con el director de su agencia bancaria y se encontraba a alguien con cara, con nombre y apellidos: “Don Mariano, mire a ver si usted puede hacer algo. Las cosas no me van demasiado bien y…” “No se preocupe usted, Venancio. Haremos lo que se pueda”, pero “los mercados” ¿quiénes son? No qué, ¿quiénes? ¿Qué rostro tienen? ¿Alguien se lo ha visto? ¿Qué nombre de pila? ¿Quién maneja los hilos de todo este tinglado? ¿Quién fija las condiciones? Porque alguien será ¿no?, pero no le vemos la cara en la televisión, ni en los periódicos ni oímos su voz en la radio. ¿Son ellos mismos los que calculan la prima de riesgo, la fortaleza de la economía de un país para así subir los tipos de interés de los bonos y de esa manera ganar especulando millones y millones de euros? ¿Alguien lo sabe?

¿Por qué “los mercados”
no tienen rostro?

El “Financial Times”, reputado periódico inglés especializado en política y economía (¡política y economía!), ha dicho recientemente que cualquier gobierno que tenga que ser intervenido, vamos, ayudado en sus deudas por el Fondo Monetario Internacional, debe convocar elecciones inmediatamente. Política y dinero. Pasemos esta posibilidad, este caso de un país, al ejemplo del dueño de la casa o del negocio. Al dueño y al director del banco al que acude el primero, añadamos un amigo de este último (o el mismo director del banco) al que le apetece tener la casa o la empresa del que no puede pagar. ¿Qué sucederá? Ignoro las respuestas a todas las preguntas anteriores, excepto a esta última. No me cabe la menor duda de que “esos mercados”, sean quienes sean, son voraces e inhumanos. No se conforman con nada y exigen condiciones que sobrepasan con creces lo razonable: salarios de miseria, congelación de pensiones, injusto alargamiento de la vida laboral… hacer la vida de muchos un infierno para “ellos” poder vivir en un paraíso… fiscal.

Curiosamente, los mercados que todos conocíamos son aquellos lugares a los que, como esto vaya a más, no podremos acudir por culpa de los nuevos “mercados”.  No obstante, esta invisibilidad, esta evanescencia de “los mercados” no es más que el reflejo de lo que está pasando en un buen número de las compañías (¿mercados?) que nos suministran buena parte de lo que gastamos.

¿Quién no se ha desesperado intentando explicarle por teléfono a una voz maquinal que habla, pero que no escucha, que lo que queremos es sencillamente que nos devuelvan los euros que nos han cobrado de más en la última factura y no acogernos a una de la docena larga de promociones que nos ofrecen y que nos importan un rábano? ¿A quién acudir? ¿A quién protestar? Al igual que en el caso de “los mercados”, al “maestro armero”, como decían en mi pueblo. ¿Alguien conoce al maestro armero?  

Quienes nos venden el gas, la electricidad, la televisión o la telefonía se están volviendo evanescentes, invisibles, como los mercados, de forma que, una vez que hemos aceptado sus condiciones, nos atamos a ellos y debemos aceptar resignados sus nuevas condiciones o correr el riesgo de quedarnos sin servicio o sin jubilación. Todo esto es política, una forma de entender la política, la vida de la πολις que tiende a maniatarnos, a dejar aislados e impotentes a los πολιτικοι ante estamentos, instituciones y empresas que deberían estar al servicio de los animales políticos que somos todos nosotros.

Quienes nos venden el gas, la electricidad, la televisión
o la telefonía se están volviendo evanescentes, invisibles

La relación, la imbricación entre el dinero y la política en su significado más primigenio se ha hecho tan estrecha que ya no va a ser necesaria la existencia de la “política profesional”, de los “políticos profesionales”; de hecho, esta crisis ha puesto de manifiesto el escaso poder que han dejado “los mercados” en manos de quienes nos gobiernan. Evidentemente estos cambios, peligrosos, van en detrimento de la ciudadanía y no debe ser así. “La política” debe mandar en “la economía” y no al revés o, dicho de otro modo, la economía debe estar al servicio de la πολις para mejorar las condiciones de vida de los πολιτικοι, de los ciudadanos… y no al revés.  Sólo si ellos, los ciudadanos, toman conciencia de que son los verdaderos πολιτικοι, y actúan en consecuencia, la “política” domeñará “la economía” y la utilizará en beneficio de la  πολις.


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