La cueva de Alí Babá

Donde “ábrete Sésamo” no es sinónimo de riqueza.

Han pasado ciertamente largos años desde que mi padre viniera de tierras bagdadíes donde trabajaba como director de un precioso hotel llamado The Habbaniya Tourist Village en Habbaniya, Irak. Precioso hotel con un inmenso lago que hacía las delicias de cuantos turistas lo visitaban. No hace mucho también pude ver una foto del hotel, en el que un soldado americano hacia guardia frente al mismo y al lado de un desvencijado y roto columpio infantil. Lugar en el que muy probablemente también disfrutamos mis hermanos y un servidor.

un carrusel en HabbaniyaMi padre estuvo como director cerca de tres años, y nosotros lo acompañamos alrededor de seis meses durante su último año antes de que iraquíes e iraníes se enzarzaran en conflicto bélico. De Bagdad tengo vagos recuerdos, como los paseos por la ciudad junto con mis padres y hermanos o derretidos frente a tanto calor, tomándonos un sugerente cucurucho de diferentes sabores. Lo recuerdo con cariño, y al igual que mi padre, con cierta nostalgia.

Tuve la oportunidad de ver a Saddam Hussein, llegando en helicóptero al hotel y recibiendo un cariñoso saludo por su parte a toda la familia. Un tipo alto y seductor. La inocencia de la niñez me hacía verlo así, como un todopoderoso. Partimos de Irak hacia España ya iniciada la guerra contra Irán, con un aeropuerto lleno de soldados, el disgusto en la cara de mi madre, el desconsuelo en la de mi padre, y… bueno, el resto de la historia ya la conocen ustedes. Tres suculentas guerras con centenares de miles de muertos, la mayoría de los casos civiles. La sangre continúa manando, y esta vez también entre los suyos. Llora angustia y desesperación Bagdad.

Irak, Bagdad, Basora, ya no son noticia, no son referencia de nada y sin los americanos allí o una parte sustancial de su ejercito, la noticias carecen de interés, exceptuando interrumpidos velos de tal o cual masacre. Prorrumpiendo en conatos de inusitada rebeldía personal, el mundo calla a su alrededor, enmudecemos como verdaderos sinvergüenzas, cobardes y en un silencio cruelmente ensordecedor damos la espalda frente a tanto salvajismo.

Como si la naturaleza humana
supiese de donde emana la verdad

Los unos por creerse dueños de una verdad absoluta, como si la naturaleza humana supiese de donde emana la verdad en el hombre, los otros por ampararse en una religión que indudablemente ha de ser guía para la vida de los hombres, de todos los hombres y mujeres de la tierra, no importa la esencia de dicha religión, eso no importa, no les importa la libertad del hombre para creer o no creer, ser libre para decidir que dirección tomar, no, eso no. Se impone y basta, se cree por fe, por hierro o por miedo. Ni los unos ni los otros me dicen nada, salvo el nivel de salvajismo en sus filas, cuyos niveles están en máximos históricos.

Y en medio de tanto ocaso, se levanta la inocencia del niño, del joven y del adulto, que cree aun que es posible cambiar todo lo malo que rodea a esta sinrazón. Se nos pasó por alto, tanto al anterior Presidente americano como al actual, haberle enviado un libro tan singular como mágico, titulado Las mil y una noches, de autor desconocido.

Al anterior para que supiera por boca de aquel que lo escribió que la magia que inunda cada página fue objeto alguna vez de su sonrisa, de su alegría, de sus sueños. Y para el actual para que comprenda que toda la magia que rodea el mito mesopotámico lo cuide, lo mime y no lo destruya, ya que de su cultura milenaria también bebió y mamó parte de su saber.

¿Quién en algún momento de su vida no ha querido ser Aladdin, poder volar en la archifamosa alfombra mágica, o encontrarse con la lámpara maravillosa y hacerla frotar para descubrir en su interior a un genio todopoderoso capaz de manejar a su antojo al mismo cosmos? ¿Quién no soñó en la ingenuidad de la niñez con ser un humilde y pobre campesino, soñador y noble, de nombre Alí Babá, descubridor de una cueva inundada de fenomenales tesoros jamás vistos en profética frase? O surcar los mares en mundos fantásticos… Simbad lo hizo.

¿Quién no soñó con todo ese mundo de fantasía, misterio, aventura y amor? Si no aprendemos a cuidar aquello que la magia del hombre ha hecho fructificar, si no aprendemos a valorarlo, a entregarnos a ese esplendido tesoro que como la cueva de Alí esconde bajo sus muros de piedra, ¿que nos va a quedar? ¿Que estamos enseñando a los jóvenes, futuros dirigentes del mundo en el que ahora vivimos?

La educación no mata, ni empobrece.
Enseña y respeta.

Les enseñamos que la vida del hombre en su puericia es solo un paréntesis, que todo lo bonito y bello que encauza un libro, una vez transcurrido la tierna infancia, se desvanece. Y no es cierto que la naturaleza del hombre enseñe destrucción, aniquilación y fuerza frente a lo frágil, humilde y bueno. Del buen saber de un libro se alza el amor por lo diferente, por lo inexplorado, por lo incierto, por el saber de las cosas.

Siempre he pensado en la educación como salvaguarda de un mundo más humano, más justo y más solidario. La educación no acarrea guerras, no dilapida un país, ni la historia de ese país, no acarrea enfrentamientos étnicos ni religiosos, la educación no mata, ni empobrece. Enseña y respeta.

Scheherezade, es la narradora de mil y una inverosímiles historias al sultán Shahriar para que no la condene a morir en otras tantas mil y una noches. Posteriormente el mismo rey a través de esos cuentos es educado sabiamente en virtud, honradez y cortesía, convirtiendo a la joven Scheherezade en su esposa, reina y madre. Scheherezade es el ejemplo de la superación para buscar en este caso a través de pequeñas historias lo bueno que hay y que existe en Shahriar. Lo bueno que hay y que existe en todos, absolutamente en todos los hombres y mujeres que existen en la tierra. Sin excepción.

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