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Impresiones de un viaje a Israel

Posted By Manuel Mateos On 09/03/2011 @ 08:00 In Apuntes,Miscelánea | 2 Comments

Escrito por: Manuel Mateos

Antes de nada pido disculpas a quien pudiera sentirse ofendido por mis comentarios. No es mi intención hacerlo ni menospreciar los sentimientos religiosos. A pesar de mi agnosticismo y nula práctica religiosa, por circunstancias personales, me apunté a un viaje-peregrinación organizado por un sacerdote conocido, de mentalidad abiertamente progresista. Quedaba claro el carácter de peregrinación que tenía el viaje, pero con entera libertad para quienes no quisiéramos participar en las ceremonias litúrgicas: únicamente debíamos respetar el horario de las actividades colectivas.

Las impresiones que produce un viaje a Israel o “Tierra Santa”, como dicen los creyentes cristianos, son de grandes contrastes desde el punto de vista geográfico, religioso y social. En mi caso además, como explicaré, me reafirman en mi agnosticismo. Desde el punto de vista del viajero, sorprende la antigüedad de ciudades como Jericó, de unos 9.000 años, o Jerusalén, en cuya Ciudad Vieja se han encontrado restos de construcciones de unos 4.000 años a. C., frente a Tel Aviv, la capital del Estado, de apenas un siglo.

Israel se caracteriza también por los contrastes desde el punto de vista geográfico: el Valle del río Jordán y los alrededores del Lago de Tiberias, o Mar de Galilea, son auténticos vergeles, cultivados intensivamente bajo hectáreas de plástico o al aire libre; la riqueza de hortalizas, naranjos, mangos y otros frutos tropicales es espectacular y, así, la abundancia y calidad de las hortalizas en los puestos callejeros de cualquier ciudad, sea palestina o judía, es una maravilla. No cabe duda de que allí el agua, bastante escasa, se aprovecha extraordinariamente bien. Sin embargo, a poco más de un Km. a ambos lados del curso del río, la tierra se torna árida hasta llegar al desierto de Qumram y al Mar Muerto, de tan elevada salinidad (diez veces superior a la de otros mares), que hace imposible la vida en sus aguas.

Pero hay contrastes más sangrantes: las ciudades palestinas, es decir, pobladas total o casi totalmente por palestinos, ofrecen un nivel de desarrollo muy inferior a las israelíes; en ellas se ven numerosos edificios sin terminar, bien por haberles faltado a sus propietarios el dinero necesario o por haber bloqueado el Estado israelí la entrada de los materiales de construcción precisos.

Hay que tener en cuenta que, de los territorios que constituyen Palestina, salvo la estrecha Franja de Gaza, que tiene acceso al mar Mediterráneo, Cisjordania está totalmente rodeada por territorio israelí y que, además, Israel ha levantado una barrera de hormigón, alambradas, fosos, cámaras y torres de vigilancia, de 700 km., que impide la normal comunicación. Esta barrera o muro sólo puede ser franqueada por alguno de los 42 puestos de control que el ejército israelí ha establecido, con lo que el bloqueo de los territorios cisjordanos es muy fácil.

Israel ha levantado una barrera de hormigón, alambradas,
 fosos,cámaras y torres de vigilancia, de 700 km.

Este obstáculo crea innumerables problemas a la población palestina que cada día tiene que cruzarlo para trabajar al otro lado, en unos casos en sus propios territorios, que han quedado partidos, en otros, en las propias ciudades israelíes.

En el mapa adjunto puede apreciarse cómo el Estado de Israel ha construido el citado muro (línea roja) por dentro de la línea de armisticio (llamada Línea Verde, de negro en el mapa) que estableció la ONU en 1949. De este modo, Israel ha incrementado su ocupación de territorios palestinos, además de separar núcleos de población hasta ahora unidos, como es el caso de Belén, anteriormente unida a Jerusalén. Ahora, en cambio, para llegar a ésta es preciso dar un gran rodeo y pasar por puestos militares de control en los que vehículos y personas palestinos son minuciosamente registrados.

Las razones para construir esta barrera son, dice Israel, evitar que se infiltren comandos palestinos desde Cisjordania. Puede ser cierta, aunque la defensa podría haberse hecho de otra forma, sin perjudicar a todo un pueblo. En todo caso, el Estado israelí ha aprovechado para incrementar su ocupación de territorios que no le pertenecen, además de la que llevan a cabo los colonos israelíes que, ilegalmente, establecen sus asentamientos en los campos palestinos, como puede apreciarse en el mapa.

En consecuencia, el PIB de los territorios administrados por la Autoridad Nacional Palestina es muy inferior, ya que, según la ONU, “el aislamiento de la economía palestina provocó una caída del 34% de su PIB en los últimos 8 años lo cual erosionó la base productiva del país y ocasionó la disminución de la tierra y los recursos naturales”.

Desde el punto de vista religioso, Israel es un mosaico de religiones y de variantes o interpretaciones de las mismas. En ese pequeño territorio coexisten desde hace siglos las tres grandes religiones monoteístas del planeta: por orden de aparición en el tiempo, son el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam. Las relaciones entre las tres han sido pésimas históricamente, habiendo estado en confrontación casi permanente.

Sin embargo, las tres están íntimamente relacionadas, ya que el Cristianismo se basa en una buena parte del Judaísmo (todo el Antiguo Testamento), y el Islamismo combina elementos del Antiguo Testamento y de la Cristiandad tales como Noé, Abraham, Moisés, David, Juan y Jesús, además de otros, como “profetas” de Alá. El Islam reclama, sin embargo, que Mahoma es el último y el más grande de los profetas y que el Islamismo es la continuación verdadera de la fe del Antiguo Testamento.

Pues bien, ha habido, y hay, tal “densidad” de religiosidad, de fe fanática, en aquel territorio que, a lo largo de los siglos, los seguidores de cada una de ellas se han dedicado a destruir lo que habían construído los de la anterior. Es el caso de la ciudad de Jerusalén:
 es una amarga ironía que este nombre signifique “Princesa de la Paz”. Desde hace dos mil años no ha habido paz en Jerusalén, la ciudad en que aconteció, según los cristianos, la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. En ningún lugar santo del mundo han corrido tales ríos de sangre como aquí. En ningún lugar se ha luchado con tal ardor, se ha odiado tan profundamente como en la pequeña ciudad, en las calvas, grises colinas rocosas de las montañas de Judá. Tres religiones mundiales -judaísmo, cristianismo e islamismo- han hecho de ella la manzana de la discordia de su creencia. Sin embargo, tampoco en ningún lugar se han rezado tantas oraciones como en Jerusalén. Según intenta explicarlo el escritor Peter Bamm en su libro Lugares de la cristiandad primitiva: “El motivo de las rencillas acerca de Jerusalén fue siempre la exageración de una virtud, la virtud de la piedad”. Hay que entender que “piedad” quiere decir religiosidad.

En ningún lugar santo del mundo han corrido
tales ríos de sangre como en Jerusalén

Desde los días de Jesucristo, la ciudad ha sido conquistada once veces y destruida totalmente cinco. Y cada una de estas destrucciones ha ido acompañada de la matanza absolutamente indiscriminada de sus habitantes, fuesen judíos o musulmanes, como hicieron los guerreros cristianos que participaron en la primera y tercera Cruzadas (siglos XI y XII); claro que antes los musulmanes habían hecho lo propio.

Irónicamente podemos decir que quienes han salido ganando son los arqueólogos, ya que los niveles de excavación son múltiples. Se calcula que la ciudad de tiempos de Jesucristo está enterrada bajo 20 metros de cascotes, o sea que hay trabajo para años.

En mi opinión, este fanatismo es consecuencia directa del monoteísmo: al considerarse cada una de las tres religiones la única en posesión de la verdad absoluta y de adorar al que consideran único dios verdadero, excluyen al resto de las creencias, a cuyos seguidores consideran “gentiles”, “paganos”, “infieles” y a los que, por tanto, se puede perseguir.

En la actualidad, la Ciudad Vieja está repartida en barrios por creencias y la tensión se palpa en el ambiente al transitar por sus calles, especialmente en el barrio musulmán, que los judíos tienen que atravesar cuando se acercan al Muro del Llanto, que ellos llaman Muro Occidental del Templo, para rezar. Este sector de Jerusalén, llamado Jerusalén Este, fue conquistado por el Estado de Israel en la Guerra de los Seis Días, en 1967. Desde entonces, para acceder al Muro, es preciso pasar por tres puestos de control de metales, custodiados por militares israelíes, “falashas”, es decir, judíos abisinios, negros, descendientes, según la leyenda, de los amores entre el rey judío Salomón y la reina de Saba, etíope (Sin embargo, los judíos ultraortodoxos, los “hasidim”, o “piadosos”, no los consideran judíos). Es muy curioso ver cómo se desplazan estos hasidim por las estrechas calles del barrio musulmán para llegar hasta el Muro: andan muy deprisa, casi corriendo, con la cabeza gacha y torcida mirando hacia la pared como para no ver a nadie ni distraerse de su único objetivo: llegar hasta el Muro para rezar.

Hay que advertir, no obstante, que la mayoría de los judíos de Jerusalén no son ortodoxos, siendo, estos, por el contrario, más bien una rareza concentrada fundamentalmente en uno de los barrios.

El lado oriental del Muro Occidental es la llamada Explanada de las Mezquitas, donde se hallan la Mezquita de la Roca y la Mezquita de Al-Acsa, dos de las más importantes y sagradas para los musulmanes de todo el mundo. Para acceder a ella también es preciso superar un puesto de control de seguridad militar israelí y transitar por una pasarela sobreelevada por encima de la explanada donde se halla el Muro Occidental judío y protegida por una gruesa celosía de tablones de madera para impedir el lanzamiento de objetos sobre los judíos que oran en su base.

Si algún día estalla la Tercera Guerra Mundial,
hay muchas probabilidades de que lo haga aquí

Es decir, que un simple muro, eso sí, formado por bloques de gigantescas piedras, separa los lugares de rezo de dos religiones emparentadas y enfrentadas. Resulta evidente el riesgo de conflicto a la más mínima provocación de unos u otros. En honor a la verdad, hay que decir que cualquier persona que no porte signos visibles de otra religión puede acceder al Muro, donde, los varones, si quieren rezar, habrán de colocarse una “quipá”, o simplemente, llevar la cabeza cubierta mediante boina, gorra o sombrero. En cuanto a la Explanada, es posible acceder a ella siempre que no se lleven signos visibles de la religión judía: para éstos, está absolutamente prohibido por su propia religión y por los musulmanes. Su presencia allí sería interpretada como una provocación, pues es un lugar de rezo y estudio del Corán por parte de grupos de musulmanes.

Como dijo un guía turístico: “Si algún día estalla la Tercera Guerra Mundial, hay muchas probabilidades de que lo haga aquí”.

En cuanto a los cristianos, dado su escaso número, apenas entran en conflicto con los judíos, aunque los más ortodoxos de estos a veces han protagonizado conflictos con ellos, pues no olvidan el tradicional antisemitismo de los cristianos y la acusación infundada de deicidio que han sufrido y que sólo fue tajantemente condenada por la Iglesia Católica en el Concilio Vaticano II. Con respecto a los musulmanes, por regla general, los cristianos se llevan bien con ellos, pues los une el común enemigo judío.

¿Y cuál es el panorama entre los cristianos en esta tierra llamada Santa? Se resume en pocas palabras: división y coexistencia, no armonía ni convivencia. Así, ya desde los primeros tiempos, el mantenimiento y propiedad del templo fueron objeto de disputas entre las diferentes facciones o sectas cristianas. Hoy en día la gestión de la iglesia es compartida por no menos de seis grupos, siendo los principales custodios la Iglesia Ortodoxa Griega, La Iglesia Apostólica Armenia, y la Iglesia Católica Romana, y también tienen funciones menores la Iglesia Copta (una capilla), la Etíope (un convento minúsculo situado en la techumbre de la basílica principal) y la Iglesia Ortodoxa Siria (una capilla).

Todos ellos se rigen por una serie de complicadas reglas, que regulan los derechos de tránsito en el interior del templo, dividido en parcelas pertenecientes a cada una de las dife-rentes facciones. Otras partes son de propiedad o gestión compartida entre varios grupos. La violación de estas normas puede traer consecuencias desastrosas. En noviembre de 2008 tuvo lugar un agrio enfrentamiento entre monjes griegos y armenios por una disputa al respecto.

Así las cosas, hacer reparaciones en el templo y poner de acuerdo a todos es realmente una tarea imposible. Y nadie se atreve a quitar algo que otros hayan puesto en su parte del templo. Alguien, durante la primera mitad del siglo XIX, colocó una escalera de madera apoyada en la pared, bajo la ventana de una de las entradas del templo. No se sabe a qué grupo pertenecía, quién lo hizo, ni la fecha exacta en que fue colocada. El caso es que para no molestar a nadie la escalera nunca se retiró. Sigue allí por lo menos desde 1852, año en que se documentó por primera vez su presencia.

El problema, al parecer, se deriva del hecho de que las dos ventanas superiores pertenecen a los armenios y ellos tienen el derecho de su limpieza y reparación. Pero, ay, la cornisa en la que se apoya la escalera pertenece a los griegos ortodoxos. ¡Y no se ponen de acuerdo en quién debe retirarla!

No se ponen de acuerdo ni siquiera en quién debe
reparar las goteras que a veces se producen

Algo similar ocurre en la basílica de la Natividad en Belén, una de las ciudades administradas por la Autoridad Nacional Palestina: las tres comunidades que la custodian son la Griega Ortodoxa, la Armenia y la Latina, teniendo la comunidad Siria Ortodoxa solamente derecho a oficiar la celebración de la misa en Navidad y Pascua. Tampoco aquí se ponen de acuerdo las tres comunidades para llevar a cabo las necesarias obras de reparación y mantenimiento del templo, muy bello y el más antiguo de Tierra Santa. No se ponen de acuerdo ni siquiera en quién debe reparar las goteras que a veces se producen. La situación ha llegado a tal extremo que el ayuntamiento de la ciudad, de mayoría cristiana, ha decidido realizar por sí mismo las obras necesarias, pues el turismo es su principal fuente de ingresos y la basílica está muy deslucida, y después, por vía ejecutiva, obligará a pagar a las tres comunidades cristianas.

En esta basílica nos sucedió algo muy significativo: nuestro guía, un cristiano palestino nacido en la propia ciudad de Belén, nos había advertido que, en el interior de la basílica, estaba totalmente prohibido que cualquier persona, hombre o mujer, tocase a otra o la cogiese de la mano, pues los monjes greco-ortodoxos permanecen en constante vigilancia para evitarlo, ya que corríamos el peligro de ser expulsados, todo el grupo, de la basílica.

Pues bien, cuando ya estábamos finalizando la visita, a una joven pareja del grupo se le olvidó la prohibición y se tomaron de la mano brevemente. Este gesto fue observado por el monje que desde lo alto de un sitial vigilaba el estricto cumplimiento de la prohibición y, dando un gran grito, los amonestó severamente, estando a punto de expulsarnos, cosa que no sucedió porque nuestro guía, con la autoridad que le daba el hecho de ser nativo de la misma ciudad, intervino y calmó el enfado del celoso guardián de la moral.

El viajero saldrá escandalizado del fetichismo
consistente en adorar piedras y lugares

Desde el punto de vista de las costumbres, la segregación entre las comunidades es también muy evidente: los viernes no trabajan los musulmanes porque es su día sagrado, el sábado no lo hacen los judíos los cuales, además, no pueden, entre otras actividades, según marca su libro, el Talmud, encender fuego, viajar en avión, conducir el coche, encender luces o llamar por teléfono. El domingo son los cristianos los que no trabajan.

En resumen: hay católicos en nuestro país que consideran que viajar a Israel es convertirse al catolicismo o reafirmarse en la fe cristiana. Desde mi punto de vista es más bien lo contrario: por poca capacidad crítica que tenga, el viajero saldrá escandalizado del fetichismo consistente en adorar piedras y lugares donde supuestamente, y por pura tradición legendaria, se cree que sucedieron los hechos vinculados a la religión cristiana. Además, conocer de cerca la historia y los lugares de tanta crueldad en nombre de las distintas religiones sólo le reafirmará en su agnosticismo.

No obstante, pienso que este viaje debe hacerse: es sumamente interesante conocer los orígenes de las creencias de aproximadamente la mitad de la Humanidad.


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