«La Roja» más roja

La nueva equipación de nuestra selección española de fútbol, la campeonísima del mundo y de Europa, no me gusta nada. Vale que el apelativo de «La Roja», si no se abusa de él, puede ser una denominación simpática y alternativa —que no excluyente— de las tradicionales España o Selección Nacional. Pero, desde luego, nadie es quién para cambiar discrecionalmente los símbolos de todos, y mucho menos los responsables de marketing y diseño de una firma deportiva.

la Roja¿Qué es eso de vestir a nuestros futbolistas completamente de encarnado? ¿Acaso somos Bélgica, o los «Diablos Rojos» del Liverpool? Qué va, somos España. Y desde que tenemos uso de razón siempre hemos jaleado a nuestros internacionales con su elástica roja, su pantalón azul y sus medias negras. Así fue en el doce a uno contra Malta, en los tres títulos recientes y también, por qué no decirlo, en los fracasos históricos como el del Mundial 82 celebrado en nuestra tierra.

Que no, que no parecemos España con estos uniformes. Y estas cosas, además, suelen dar gafe. ¿Qué ocurrió cuando el inefable Agapito Iglesias y sus acólitos decidieron cambiar el escudo tradicional zaragocista por una versión más actual, dinámica y moderna del 75 aniversario? Que pasada la novedad inicial nadie se identificó con él, ni siquiera los propios jugadores. Y la iniciativa terminó con el equipo en segunda división y una crisis institucional y deportiva que no tiene precedentes.

Que no, que no parecemos
España con estos uniformes

Los símbolos representan lo que somos, lo que sentimos, la esencia de lo propio. Son, por ello, decididamente permanentes e inmutables. Más allá de las mínimas actualizaciones para adaptarlos a los nuevos tiempos, nadie puede moldearlos a su antojo.

España, completamente de rojo, es menos España. Y así lo pareció en el Soccer City de Johannesburgo el miércoles 20 de noviembre, el día del estreno, donde perdió en un flojo partido contra el combinado de Sudáfrica. No quiero pecar de agorero, pero este tipo de cosas suelen dar mal fario. Es asumible cambiar la segunda equipación con criterios comerciales, pero no la bandera, el escudo, el himno… porque, necesariamente, son inmutables. Y, desde luego, los intereses económicos (la venta de camisetas, en este caso) no son razones suficientes para alterarlos de ese modo. Ya puestos, el siguiente paso puede ser incluir un logotipo en nuestra bandera —cobrando, eso sí, unos jugosos royalties a cambio— o un jingle publicitario en nuestro himno porque, total, no tiene letra…

Ay, ay, ay. Que no sé si este mundial nos va a salir maluzo. Y, aunque lo ganemos (ojalá sea así), nos resultará antinatural ver a nuestros chicos posando con la copa como si fueran participantes de una tomatina.

Y es que España puede ser «La Roja». Pero no «La Toda Roja».

 

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