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Embajadas populares

Posted By Jaime Pérez de Arenaza On 14/02/2013 @ 09:00 In Apuntes,Miscelánea | No Comments

Ante la caja tonta me surgió la idea de ir visitando los lugares que para mí supusieron mucho en esta etapa de mi vida aquí. ¡Son multitud de ellos! Es increíble lo que da de sí estrujar los recuerdos de vez en cuando. A menudo lo hacemos, concentrados en una persona que se fue para siempre, en un lugar que conocimos y que ahora es, por h o por b, actualidad…, pero, yo al menos, practico este estruje muy poco; nunca he sido un estrujador, sino más bien vividor, lector, viajero, etc.

buchenstrassePues ahora sí, ni corto ni perezoso, me he venido a un antro que, realmente hace un puñado de años, supuso para mí mucho, quizá, y si mis recuerdos no me engañan (en realidad éstos nunca engañan, sino que uno, sencillamente, se va olvidando, sobre todo de los detalles) me impresionó por diferentes causas. Estoy en el “Viejo Lucense”, que en aquella época se llamaba “Club Lucense”, una especie de cueva alargada y profunda, con una capa de nicotina que debe ser de unos 3 centímetros, con juramentos en gallego retumbando desde hace generaciones, con gallegos y portugueses, hermanados hasta cierto punto, en el que dan el vinorro y las cervezas, con sus tapas de oreja, de tortilla, con sus trabajadores patriarreciclándose cada tarde, cada noche, con su camarera, portuguesa ella, hastiada (de verdad que se le nota) de tanto piropo sin pretensión, porque los piroperos saben dónde están. Eso es ahora. Y antes, cuando entré aquí por primera vez, también debía ser parecido. Mentiría si escribiese que me acuerdo, que era igual, que nada ha cambiado. ¡Qué tontería! Todo, absolutamente todo cambia.

De lo que sí que puedo jurar que me acuerdo, como si fuese hoy, es la impresión que me hizo entrar en este mundo, en esta embajada popular, este oasis de morriña, este mundo de imaginaciones, de planes, de ilusiones, en gran parte consumidas en pitillos, cervezas y vinos. Miles de “en un par de años, me vuelvo”. Cuando entré aquí me pareció como un milagro poder pedir en español, poder tomarme un vino de allá, escuchar charlas en mi lengua materna, sentir de pronto que mi pie volvía a tener un poquito de suelo, un trocito en el que dejar descansar, apoyar mi alma… Mucho, mucho ha cambiado, por ejemplo, el tema de los extranjeros, de los currantes españoles de maleta de cartón amarrada con una cuerda o un cinturón. En aquel entonces eran los llamados temporeros, que podían venirse a Suiza por 9 meses, dejando a la familia allá de donde viniesen.

En un par de años,
me vuelvo

Recuerdo algo en especial, aunque no tiene que ver con el local en que estoy, pero sí con los emigrantes: cerca de uno de los lugares en que vivimos, la calle de las hayas (Buchenstrasse), pasaba, camino de alguno de los trabajos que tuve, por delante de un edificio gris, más que gris, negruzco, que parecía no haber sido nunca renovado, con un eterno olor a pescado frito, a fritanga, con las ventanas siempre abiertas (los 3 meses de invierno se tenían que volver a España), con los visillos, éstos sí que grises, muy grises, con algunas caras asomadas a las ventanas, caras cansadas, en su mayoría jóvenes, no afeitadas, a veces con la espuma, preparando la zona para un afeitado. Nunca olvidaré esa fachada, hoy casa respetable, renovada, repintada, repipona. Ya sin extranjeros porque el estatus de temporero se abolió hace tiempo, quizá por inhumana y porque en la Península todo comenzó a mejorar económicamente y la gente allá se lo pensaba mucho más antes de salir en busca del “sueño europeo”, que dejó paso al “sueño español” de multitud de latinoamericanos…, que hoy parece que, amargamente, se va apagando. También recuerdo que me pareció un palo el precio de mis cervecitas y que fue rarísimo pagar en francos y no en pesetas.

cerveza1(1)En aquella época yo no hablaba absolutamente nada de alemán. Lo poco que decía fuera de casa era en inglés, mejorado por mis meses practicándolo en el tiempo que estuve trabajando ilegalmente en Gempen, Suiza, pero, al fin y al cabo, inglés de escuela. Así que, eso, me chocó y en cierta forma, me aliviaba poder hablar aquí español.

Este sitio cae muy cerca de la primera vivienda que tuvimos, una casa de ocupas que se quedó en mi corazón, con más o menos cambios obligados por el tiempo, en la calle de las rocas de los osos (Bärenfelserstrasse). Aunque supongo que muy al principio mi radio de acción era, por el miedo a perderme y no saber ni preguntar cómo se va a nuestra primera vivienda, muy restringido. Creo recordar que fue Rena la que me llamó la atención sobre él. Y vine. Pero no mucho. Es increíble, pero nunca, nunca me metí, de forma regular, en “embajadas populares” españolas. Ni amigos españoles, excepto dos excepciones (el uno, Pedro, se me murió muy joven y el otro, Antonio, es un amigo del alma). Debe ser un tema complicado, explicar por qué. Ya me lo iré intentando explicar, seguro.

En Basilea conozco este y otro reducto español, el Sementeira, al que le llegará su momento. De vez en cuando, después del trabajo, durante bastantes años, puramente físico, me pasaba por aquí. Y algún domingo por la tarde. No hablaba con nadie. Imagino que miraría la tele (¿en español?), pensaría en yo qué sé qué, me fumaría mi par de ducaditos (esta costumbre, la de los ducados, la mantuve hasta el nacimiento de Carla, o sea durante unos 10 meses desde mi llegada a Suiza) y me iría. Imagino. Supongo. No me dan más de sí los recuerdos. Añadir algo sería novelar y eso no es la idea de estas líneas.


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