Diario de yo XVI

Hace algún tiempo empecé a escribir un diario que clasifiqué como “pequeña prosa cotidiana”.

Lo hice, lo de empezar a escribir un diario, sobre todo, porque me hacerlo me permite decir lo que me dé la gana sin tener que ceñirme a nada que no sea eso: lo que me dé la gana.

Lo hice, lo de clasificar a mi diario de tal o cual manera, porque pocas cosas me tocan tanto la moral como las etiquetas y, para evitar caer en la arrogancia y la estupidez, de vez en cuando me castigo castigando a las palabras que junto.

Algún día, esta cada vez menos pequeña recopilación de reflexiones, verá la luz con portada, contraportada, lomo y todo pero, mientras tanto, va engordando y engullendo todo lo que encuentra a su paso. El presente, el pasado, el futuro, de los que casi ninguno, casi nunca, existe se mezclan con las pequeñas miserias y alegrías de cada día, con el sexo convexo de Joaquín, los me cago en tus muertos de Robe, con el sexo, la soledad, la felicidad de estar solo, la felicidad de a veces no estarlo, la certeza de que, más pronto o más tarde, habrá que ir pensando en morir, o no.

Hasta ahora he escrito sobre el hecho de que ya no voy para joven, sobre mis excesos de juventud, y  otros más recientes, claro está, sobre música y otras pasiones, sobre todo lo que no entiendo y, sobre todo, he escrito desde la seguridad de que lo que hace a uno más raro es la certeza de no ser nada más que un tipo corriente y normal, o viceversa.

En esta entrega, como no podía ser de otra manera, el escritor se escapa, corre entre los renglones y denuncia todo lo que es. Y, si es algo, poco es algo también, es porque se sabe objetor a eso de rendirse y sigue cargando con la mili de tener sueños e intentar alcanzarlos. Cuidado con eso, que a veces se cumplen y, si no, mira al bueno de Oscar.

Diario de yo

Después de la quinceañera escribo – Diario de yo XVI

Hago “Rock’n’roll”. Anda, ponle un collar a ese gato. Hago “raquenroll”, dejo las raquetas y me pongo a escribir; otra vez. Quisiera no dedicarme a nada que no fuera eso, escribir. Quisiera estar seguro de que solo me dedicaba a eso porque sé, y mira que son pocas cosas las que sé, que tú, tanto como yo, eres parte integrante de todo ese escribir. Quisiera dedicarme solo a esto porque sé, siento, sinónimos de salón, que de todas las cosas que hice, mal, a veces también, escribir es la que, única, integra todo lo que no pude ser hasta que decidí que iba a darle un par de kilos de panceta y tres de mojama a esto de escribir. Quisiera dedicarme solo a esto porque esta es la empresa, terrible palabra hundida en la mierda, porque escribir es eso a lo que se puede poner intermedios. Quisiera ser solo escritor porque entiendo que el que no llega al cielo en llamas del escritor es el que entretiene, entretener no expresa lo que pretendo expresar aquí, el tiempo debido a la dedicación de escribir con otras labores, taras, tareas, folios en blanco que, porque no lo merecen, porque no lo son, nunca se terminan de rellenar.

Enfrento, me enfrento, mi trabajo diario, prostitución. No se llame nadie a engaño, que no soy de los que llaman. “Prostitución” es el nombre genérico para el más contemporáneo “trabajo”. “Prostitución” es el epíteto, no creo exagerado, Ramiro, que utilizo para designar lo que hago, a diario. No vendo mi cuerpo, mi tiempo ni mis conocimientos. No dono nada. No soy bueno. No; soy nada. Soy maestro, repartidor de publicidad, transmisor de propaganda, tonto de capirote, banquero, cooperativista, traficante, tonto de la tiza, profesor, entrenador de tenis, coach, con y sin sofá, freudiano, académico, terapéutico, clínico, que vende mucho más, al trapicheo especial-mente, usuario responsable de público transporte, concienciado contribuyente, alimento para el alma, parásito de mi mente, concienciado sobre todo al tocar al fin el mes, autor residente, “obstáculo impertinente”, propietario, de “esta nuestra comunidad” presidente, soy un cabrón con pintas. Soy el capullo que se te echó encima la otra noche en el metro. Soy el que recita el “sois de puta madre, de verdad, de puta madre”. Soy el que te quita la chica, el trabajo, la plaza de aparcamiento. Soy el gilipollas en el que encuentras consuelo. Soy el amigo, el jefe que te falta, soy el respeto que tu jefe, tu amigo y tu novia no encuentran. Soy el cartel que anuncia la siguiente área de servicio, la sal de fruta, la sexta, quién quiera que sea que se atreva a decir que se encuentra detrás del cinco.

Seis. “Why wouldn’t the gipsies warn out the danger”. Cito. Cito una serie de palabras que lejos están de existir. Me dice el “google” que ahora mismo, ahora, hay miles de empleadores, cientos de miles de empresas buscando negocios como el mío. Y sé que no. Sé que, como dije al principio, hace un rato, lo estoy haciendo otra vez.

Escribo frases demasiado largas, ecuaciones, malversaciones varias. Escribo. Me encuentro en el desencuentro en el que, sin concretar, sé que me encontraré. Mis afirmaciones no lo son. No afirman nada más que lo que cada cual esté dispuesto a entender que puede, podrías, ser aceptable aceptar. Cuidado. Ojalá fuera anécdota la longitud de mis enunciados. Ojalá solo lo hiciera de vez en cuando; quiero decir que ojalá fuera menos que a menudo cuando me extiendo más de lo que sería necesario. Cuidado. Necesario, extender, conceptos susceptibles de hacer frente común, equipo no, equipo es demasiado. Ojalá no me extendiera más de la cuenta y, sobre todo, ojalá no dedicara buena parte de mi poco profesional vida tocaya en forzar a sujetos varios a, al menos temporalmente, evitar la elongación de las palabras, de los términos, de los ideales perdidos donde sobran las palabras.

Ojalá. Ojalá, también, hubiera menos de “yo” en todo lo que me encuentro. Me encantaría poder dejar en estas páginas todo lo que con los años he malaprendido que soy. Quisiera ir tirando ladrillos a cada paso, a cada palabra escrita. Me encantaría pensar que la labor del escritor libera. Pero no lo creo. Podría llegar a aceptar que escribir moldea, organiza ideas, saca lo que quiera que uno lleva dentro y lo deja ahí, abandonado, para que el mundo lo vea, negro sobre blanco.

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2 Comentarios

  1. Rock’n’roll. Parece la reflexión de un ser urbano metido a observador que escribe desde la seguridad de su ventana.

  2. A veces, pocas, da miedo lo que se ve por la ventana. Total que, por un quítame allá esas pajas, me pongo a escribir.
    Un saludo, Felipe.

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