Las buenas voluntades
Cada día es peor porque cada día viene más gente. Por la mañana, cuando sale de su casa, José Ángel encuentra un mar de caras expectantes ante el portal. Y aunque intente mantener la calma y los pies en el suelo, siempre pasa lo mismo: el corazón se le dispara, le sudan las palmas de las manos y comienza a sentir la tan familiar ingravidez.
Al principio lentamente pero cada vez más rápido, acaba levitando a dos metros del suelo. Los murmullos de asombro, los vítores y aplausos no dejan ya oír sus explicaciones: que es por el miedo, por el maldito miedo, y que por favor alguien lo ayude porque lo está pasando fatal.