Incógnitas

El destino me fue guiando sin yo apenas saberlo a un día 2 de septiembre de hace ya 3 años a lo que iba a ser una nueva experiencia personal y profesional.

Llegaba a mi nuevo centro de trabajo, que aunque me daba cierto respeto por otro lado me atraía por igual. Suponía dejar a un lado varios años de trabajo en las aulas con adolescentes y jóvenes en Institutos de Educación Secundaria para adentrarme en la Educación de personas adultas en un Aula de un Centro Penitenciario. Y para además enseñar Matemáticas y Física y Química que no son materias que gocen de buena “prensa” entre los alumnos. Muy a menudo, los estudiantes tienen la percepción de que aprender Ciencias es aprender un gran número de palabras nuevas y sus definiciones o fórmulas, para aplicarlas en la resolución de problemas, lo cual carece de interés para ellos.

PizarraLas biografías académicas de mis alumnos están marcadas por múltiples fracasos, largos períodos fuera de la escuela y abandono. Forman grupos muy heterogéneos desde un punto de vista cognitivo y cultural que se refleja en una gran diversidad de estilos y ritmos de aprendizaje. El grado de confianza ante la propia capacidad de aprender que tienen mis alumnos viene marcado por una historia de fracasos continuos durante su época de estudiantes, que les hace creer que no son capaces de aprender. “El proceso de aprendizaje es una actividad individual que se desarrolla en un contexto social y cultural”. La escuela en contextos de privación de libertad aparece como el lugar de socialización por excelencia.

El funcionamiento cotidiano aquí tiene otros rituales, el trajinar de los funcionarios penitenciarios, los olores, los tatuajes, las palabras…

Mis alumnos asisten a la escuela no sólo por motivos educativos, sino por todo un conjunto de muchos otros propios del ámbito penitenciario, estas circunstancias dan a la realidad escolar un sentido propio. Mi reto era y sigue siendo promover su curiosidad y creatividad, que se planteen preguntas, reflexionen, desarrollen juicio crítico, y sobre todo que a través de todo ello mejore su autoestima.

Atienden y se esfuerzan aunque la memoria
y sus capacidades se hayan visto muy mermadas

No dejo de asombrarme cuando veo como a pesar de todas y cada una de las situaciones personales y familiares, algunas especialmente duras, vienen a clase, con su carpeta, la mirada perdida y se sobreponen para comenzar la clase. Atienden y se esfuerzan aunque la memoria y sus capacidades se hayan visto muy mermadas. Solamente los que estamos y trabajamos en un aula de estas características entendemos y comprendemos el verdadero logro que es que asistan a clase.

LecturaLos contenidos curriculares son un mero decorado, ¿mínimo común múltiplo, modelo atómico de Rutherford, ecuación de segundo grado…? Estos y otros muchos conceptos resuenan cada día entre las paredes del aula, pero la parte más importante de lo que acontece en la clase no tiene que ver con objetivos ni contenidos académicos y curriculares, tiene que ver con el afecto, la empatía y con el intercambio de sentimientos y valores.

La escuela es por tanto un espacio distinto al centro penitenciario, pese a estar dentro de él y de no poder escapar a sus condicionamientos. Esta es tal vez el mayor potencial de la educación aquí. Muchas veces, desde la cotidianidad del aula suele crearse un vínculo sólido y de respeto mutuo. En este espacio se pueden realizar y de hecho se realizan aprendizajes escolares cada día. En estos casi tres años de trabajo he visto como internos aprendían a leer y escribir o se graduaban para en definitiva “aprender a aprender”.

“Todas las personas tienen derecho a la educación a lo largo de toda la vida. La educación debe abarcar todas las edades; no hay ninguna en la que no sea útil y posible aprender. La educación debe ser universal: ha de asegurar a los hombres de todas las edades de la vida, la facilidad de conservar sus conocimientos o de adquirir otros nuevos”. En cualquier lugar puede darse un encuentro educativo y eso es algo que vivo cada día en mi aula y que agradezco a todos y cada uno de mis alumnos porque ellos son los auténticos protagonistas.

 

Imprimir artículo Imprimir artículo

Comparte este artículo

1 comentario

  1. Hola Begoña:

    Estoy completamente de acuerdo con tus reflexiones, puesto que las pude vivir de primera mano en los dos cursos académicos, que estuve trabajando en el aula penitenciaria.

    El problema para mí, es que nosotr@s como profesores somos el último eslabón de esta gran escala administrativa de puestos superiores, que sólo ven números, ratios…; esa parte cuantitativa que gusta tanto a l@s simpatizantes de nuestro polémico gobierno actual.

    Desde fuera ya del ambiente penitenciario, que tanto he disfrutado, por el buen trabajo en equipo y el esfuerzo realizado en mi último año del C.P de Daroca. ¡Animaros a que todo el equipo docente del aula penitenciaria sigais luchando por una calidad educativa!,centrada en ese espacio educativo de libertad y de respeto que has comentado en tu artículo.

    Por cierto, el título me ha gustado mucho, ya que invita al lect@r a una reflexión, de cómo se vive desde dentro la experiencia como docente; siendo para much@s una gran INCÓGNITA, muy lejos de esas opiniones vagas y sin ningún tipo de criterio que dan personas ajenas al puro y duro trabajo en el aula con internos de un centro penitenciario.

    Un abrazo

Deja un comentario

Por favor ten presente que: los comentarios son revisados previamente a su publicación, y esta tarea puede llevar algo de retraso. No hay necesidad de que envíes tu comentario de nuevo.