Los presos hablan, preguntan, quieren saber…

NUNCA había ido a una cárcel. Sé que he visto la parte más amable, esa calina chicha donde parece no haber tensión ni encono, ni las diversas formas de desesperación que sabotean el ánimo y el corazón cuando falta el aire y, a veces, sobra la culpa. Pero he visto que en la cárcel, con un poco de sosiego e ilusión, o de pasión por la vida que espera fuera, tarde o temprano, se pueden hacer muchas cosas. Y se hacen.

En Zuera me impresionaron los talleres. El módulo trece y catorce son increíbles. Limpios, ordenados, con un clima de trabajo y camaradería que no pasan inadvertidos. Los propios presos se organizan y son capaces de dar clases. Un recluso hablaba a sus compañeros de los secretos de su país, creo que era Nicaragua. Acompañaba su lección con carteles, con mapas, con fragmentos de cómic, y los compañeros lo seguían, intervenían, algunos hasta con delectación: viajaban con la imaginación. Hacen cerámica, encuadernación, marquetería y pintura, sueñan y se afanan mientras suena la música. La vida en un puño, en las manos contra las paredes del espanto.

Artículo de Antón Castro

Estuve cerca de los presos que leen, de los presos que apenas leen y que confiesan, con un arrebato de orgullo, que «acabo de leer mi primer libro y lo he entendido todo». Cuántas cosas pasan allí dentro, cuánto dolor y cuánta búsqueda, cuántas historias sumergidas, cuántos errores, cuánta mala suerte también, qué forma tan peligrosa de existir han tenido algunos.

Muchos escriben, motivados por él escritor y bibliotecario Javier Aguirre y los profesionales de Cruz Roja (Pilar y Manuel, entre otros). Un joven ha escrito un poema de «amor más allá de la muerte»: alguien que ha fallecido habla desde el otro lado para declarar su pasión inmortal a la mujer amada. En Daroca, el club de lectura es más reducido. Alrededor de una docena. Los dos Javier (Aguirre y Mesa) y Jaime contagian la pasión por la creación: la literaria y la cinematográfica, el mundo de las revistas. Los presos redactan cuentos, poemas, se dan ánimos con textos llenos de esperanza, lo graban casi todo. Entras y de golpe tienes que atravesar la clase de inglés, y llegas a una poblada biblioteca, ordenadísima y bien surtida. Los presos hablan, preguntan, quieren saber, quieren contarse: uno habla de su padre, del bar que tenían en Alfamén y de los viñedos; otro exhibe humor e ironía; otro recuerda que es corredor de media distancia como su paisano el Guerrouj; otro dice que fue marchador y que ama a Merche. En la hora del adiós, alguien pregunta: «¿Qué impresión se lleva de la cárcel? »

* Publicado por cortesía de HERALDO DE ARAGÓN.

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