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El hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos

Posted By Lucas Porta On 19/01/2015 @ 09:00 In Apuntes,Artes y letras | No Comments

Se cierra por fin el círculo precuelístico de Peter Jackson y lo de hace de la manera más anodina posible. Desde luego, se podían haber ahorrado muchos minutos de metraje y hacer de la trilogía una única cinta a regalar con la versión extendida de El Señor de los Anillos.

Hobbit 2Y no es que la aventura final de Bilbo Bolsón no tenga los ingredientes que se le piden a un plato de tamaña envergadura. Es que de tanto cocinarlo se les ha pasado un poco y además lo sirven un poco frío. Frío porque el abuso –una vez más– de los efectos digitales recuerda a las modelos retocadas con photoshop: tanta belleza sin imperfección queda artificial, excesivamente aséptico, y poco creíble. Las imágenes diseñadas por ordenador no convencen. Serán más baratas que rodar en exteriores o construyendo maquetas a escala, pero carecen de alma y esencia.

En todo caso, la sobredosis de tecnología era un empacho convenido y de predecible digestión. Los males de La Batalla de los Cinco Ejércitos venían de otro flanco. En concreto, de la taquillera perversión de estirar cual chicle un argumento limitado y marear a los personajes hasta que se cumplan las expectativas, al menos las temporales. Ya se sabe que no hay universo de Tolkien que en su versión de celuloide dure menos de dos horas largas. Otra cosa sería sacrilegio doble: a Hollywood y a los frikis de la saga.

Se echa en falta un poco
de derroche mágico de Gandalf

Bien, el pobre Smaug –contiene spoiler– muere a las primeras de cambio en una escena tan épica como descolocada. Cualquiera que pase por allí con la peli empezada pensaría que está en el gran final y no en la primera media hora. Pues muerto el perro (en este caso el dragón), se acabó la rabia. Quedan dos horas de película y una montaña repleta de oro que todos quieren poseer. ¿Suficiente? Pues parece que no, a tenor de lo visto: espectaculares puestas en escena de elfos en formación de ataque en un claro homenaje a las cintas de romanos, diálogos vacuos de gentes orgullosas, extrañas escenas oníricas de Elrond y Galadriel despachando nazguls, interminables secuencias de lucha entre los “bosses”, la fantasmada recurrente de Légolas –aunque en esta ocasión se queda un poco corta–, y para cuando todo está perdido, un festival de águilas. ¿Qué más da que ganen los malos durante una hora si al final aparecen las rapaces para devolver el orden a la Tierra Media? ¿Qué gracia tiene esto si cuando voy a perder puedo usar el comodín de la llamada?

Hobbit 5En medio de tópicos y circunloquios visuales, no escasean los detalles cómicos, no siempre intencionados. Thranduil aparece montado en un alce de cuernacos tan excesivos que uno no puede dejar de pensar que al pobre rey elfo su mujer se la pega con todo el Bosque Negro. Alfrid molesta durante toda la cinta, y sus presuntos intentos de desdramatizar la trama son tan manidos y evitables como los números de vodevil de Jar Jar Binks en La amenaza fantasma.

El resultado final es menor. Se echa en falta un poco de derroche mágico de Gandalf, una buena coreografía de esgrima en los mandobles de Bardo, más pasión romeojulietesca entre Kiri y Tauriel… pero en general cumple su cometido de entretener sin mayor digestión emocional.

Otra cosa es lo de apostar por las precuelas. Hay que hacer taquilla pero mirar atrás no parece el mejor camino. Y ya no lo digo por la predecibilidad. Al fin y al cabo, muchos se habían leído ya el libro. Tampoco por los efectos especiales. Aquí no ocurre como en Star Wars donde la trilogía original adolecía de la tecnología digital mostrada en los primeros episodios, rodados mucho más tarde. Es más por aquellos personajes que repiten. Cierto que Christopher Lee e Ian McKellen parecen tan viejos aquí como en El Señor de los Anillos, y Kate Blanchet está tan pálida como de costumbre, pero el pobre Orlando Bloom ha engordado y perdido el humor que le unía a Gimli.

Da la sensación que la primera trilogía se hizo con mimo artesanal e ilusión, atendiendo a detalles, ritmo escénico, profundidad de personajes y empaque narrativo, y que en El Hobbit se han hecho las cosas deprisa, con ganas de acabar el proyecto. Además, admitámoslo, Viggo Mortensen es mucho Aragorn.


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