La recuerdo diferente en mi niñez; las tardes después de llover, el aroma delicioso a grama húmeda se mezclaba con el olor a golfeados recién hechos; se podía caminar; las muchas caras mostrando diferentes estados de ánimo, buenos estados de ánimo en su mayoría; aún inocente conocía la diferencia entre el bien y el mal, entre personas buenas y malas, entre estar bien y mal…A veces se enfermaba, pero no era nada grave de que preocuparse; todavía se podía soñar; el hambre podía calmarse, la enfermedad tratarse, la miseria estaba contenida, eran pocos…recuerdo que era hermosa, ¡Cómo me gustaba verla!; crecía mientras la enfermaban, multiplicaron sus parásitos, comenzaron a ahuyentar a todos, a todo que pudiese proporcionarle sanidad y bienestar; era difícil estar; el odio, la ignorancia y la miseria crecían rápidamente; era duro verla sucumbir lentamente a ese cáncer; todavía creía, tenía esperanzas y podía reir, con una risa que en ese entonces aún no se convertía completamente en mueca.

Hoy es hiriente verla, está inundada por desechos humanos, aguas negras y lágrimas; los parásitos son muchos; tras largos años de maltrato, torturada por quienes juraron amarla y cuidarla. Hoy el caminar es doloroso y obligatorio, el esquivar ruinas convertidas en obstáculos, el olor a porquería cubriéndolo todo, el miedo a tocar siquiera lo que una vez fueron personas y hoy son despojos humanos. La frustración de quienes se quedaron con ella, el vacío de quienes la dejaron, el  profundo dolor en ambos casos; ella está muriendo, aún sin fuerzas sonríe; siento cómo se oprime mi corazón con cada mirada, ¡Ahora cómo me duele verla!; el maldito desarraigo, que es el mismo para el inmigrante y para el que se siente extranjero en su propio país; ese país que es ella, ese desarraigo que se confunde con la leve esperanza que del todo nunca se ha perdido; espero que sane, espero verla hermosa como antes; ¡Cómo me duele Venezuela!