Recepcionistas levantando teléfonos, niños ricos estacionando los autos de sus padres, rubias de tintura mostrando el culo a la cámara, hippies de salón que no han perdido dinero. Así se congela el mundo, con políticos cobrando sobornos, gerentes esclavizando ¿acaso no repetimos la historia del holocausto?

Del otro lado del mapamundi mueren millones de niños que no han podido superar la jornada laboral, pero no hay problema, porque también nacen millones de ellos que comenzarán rápidamente a trabajar, y de éste lado nos volvemos a cada minuto más excluyentes, cerrando el establo amplio para unos pocos y dejando el pequeño para los otros, como si el ganado no fuese el mismo.

Los menos, aunque seamos más, los simples, los burdos, chabacanos que todos los días cumplimos con el compromiso social sin poder disfrutar de la vida. Once meses de esfuerzos a cambio de quince días de regocijo. ¿Para qué? Desde pequeño he venido escuchando lo mismo, la igualdad, la fraternidad y la libertad, me han intentado convencer diciéndome que la revolución francesa había conseguido un avance para el hombre, y hoy, más de 200 años después, veo que no hubo avance alguno, que los senegaleses son perseguidos bajo la torre Eiffel, sí, ahí en la tierra que prometió igualdad, fraternidad y libertad.

 ¿Acaso no repetimos
la historia del holocausto?

Larguen sus armas, compren barato, escupan en la vereda. Al mundo no le interesa un pepino si consumimos lo mejor o lo peor, no importa, continuemos y dejemos de lado el amor, tirémoslo al diablo ¿de qué nos sirve? Es más fácil contar billetes y esclavos que andar sufriendo una pataleta en el pecho que nos dejará como piltrafas arrastrándonos, borrachos y meados con la cara llena de mocos y los ojos hinchados.