Alas heladas

Cómo se nota que en las cárceles americanas los presos no usan ascensores. De haber sido así, el pobre Robert Vick seguramente se habría ahorrado el fiasco que protagonizó. Me imagino la supuesta conversación de esta manera:

—Buenos días.
—Buenos días, Robert Vick.
—Parece que refresca afuera…
—¿Refrescar, dice? La ola de frío es legendaria: ¡la sensación térmica es de menos veinte grados!

Y en el acto hubiera concluido que no era un buen momento para fugas.

Robert VickLa historia de este presidiario norteamericano es ciertamente chusca y demuestra, una vez más, que los humanos somos bastante menos libres de lo que creemos. Nosotros, por supuesto, proponemos. Pero Dios, las circunstancias o el destino, llamémoslo como queramos, son los que deciden.

Robert Vick, convicto de 42 años y con una condena de 11 por robo y posesión de documentos falsos, se escapó de su penal en el estado de Kentucky el pasado domingo 5 de enero. Si bien es cierto que no se trataba de una prisión de máxima seguridad, entiendo que no debe ser sencillo hacerlo; por lo que imagino un largo periodo de planificación y maduración por su parte hasta que decidió —y consiguió— escaparse.

Sólo le falló un pequeño gran detalle: consultar al hombre del tiempo.

La historia de este presidiario
norteamericano es ciertamente chusca

Como consecuencia de su error se vio obligado a tomar la decisión de regresar al trullo el lunes por la tarde, apenas unas horas después de su escapada. Aterido de frío —me lo imagino tiritando tras una larga caminata, escasamente abrigado y derrotado en la habitación de un motel improvisado, mirando por la ventana una y otra vez la ciudad paralizada por la nieve, sin dejar de consultar la información climatológica de los distintos canales de televisión— bajó hasta recepción y pidió al encargado que llamara a la Policía:

—Me he fugado de la cárcel. Dé el aviso, por favor, para que vengan a buscarme.

Mejor encerrado que muerto, literalmente, de frío, debió de pensar mientras aguardaba el momento de ver aparecer de nuevo a sus captores.

Y ahora ya estará otra vez en su celda —tal vez en una de castigo—, donde a cambio de las alas de la libertad habrá encontrado el reconfortante calor de hogar que tanto extrañó afuera.

Supongo que, después de esta experiencia, Robert Vick no volverá a fugarse.

Al menos hasta que llegue el verano.

 

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