Otoño

No sé muy bien por qué, hace ya muchos años, la entrada en el otoño me resultaba algo trágico. Las tardes soleadas se trocaban en unos crepúsculos demasiado repentinos, con las primeras gotas de lluvia y un barrido de hojas que ensuciaba las calles y empozaba el corazón de briznas de nostalgia.

Me pregunto si el paso (y el peso) de los años me ha obligado a superar con creces aquella sensación de derrota, por qué ya no me estremecen las sacudidas del entretiempo como algo indómito, si no se habrán instalado los minutos tal que seres sumisos y obedientes que enraizan y aturden en una placentera duermevela.

otoño

El transcurrir de las estaciones, que antes me conmovía y me conmocionaba hasta arrebolarme las mejillas o encharcarme los ánimos, se ha transformado en una línea gris y sin fisuras.

Sin embargo, en ese aturdimiento me siento bien. Me levanto temprano, me desperezo ante un espejo que poco a poco deviene en enemigo. Desayuno, voy al trabajo, espero indiferente el fluir de las horas hasta que cae desde el reloj aquella que me conduzca a casa. Y allí, después de un feliz sesteo entre los cojines del sofá, con el runrún suave de la tele y el eco de los cláxones desembocando en la avenida, me siento ante el teclado y escribo.

Creo que son las palabras las que me salvan del peso (y el paso) gris de los otoños.

Imprimir artículo Imprimir artículo

Comparte este artículo

1 comentario

  1. Es cierto, cuando leía tu precioso texto he recordado la influencia negativa que tenía en mi ánimo la llegada
    del otoño cuando era niña, y que ahora, por el contrario, apenas noto su impacto en mí.

    Enhorabuena.

Deja un comentario

Por favor ten presente que: los comentarios son revisados previamente a su publicación, y esta tarea puede llevar algo de retraso. No hay necesidad de que envíes tu comentario de nuevo.