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Siempre olerá a lentejas

Posted By Lucía Álvarez On 19/12/2011 @ 06:45 In El sueño de | 12 Comments

Perdonen ustedes. Voy a reinventar el concepto de suegros. Olvídense de lo que saben hasta ahora. Yo tengo suegros desde niña. Y no porque tuviera un novio asignado ni nada por el estilo. Simplemente quería a mis suegros y ellos a mí.

Siempre olerá a lentejas Al fin y al cabo, analicen, ¿qué son unos suegros? Los padres de tu pareja, los abuelos de tus nietos, en definitiva, tus segundos padres. Pues eso son para mí mis suegros: Aurora y Camilo. Con la gran ventaja de que nos hemos escogido mutuamente y eso nos hace disfrutarlo plenamente.

Puedo entender que no es una relación fácil de comprender. Una lástima. Porque la complicidad, la alegría, las broncas… calientan mucho más el alma si tus suegros están ahí.

No podría contar con todos los dedos del mundo la cantidad de risas que nos hemos echado juntos. Risas de esas plenas, que ensanchan. En cambio, no recuerdo ningún mal rollo nunca. Jamás. Lágrimas sí. Porque en la vida no siempre todo es bonito y a veces dolía el corazón. Pero las penas con pan son menos. Y las penas acompañados, lo mismo.

Regañinas también recuerdo, sí. Sobre todo de mi suegra, de Aurora. Empeñada en que me portara e hiciera las cosas bien, pero que nunca podía evitar esbozar una sonrisa cuando me la comía a besos.

Mirarte a los ojos
y que sobren las palabras

Complicidad. Sí. Quizás esa sea la palabra acertada. Mirarte a los ojos y que sobren las palabras. ¡Qué difícil de conseguir! Y sin embargo no recuerdo ningún trabajo para que empezara a producirse.

Llegar al pueblo, a Mouruás, tenía un maravilloso ritual: el día anterior llamaba a mis suegros para que al llegar Aurora me tuviera lentejas hechas. De niña las odiaba y mi madre –sabia, como siempre- me envió a su casa a comerlas. (Probado está que lo que los niños no comen en casa, lo devoran en las demás) y tanto me gustaron, que se convirtieron en mi plato favorito hecho por ella (y no saben ustedes qué mano para la cocina…).

Siempre olerá a lentejasA juzgar por su cara, creo que ella las saboreaba el doble viéndomelas comer a mí que comiéndolas ella misma. –Era uno de sus mayores disfrutes, hacer feliz a su gente.-

¡Acababa empachada! No había forma de parar hasta que no cabía una lenteja más en mi cuerpo. ¡Significaban tantas cosas! Pero lo del empacho tenía fácil solución, empezar otro ritual: Subir corriendo las escaleras y meterme rápido en la cama con ella. Ahí hablábamos de tantas y tantas cosas… unas alegres, otras no. Eran nuestros ratitos de confidencias.

He echado auténticas carreras con mi suegro por coger su sitio en la cama. Y acurrucarme allí, tranquilita y olvidarme de que en el mundo hay problemas.

La cocina seguirá
oliendo a lentejas

Hace unos meses que Aurora no está. Digo que no está, pero no que se fue. Porque ella sigue aquí, bien pegadita a nosotros. Estoy segura de que será ella la que me cogerá la mano ahora cuando llegue al pueblo y sea yo la que hace las lentejas. Y sé que sonreirá como cuando me la comía a besos cuando las sirva en la mesa y nos observe comerlas hasta que no nos quepa una lenteja más.

Porque nos enseñaste a querernos, porque te prometí cuidar de mi suegro y porque nunca me podré separar de ti, la cocina seguirá oliendo a lentejas.

No me sueltes la mano. Nunca. Te quiero tanto…

Un beso en los morros, Suegra. Aurora.


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