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Vida de poeta

Posted By Antón Castro On 01/06/2011 @ 08:00 In Apuntes,Artes y letras | No Comments

A Mariano Esquillor

A veces me digo: Cuando llegue la muerte qué descansado se quedará uno. Pero por ahora ni la deseo ni la espero. Ni me aburro. Soy insomne prácticamente y nonagenario. Lo máximo que puedo dormir son cuatro o cinco horas; me levanto antes de que el cielo abra sus ojos enrojecidos, sus pestañas de oro antiguo.

Mariano Esquillor-fotografía de Angela IbáñezMe entretengo en pequeños menesteres, y a veces leo algo: William Blake, Paul Eluard, Alejandra Pizarnik, cuánto me gusta esa suicida de pelo corto y temblor de miedo en la voz, o un poemario dedicado de Manuel Pinillos: fue mi maestro y un acicate cuando yo era, sin saberlo, el albañil poeta.

Casi siempre releo los dos o tres poemas que he escrito el día anterior. Los releo, los corrijo, cambio alguna palabra y enfrío mi intuición desordenada, el destello de la visión, esas imágenes que me ha dictado un ciego impulso: la premonición de un ángel que llega. Más tarde, desayuno. Y no tardo en salir a la calle. Para alguien como yo la mañana es infinita y a la vez se me agota en un suspiro.

Entro en el bar Mateo o en el bar La ribera y pido un café solo y bien cargado. Me despeja la cabeza. La mañana está tranquila ahí dentro: busco una mesa, repaso los diarios y me centro en lo mío. En mi cuaderno de poemas. Y de dibujos. Uso tinta china y lápices de colores desde hace años. Pinto sueños terribles, ojos de espanto, rostros que ni sé de donde salen y que se perfilan, trazo a trazo, como monstruos, como los restos de una pesadilla. Y lo primero que hago es un pequeño dibujo, que es como el umbral de los poemas que voy a escribir, la puerta que se abre a la musa. A veces lo pinto un poco más, e incluso lo firmo.

Escribo poesía para una mujer,
a la que nunca le gustó que escribiera poemas

A medida que lo voy haciendo, escucho las voces, las discusiones, esas conversaciones confiadas entre dos amigos, las confidencias entre dos o tres mujeres. Las miro desde mis gafas oscuras, las contemplo con delectación. Ellas no lo saben, pero siempre hay una frase suya que me inspira o que traslado literalmente a los poemas: Lo quería furiosamente, pero él no quiso enterarse. Era ajeno al mundo de los vivos: desapareció en el mar durante un vuelo a París”, oí decir una vez.

Escribí un poema, o una historia, inventé una vida. Lo que más me ha gustado en este mundo han sido las mujeres. Su calor, su proximidad, su imaginación, su belleza irresponsable con un viejo poeta como yo. Tengo una imaginación demasiado frágil al más leve estímulo femenino. El café es mi paraíso: nunca me aburro. A veces son ellas quienes se acercan y me preguntan. Quieren saber qué hago, quieren saber para qué y para quién escribo. Si me hacen esa pregunta, ese es el mejor momento del día. De la semana. Del mes. Les digo: Escribo poesía para una mujer, a la que nunca le gustó que escribiera poemas. Y me resulta muy fácil percibir su emoción, oír el llanto feliz de sus lágrimas. Ahora sé cuánto le gustan mis versos: regresa cada tarde a nuestro cuarto desde la región de las sombras solo para oírme”.


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