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Un entorno borrego

Posted By Míchel Suñén On 03/02/2015 @ 09:00 In Opinión | 1 Comment

A veces tengo la sensación de estar haciendo el panoli. Sin ir más lejos cada vez que entro en la panadería, y ante la acumulación de público reunido, digo buenas tardes y recibo la callada por respuesta. No es, sin embargo, ese silencio borrego lo más molesto, sino la mirada escrutadora que siempre me dirige alguno de los presentes. Como si le incomodara que siga habiendo gente como yo, que osa sacar a los demás del ombliguismo egocéntrico con un simple saludo.

indiferenciaMe siento despreciado cuando la persona en cuestión se gira hacia mí con manifiesto fastidio, me escruta de arriba abajo y me vuelve a dar la espalda sin decirme siquiera “burro, ¿qué haces ahí?”. Me he acostumbrado a los pasotas, con sus modales impermeables a lo externo; a los sordociegos, que solo se atienden a sí mismos; a los hiperconcentrados en sus preocupaciones intrínsecas. Acepto incluso a los más bordes, que pasan de lo ajeno por decisión personal y consecuente con todo lo que implica. Pero no puedo con esos tipos —o tipas— que te oyen, te ceden su atención, te chequean y te ningunean volviendo hacia lo suyo con una deshumanización superlativa, con un desprecio al ser humano, la educación y la cultura del que, lejos de disimular, se vanaglorian.

Eso sí, suelen ser los mismos que luego vociferan y exigen sus derechos a empellones, si es preciso, apelando a la solidaridad y el compromiso de todos los demás.

Seguimos siendo únicos,
originales y valiosos

Desgraciadamente, son cada vez más las personas que se adscriben a esta tipología. Gente hosca, tosca y malcarada que solo piensa en los demás de forma utilitaria: cuando los necesita. Descuidar las formas, las más elementales fórmulas de la educación, no es una cuestión menor, porque refleja la deshumanización de las relaciones y la pérdida de consideración de la dignidad humana.

Mirar a alguien por encima del hombro por haberse atrevido a dar los buenos días refleja una mezquindad supina, además de una antipática soberbia. A ellos no les importamos los demás, solo lo suyo. Hace mucho que dejaron de vernos como el prójimo, apenas somos masa, elementos útiles o prescindibles en función de sus metas egoístas.

Por eso seguiré diciendo buenas cada vez que entre en un lugar poblado de personas. Es mi manera de expresar que seguimos siendo únicos, originales y valiosos… por nuestra condición de personas. Aunque cada vez más gente sea incapaz de valorar que un saludo, igual que una sonrisa, siempre es gratuito y apropiado.


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