Gurús de la soberbia

Hay cosas que no entiendo. Cierto es que no siempre resulta imprescindible que un buen profesional sea, además, buena persona. Pero aún así parece deseable y, en igualdad de condiciones, un atributo a favor. También es cierto que en determinadas actividades laborales (la arquitectura, el diseño, la enseñanza, la dirección de empresas, las relaciones públicas…) el carisma personal se entrelaza con la capacidad profesional y los resultados del trabajo realizado no pueden desligarse por completo de la manera de hacerlos.

Por eso no me cabe en la cabeza que determinada chusma humana consiga ascender —y perpetuarse— en puestos de liderazgo y jerarquía profesional. Estoy pensando, por ejemplo, en arquitectos engreídos, prepotentes y déspotas que tratan a todo el mundo, incluidos sus clientes, como si estuvieran muy por debajo de sus méritos. Con una grosería y un desprecio inconcebibles. Pienso en profesores y catedráticos presuntuosos, ególatras y obtusos que presumen de suspender a muchos, cuando su verdadera función es la de enseñar a sus alumnos, no la de purgarlos. Pienso asimismo en determinados sanitarios que tratan como ganado a sus pacientes, sin darles explicaciones diáfanas ni mostrar con ellos el más leve indicador de humanidad.

Y no me extraña en absoluto que este tipo de individuo exista; se da en todos los ámbitos, lugares y momentos porque, por desgracia, la soberbia, el engreimiento, la chulería y la mala educación son consustanciales a demasiadas personas. Lo que me sorprende es que los demás continuemos anestesiados, plegándonos ante el supuesto ascendente profesional —que no el humano— de estos tipos despreciables. Que nos dobleguemos ante ellos en vez de enviarlos directamente hacia el detritus. Que no nos rebelemos y les gritemos ¡basta! Que permitamos que nos pisoteen con sus aires de grandeza, nos minusvaloren con su estulticia enmascarada y nos manejen a su antojo quienes no son, en realidad, más que energúmenos acomplejados que ocultan su insignificancia en esos malos modos.

Basta ya de doblegarnos
ante tanto gurú de la apariencia

¿Por qué no les tosemos? Quizá porque, por desgracia, nos hemos acostumbrado a ser tan pisoteados e infravalorados por nuestros mandamases que inconscientemente, por mera dejadez hacia la supervivencia, estamos entronizando unas formas de actuar que son ajenas por completo a lo importante. Y, lo peor de todo, las estamos alentando con nuestros silencios.

Nadie es más que nadie, por muchos logros profesionales, méritos y distinciones que hayan amasado. Porque la única dimensión del reconocimiento social que deberíamos considerar es la del trabajo en beneficio de los otros, con actitud de servicio, sacándole partido a los talentos que tenemos, pero ofreciéndolos a los demás con naturalidad, dedicación y simpatía.

Basta ya de doblegarnos ante tanto gurú de la apariencia, la mala educación y lo grosero. Ante tanto cantamañanas exquisito. Situemos de nuevo en lo más alto los valores principales de la convivencia; los que siempre debemos defender, y reclamar, cuando los demás los pisotean.

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