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Reencuentro

Posted By Jaime Pérez de Arenaza On 17/04/2013 @ 09:00 In El sueño de | 1 Comment

Cada vez que se abría la puerta de llegadas se le aceleraba un poco el corazón y, poniéndose de puntillas, intentaba entrever a su amigo de hacía más de 20 años. De alguna forma, se arrepentía de haberlo invitado a pasar unos días en casa… y, de otro, tenía la esperanza de volver a conectar con Él, de que la química entre ambos volviese a funcionar, si no como antaño, sí de una u otra forma.

Escuela agropecuariaTodo había comenzado una tarde de esas tontas que tiene cualquiera, navegando por internet casi como haciendo tiempo antes de la peli de las ocho. De no sabía dónde le surgió de pronto aquella típica pregunta de ¿qué habrá sido de…? Así, sin más. O a lo mejor fue el artículo que había leído hacía unos días sobre un pueblecito leonés que, tras haber estado inundado durante décadas, había vuelto a aparecer, no por arte de magia, sino porque para drenar la salida del embalse por la presa, lo habían tenido que vaciar.

Probablemente fuera esta noticia la que le llevó a hacerse esa pregunta ¿qué habrá sido de Juan? Juan era de la ciudad misma, de León y se habían conocido hacía más de veinte años en una granja escuela a la que fueron, rebotados, por un sinfín de motivos, de sus respectivas urbes (León y Madrid) para estudiar lo que en aquel entonces se llamaba muy rimbombantemente Técnico en Explotaciones Agropecuarias.

Venían de familias muy diferentes: Juan de familia de clase media “clásica” y bien conservadora, Él de una antigua familia de raíces vascocatalanas venida a menos por los azares de la vida, también conservadora, por parte materna por convicción y por parte paterna de piquillo. Se cayeron bien desde el principio. A Él le sorprendía y atraía ese no sé qué de provincias (lo campechano, el acento, vaya usted a saber) de Juan y a éste le llamaba la atención lo mundano e irreverente de Él, pues había estado ya en el extranjero, cosa que a Juan ni se le había pasado por la cabeza todavía. Ya era bastante aventura salir poder de casa e irse a unos ochenta quilómetros a descubrir “la otra vida”. Mientras el leonés residió desde el principio en la granja escuela, Él se buscó con otros una casa de alquiler en un pueblo cercano, ya que no quería salir del entorno familiar, abierto, pero con ciertas reglas, para caer en el medio estudiantil y con muchas reglas de este centro de formación.

Fueron contándose sus proyectos,
sus problemas, sus ideales, sus miedos

Así que se fueron conociendo poco a poco, fueron contándose sus proyectos, sus problemas, sus ideales, sus miedos. Coincidían en algunas cosas, aunque en temas de política (corrían los años 80) intentaban no profundizar porque tenían ideas bastante diferentes. Pero ambos estaban de acuerdo en cuanto al amor al campo, a la agricultura, si bien era una inclinación sin conocimiento de causa, ya que los dos venían del medio urbano e idealizaban a más no poder la vida rural. Incluso llegaron a hacer planes para ganarse la vida criando conejos.Cuando se separaron porque ya habían recibido sus flamantes títulos de Técnicos Agropecuarios, se perdieron totalmente de vista. En aquella época, todo el mundo cibernético, al menos en España, aún ni existía, así que o carta escrita a mano o a máquina, o teléfono, o visita, o nada.

leónJuan parece que volvió a su León natal, se casó, tuvo dos hijos y trabajó en el mismo campo en que su padre le dio el relevo y Él se quedó por la zona haciendo intentos en temas de agricultura, que fracasaron estrepitosamente y, poco después, sencillamente emigró a un país centroeuropeo. Lo hizo no por necesidad, pues algo se hubiese buscado a través de su familia o por sus propios medios, sino por amor, porque se había enamorado locamente de una chica de por allá al norte de los Pirineos. Trabajó en diferentes cosas, entre ellas, en el campo, se casó por lo civil (más por papeles que por convicción), tuvo una hija y por allá se quedó hasta este momento, delante de la puerta de llegadas del aeropuerto.

Todo esto y muchos otros pensamientos le habían venido rondando la cabeza. Hasta que Juan, un poco confuso, con esa cara de esperanza que ponemos todos al salir tras pasar la aduana, de estar buscando a alguien salió.

Es interesante fijarse en la expresión de la gente que va saliendo e intentar adivinar si hay alguien que la espera o no. Juan salió sabiendo que Él no le fallaría, que Él sabía que de la lengua del país ni idea y que el inglés con muchos apuros y que por eso Él no le iba a fallar. Y sí, se vieron, se examinaron por un momento y percibieron los trastazos que el tiempo había ido dejando en uno y otro: más gordos, más calvos, con arrugas alrededor de la boca que antes creían que no existían…, pero la expresión de los ojos era la misma, no había cambiado.

Llegó entonces el momento
de las preguntas de rigor

Llegó entonces el momento de las preguntas de rigor como qué tal el viaje, te llevo la maleta, etás cansado, tengo el coche cerca,… De camino a casa de Él charlaron un poco de sus respectivas mujeres, de los niños, del trabajo. Mirando por la ventanilla, a Juan se le ocurrió hacerle algunas preguntas sobre el país ese centroeuropeo que tan extraño le resultaba ya desde el principio de los cinco días que iba a pasar en él. Si se ganaba bien, si le gustaba la vida allá, cómo eran las mujeres y otras muchas cuestiones a las que es casi imposible responder en pocas frases. Resulta sorprendente esa tendencia que tenemos de plantear cuestiones que sabemos que el preguntado no va a poder respondernos porque, sencillamente, hay que vivirlas. Pongamos un ejemplo: uno hace un viaje de tres meses por Latinomérica. A la vuelta puede contar seguro con preguntas del tipo ¿qué tal te fue? ¿lo pasaste bien? ¿cómo era la comida? Y por el estilo. Y lo curioso es que, a pesar de que a nosotros ya nos las han hecho y no hemos podido contestar más que con adjetivos del tipo buena, mala, enorme, precioso, etc, vamos y hacemos lo mismo.

maletaJuan quiso saber de aquel lugar donde su amigo había pasado casi treinta años y Él se sintió por un lado aliviado de que fuera Juan quien tomase la iniciativa y, por otro, un poco irritado por eso, porque intentar responder a ese tipo de cuestiones es, a todas luces, imposible si se quiere ser fiel a la realidad. Fue dando respuestas tan bien como pudo y se alegró de que su casa no estuviese a más que media hora del aeropuerto.

Cuando llegaron, sacaron la maleta y una bolsa con un par de regalos que Juan traía y Él le mostró su cuarto. Juan se tomó un rato para colocar sus cosas y luego se acercó a la cocina donde Él había puesto ya una botellita de vino de la región y dos vasos. Su mujer no estaba esos días, había ido a un país vecino para hacer un curso de psicología aplicada y la hija hacía ya muchos años que se había independizado, como suele ser costumbre en Centroeuropa. Y así, de vino en vino, fueron ya entrando más en lo profundo, en cómo se sentían sus almas, en lo que habían hecho bien o mal en estos años, dejaron ver el uno al otro las astillitas clavadas en algún sitio por sueños no realizados y que ya no se van a realizar nunca, se descubrieron sus pequeños sueños con posibilidades de convertirse, por lo realizable que eran, en perlas en el collar de sus vidas… Ya de madrugada se rindieron al cansancio y cada uno se fue a su cuarto. Por supuesto que estos vinitos, este cierto grado etílico que nos suelta la lengua y abre el alma, no fue necesario más que en aquella ocasión y no es que luego se hubieran hecho abstemios. Ese vino inicial es un poco como el primer empujoncito a un péndulo, que luego sigue moviéndose por inercia propia.

Pronto, ya durante el desayuno la primera mañana, retomaron sus recuerdos mutuos, sus historias, explicaciones, risas, momentos callados. Salieron a menudo a pasear por entre los bosques de hayas que tanto asombraban a Juan, se sentaron a tomar sus cervecitas en los bares que más le gustaban a Él, cocinaron juntos, discutieron alguna vez por temas de política, aunque ambos sabían que era mejor no tocarlos, y por las diferencias entre los países en los que vivían. Y, como ocurre a menudo, la visita que al principio avanzaba en el tiempo perezosamente, fue tomando velocidad hasta acabarse vertiginosamente rápida tras esos cinco días que los dos habían considerado en un principio un tiempo prudente. Durante la ida al aeropuerto apenas hablaron. Los dos le iban dando vueltas a temas sobre los que no habían podido hablar, sin hecerse ya más preguntas de esas generales que obligan a burdas generalizaciones. Sacaron la maleta y una bolsa con regalos de Él para la familia de Juan, facturaron su maleta y, ante el control de pasaportes, se abrazaron con el corazón algo encogido y el alma un poco más liberada. Se dijeron un “nos vemos, estamos en contacto” y Juan se fue…


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