La montaña ardió en Castanesa

No importan las causas sino las consecuencias que acarrean.

Para que la alta montaña arda en invierno se tienen que dar un sinfín de conjunciones, todas negativas; la peor, sin duda, es la intencionalidad o no, que causa el inicio del incendio. Para una mente en la que sólo ocupe el sentido común hay ciertas precauciones, en función del hábitat, que no conviene olvidar.

Personalmente sé lo que es tirar las cenizas de la chimenea por la mañana, cuando el aire corta, pero mi común entendimiento me previene de que tras la ceniza puede haber rescoldos y un buen cubo de agua los inunda para ahogar a la amenaza. Pero nadie conocerá, incluso el presunto responsable del desastre, los verdaderos motivos que acontecieron en el mecánico movimiento de dejar las cenizas en el suelo al aire libre, Quizá el hombre se aseguró. Quizá la fuerza del viento aquellos días, con cerca de 100km/h, fue culpable de hacer revivir a la última brasa, virtualmente apagada. Quizá la sequía, con su áspero agostado, quiso revivir la unión de los Jinetes del Apocalipsis y atizó las llamas que luego se volvieron llamaradas. Quizá la nieve, por no estar en su puesto, fue cómplice necesario. Quizá al culpable involuntario se le pueda decir de todo menos bonito. Demasiados quizás pero ninguno confirmado. No importan las causas. El posible castigo o no, al neo pirómano no repondrá el paisaje hasta demasiadas primaveras.

Las consecuencias de un incendio como el originado en Castanesa, pequeño pueblo de la Ribagorza, son medibles cuantitativamente. Los números definen como nadie las pérdidas económicas; imprescindibles por razones obvias. Pero demasiados efectos que trascienden lo material no se pueden medir jamás. ¿Quien mide el oxígeno que los abetos, robles, fresnos, serbales, o pinos silvestres no volverán a exhalar? ¿Quien puede calcular el efecto final de la erosión? ¿Y los efectos en la fauna, tan numerosa y variada en esas zonas? ¿ Olvidamos la contaminación de las aguas, que aunque escasas, todavía se derraman por los barrancos? ¿Y la agresión visual al paisaje?

La montaña es un mundo
seriamente amenazado

No se debe frivolizar con las cosas serias, por eso, considero una consecuencia catastrófica la agresión que el fuego produce en el paisaje y en el que lo contempla. Quizá, explicar eso a un habitante del Sahel tiene una complicada estrategia; pero para aquellos a los que gusta la montaña, dejar vagar la mirada por los perfiles que jalonan un paisaje es una sensación que casi todos deberían experimentar. Y seguro que en ese instante a prácticamente todos se les han escapado los pensamientos dejándoles a sólas con los verdes y los blancos.

¡Sí! La montaña es un mundo seriamente amenazado. Podría estar pronto en la lista de especies en peligro de extinción. No me la imagino tras unas vitrinas en pública exposición en algún museo desorientado. Ni objeto de consulta en aburridos libros de ciencias naturales. La montaña debe servir, primero, para dar sustento a sus pobladores, luego como pulmón y aljibe de nuestros aires y nuestras aguas y por último para recordar al hombre que existe la magia todavía.

El incendio se declaró el 8 de marzo en Castanesa y rápidamente, favorecido por el fuerte viento, se propagó por los municipios de Montanuy y Laspaúles. Finalmente la superficie quemada asciende a 1.900 hectáreas. Durante los seis días que se luchó contra el fuego, hasta su control, el peligro cercano obligó al desalojo de 14 núcleos de la extensa zona y sus 77 habitantes fueron concentrados en lugares de acogida. Lo escarpado del terreno complicó las tareas de extinción. En su frente oriental las llamas se asomaron sobre Vilaller discurriendo por los barrancos y bosques de Montanuy desde Castanesa. Giraron para devastar los pastizales de Las paules, zarandeadas por el viento que elegía a capricho sus idas y venidas.

El olor, ese olor a quemado que impregna el aire, se va quedando atrás. Este es uno de los momentos en que aborreces a tus congéneres y temes por la Tierra pero la vida sigue y a veces te permite ser testigo.

Testigo de un episodio,- ¿cuántos ya?- que siempre tienen la consecuencia de la devastación y como causa la imprudencia, la desidia, la estupidez, los malsanos deseos de venganza, la notoriedad, la indecencia o la locura. ¿Qué más da? Nuestros montes se queman y luego nos quejaremos de las incomodidades que todo esto arrastra, aunque se olviden de que existe un Orden que dicta la Naturaleza. El Orden que nos permite ser como somos. Naturales… de momento.

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