Gran Espía VIP

Voy a ser sincero: lo confieso, veo Gran Hermano. No es que esté tan enganchado que no pueda pasar sin el programa, pero desde siempre ha generado en mi persona un cierto magnetismo que me impide ignorarlo cuando está en antena. Me resulta interesante ese halo de laboratorio sociológico en el que se aísla, presiona, manipula y somete a pruebas maquiavélicas a los presentes sin el menor escrúpulo ni consideración.

En mi descargo debo decir, por otra parte, que cuando veo el programa lo hago siempre al tiempo que realizo otra actividad: recopilar información en el iPad para mi próxima novela, hojear una revista, navegar por la prensa online o cosas similares. Gran Hermano me acompaña de fondo, como esa radio que viaja a nuestro lado mientras conducimos, activando nuestra consciencia solamente cuando se identifica algo atractivo.

GH vipEl Gran Hermano VIP no suelo aguantarlo. Ese halo de negocio o coto privado entre unos pocos mercachifles de Telecinco suele apestar a fritanga, favores debidos y cobrados, amiguismos y otros putiferios. Enseguida se imagina uno quién acabará ganando… y rara vez se falla. Este año, sin embargo, la presencia del Pequeño Nicolás, reconvertido en Fran, ha puesto dosis añadidas de pimienta a este programa de telerrealidad casposa, muchos de cuyos VIP solo lo son por la etiqueta, pues en verdad terminarán siendo conocidos tras pasar por el programa, pero en absoluto antes de hacerlo. La fauna de estos arquetipos televisivos suele ser repetitiva: la buenorra ligera de cascos, el afeminado gracioso, el castigador venido a menos, el evidente vidente, la folklórica, los hijos de sus padres y algunas miasmas de relleno para completar el elenco con la calderilla sobrante, porque los que van a dar la audiencia ya están dentro y son los que se llevan el parné.

El Gran Hermano VIP
no suelo aguantarlo

En esta suerte de show business se han incorporado este año dos personajes novedosos: Nicolás —y sus fanfarrias— y una perra verde autodefinida como concejal de Ciudadanos que ha durado menos en el programa que un álbum de cormos gratuito en la puerta de un colegio. Inquietante, oscura, paranoica y emocionalmente inestable, el principal gancho social de esta política fue solicitar a su ayuntamiento el cobro de sus viajes desde Norteamérica a los plenos. Dice el Pequeño Nicolás (dejemos lo de Fran para sus amigos ilustres) que, seguramente, los servicios secretos españoles activaron el protocolo para su expulsión de Gran Hermano VIP.

Esa todopoderosa mano oscura, con irrefrenables tentáculos, se puso en marcha en cuanto comenzó a largar ante las cámaras sobre la monarquía, los políticos, los poderosos y sus cuchipandas. Él mismo, por su ingobernable verborrea, se condenó a ser expulsado. Podemos estar tranquilos: aunque no tengamos un gobierno estable, nuestro servicio de inteligencia tiene claras las prioridades y continúa ocupándose de lo realmente importante. Que Nicolás vuelva a su casa y deje de largar en el prime time.

El tío es un figura. Un crack. Un jeta con inteligencia —lo que lo distingue de muchos otros famosuelos y chupópteros—. La casa se ha quedado hueca sin él dentro. ¿Cómo llenaremos ese espacio? A lo Rappel, auguro una repesca y, por qué no, para darle más tensión y suspense al espectáculo, propongo introducir también en Gran Hermano VIP a un agente secreto, capaz de pincharle los micrófonos en el confesionario y de vigilarlo muy de cerca para salvaguardar el bien del país y el interés general.

Yo, hasta entonces, voy a pasarme a Cuéntame. Los Alcántara nunca me han fallado.

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