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El coleccionista

Posted By El Dueso (Santander) On 04/03/2011 @ 08:00 In Apuntes,Cantabria,Miscelánea | 2 Comments

Escrito por: Gaspa

Tipifiquemos. Aviso para navegantes: no leas más si no eres coleccionista, detente aquí, en esta línea. Es necesario ser coleccionista para entender este relato o para siquiera imaginar el ardor con que el inaccesible lector, otrora conocido como Ahasverus, otrora Cartaphilius, devoraba un Octubre de 1886 las páginas de un incunable segoviano del siglo XVI que en su diáspora a través de las bibliotecas de media Europa había buscado durante décadas y que supuestamente contenía nuevas y desconocidas oraciones de perdón de Santa Teresa de Jesús que atesorar.

Pues bien, exactamente ese mismo gozo del alcance, ese mismo ardor, Cipriano Cayón lo sintió al ver en una subasta de internet el número 16 de la colección del superhéroe Miracleman, el último guionzazo por Alan Moore, aquel que contenía como ninguna otra  lectura la imperfección de la utopía y a la vez el único que le faltaba para tener debidamente ordenadas en su estantería todos los imaginados por el autor inglés. Al instante, Cipriano Cayón pujó con una cantidad desorbitadamente ridícula, del todo inapropiada para un comic de apenas treinta y seis páginas que en su tiempo valiera 140 pesetas y, a la postre, imposible de superar. Pero no hay cantidad que mida la satisfacción de un coleccionista que ve al fin saciado un deseo adquisitivo. Un coleccionista mide sus posesiones cualitativamente, no cuantitativamente, y a sus ojos, el tiempo y el dinero pierden su valor ante el más insignificante de los objetos.

Extraña forma de locura, por tanto, la del coleccionista. Sólo de locura se puede tachar su excentricidad ya que sólo un loco dedicaría tantos denuedos en pos de una ínfima rareza. Nadie más que un loco removería cielo y tierra para satisfacer la indefinible molicie que conlleva el alcance y posesión de un capricho, para experimentar el orgásmico placer de su acopio y pertenencia. Pero no esconde gula ese acopio, no es egoísmo esa pertenencia. No busquéis en un coleccionista pecado o mal mayor que su propia o implícita locura.

A sus ojos, el tiempo y el dinero pierden su valor
ante el más insignificante de los objetos

-Desconfía de quien no colecciona nada- le aconsejó en su día su padre a Cipriano Cayón,- porque su avaricia sólo es material-. Y el niño que fuera Cipriano Cayón entendió. Entendió que es privilegio único del coleccionista el disfrute de su particularidad. Un disfrute inmaterial, abstracto e inexplicable, sí pero no por ello menos espontáneo. Hasta qué punto escoge uno su afición. ¿Estaba intrínseca en su ser antes de nacer? No se puede saber. ¿Acaso recuerda el entomólogo en que momento de su niñez vio por primera vez arrastrarse a la cucaracha? ¿ Acaso sabe por qué en vez de huir y pisarla, como hacían el resto de sus coetáneos, se detuvo a mirar más de cerca esas filamentosas patitas negras, ese fuliginoso caparazón, esas simpáticas antenas? ¿ Acaso pudo hacer otra cosa sino sonreír?

De tal forma entendido, el coleccionismo es como un germen infantil, inherente a cada ser, tal vez pretenden entrever en los coleccionistas supuestas carencias impúberes. Que no digo yo que para un neófito en el tema no sea tentador burlarse, por poner un ejemplo, Demetrio Mazarrón, quién a sus cincuenta y ocho años y para desespero de su mujer, le roba de rodillas sobre la alfombra todas las noches varias horas al sueño, puliendo y poniendo a prueba sus coches de Scalextric, trazando juguetonamente cada curva con milimétrica perfección para besar al terminar cada pequeño automóvil antes de regresarlo a su expositor ad hoc. ¿ Lo ves, lector? Incluso tú sonríes condescendiente ante su imagen, sin poderlo evitar. Está muy arraigado en nuestro ser el burlarse de lo que no podemos entender, si no ya el destruirlo.

Todos los comics a la basura te voy a tirar – que amenazaba su madre a un Cipriano Cayón adolescente . El día que me de por ahí vas a ver como los tiro todos, toditos todos…-

Nunca llegó ese día y nunca los tiró, pero Cipriano Cayón siempre sintió ese miedo a perder de un plumazo toda su colección por culpa de esa incomprensión materna hacia el coleccionismo de su elección. Para su madre, de carácter práctico y ajena a los coleccionismos como sólo puede estarlo una madre, esos comics sólo representaban estanterías combadas y criaderos de polvo y ácaros.

Gran enemigo de un coleccionista el pragmatismo de una madre. Pero no quiere este cuentista pecar de partidario y para ser justos con todos es de ley reconocer que sólo las madres se muestran poco comprensivas hacia los coleccionistas. A pesar de las muchas características comunes, un coleccionista tampoco comprende, ni apenas respeta, otro tipo de coleccionismo diferente al suyo.

Renunció a su cátedra para poder trabajar
de conserje en el Museo del Prado

Dueños de anécdotas tan dispares como la que aparece hoy en el periódico y ha inspirado este relato, la de un profesor de Arte que renunció a su cátedra para poder trabajar de conserje en el Museo del Prado, trabajo que le permitía todas las noches pasear surto entre la infinidad de obras de arte. Cuenta el periódico que tanto llegó a abrigar ese conserje la idea de que todo el museo era su colección que, a su muerte, había dejado escrito en su testamento que legaba integra toda su colección al mismo Museo del Prado, para que su colección no fuera dividida ni desplazada. Locura, mágica, amor, el Museo del Prado en herencia: un coleccionista.

He ahí los coleccionistas auténticos, con su punto de delirio, no confundir con acomodaticios consumistas que inician y terminan sus colecciones en un kiosco por fascículos semanales, religiosamente adocenados. Un coleccionista apenas recuerda cuándo empezó su colección y sabe a ciencia cierta que nunca la ha de terminar, que su obsesión se la ha de llevar consigo a la tumba. Cipriano Cayón es consciente de que se seguirán publicando comics cuando él no esté, o su padre sellos de trenes, o el literato libros de genios por nacer, pero no por ello en vida dejarán de engordar sus librerías, sus bibliotecas particulares.

Todos ellos seguirán el resto de sus días afanándose en ampliar sus colecciones sin un sentido más concreto que el porque sí, afianzando sus rarezas, elevando al infinito sus singularidades. Todos ellos desconocedores de que un ser superior, un ser tan hastiado de la omnipotencia que decidirá en su día iniciar la primera de las colecciones, a diario les observa, les cataloga, les contabiliza y, desde su posición predominante, se congratula de la variedad y número creciente de su colección de coleccionistas…

¿ O qué decir de Ramón Guardo, septuagenario, quien todas las noches encuentra un momento para sacar el estuche aterciopelado que esconde a su mujer y pasa revista a los veintitrés pelos púbicos correspondientes a cada una de sus conquistas, debidamente dispuestos cronológicamente por encuentro sexual? Más allá del viejo verde, ved su armonía, ved su orden. Tened por seguro que no cambiaría esos veintitrés pelos rizados por la más alta colección numismática. Cada noche, Ramón Guardo nimba de gracia y misterio veintitrés pelos y eso es lo que vale.

Porque el mundo, todos los días, seres similares actúan similarmente absurdos. Si hay locura, si hay magia, si hay amor, hay un coleccionista. Demasiados y demasiado diferentes para poder explicarlos todos, con el único denominador común del deleite personal, ajeno a cualquier razón.


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