Vagabundos con oficio

Los vagabundos abundan más ahora que nunca debido a que la economía ha traspasado con creces la línea roja que define el, mal llamado, estado del bienestar, del otro, el del malestar generalizado. Vagabundos, o transeúntes también, que a la fuerza o por voluntad propia deciden llevar una vida errante tratando de sobrevivir de la caridad ajena, tal y como puede apreciarse en algunas instituciones de Zaragoza dedicadas a personas sin recursos, bajo los puentes del Ebro y del Huerva, en cajeros automáticos y a la entrada de algunos garajes urbanos.

Vagabundos con oficioPero este artículo va a referirse a otro tipo de vagabundos, lo vagabundos con oficio, término acuñado por Cela en algunos de sus magníficos libros de viajes. Vagabundos temporales que disponen de trabajo y hogar permanentes y que parte de su tiempo libre lo emplean viviendo con lo puesto. Unas piernas decididas, una mochila repleta a la espalda y el firme propósito de poder ver cumplidos algunos sueños, pueden ser suficientes. Y se paga un precio.

Fatiga en las piernas, calor, frío, picaduras de insectos, hambre, sed y peligrosas tormentas de agua y granizo forman parte de esa vida transitoria. Pero vale la pena el esfuerzo. Basta con contemplar la salida y puesta de sol de cada día, respirar el aire puro de las montañas y del llano o poder observar de noche el apacible transitar de la luna sobre un cielo oscuro cuajado de estrellas.

Los lectores que sólo conocen al articulista por el nombre y su oficio, ven aquí el careto de un gachó con sombrero enjaretado y, con más que sobradas razones, pueden pensar que lo hace por presumir, por destacar, por creerse diferente a los demás. En principio no, amigos. No es nada más que un signo externo del animal que lleva dentro.

Cualquier cosa
menos vivir del recuerdo

Ganado a pulso, pasito a pasito, durante más de una década después de recorrer a pie, con mochila y botas unos 3.000 kilómetros de Península ibérica. Primero las montañas, los Pirineos, desde el Mediterráneo al Cantábrico, con tres amigos. Después, y en solitario ya, el Camino de Santiago, desde el Somport hasta Compostela y a continuación, la Vía de la Plata, desde Sevilla hasta Astorga, en León. Uno se cortó la coleta hace ahora unos cuatro años. Pero nunca se sabe, con frecuencia duelen las ganas y esas mismas ganas pueden empujarle de nuevo al ruedo. El sombrero, una vez cumplida su misión de informar en silencio hasta ahora sobre el personaje, desaparece en este artículo.

A uno, que por la gracia de Dios se considera algo pirado, tampoco tanto, le rondan por el coco muy confusos y variados pensamientos. Está convencido de que la vida es bastante corta como para ser desperdiciada viviendo siempre alrededor de lo mismo. Familia, trabajo, preocupaciones, comida y sueño. Es la vida, claro, pero también cree que hay que romper de vez en cuando, correr riesgos, elegir otras opciones. Y nunca es demasiado tarde, porque las posibilidades son múltiples y variadas. Aquí mismo, en un artículo titulado “Sobre la brevedad de la vida”, ya hablaba uno de ello diciendo algo así como que pasa como un suspiro, que no hay que dejarla escapar con la rutina.

Que no hay que anclarse en el pasado. Cualquier cosa menos vivir del recuerdo para mirar el moho complaciente del propio ombligo. Uno cree que fue Picasso el que dijo que si es joven se es para toda la vida. Invirtiendo la declaración, y bajo una lógica aplastante, podría afirmarse también que si se es viejo se es para toda la vida.

* Publicado por cortesía de www.aragondigital.es

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