Pildoreta nº1: Nata montada

Era un hombre muy goloso desde niño, amante de los dulces y tremendamente laminero, como se dice por estas latitudes.

Había hecho la mili en su juventud, cuando todavía era obligatoria en este país. Estuvo destinado en un regimiento del arma de caballería. Durante los últimos meses sirvió en la policía militar. Aquellos fueron para él tiempos difíciles, porque procedía de una familia humilde. No se podía permitir muchos lujos, ni siquiera pequeños caprichos en la cantina del cuartel.

Cuando acabó el servicio, encontró trabajo y lentamente mejoró su situación económica, retornó a sus antiguas aficiones, las dulzainas. Una mañana entró en una pastelería a paso ligero y pidió con hambre una ración triple de nata montada del Canadá. La pastelera se quedó perpleja y tuvo que llamar a la Embajada para que le aclararan el sentido, el alcance y la intención de la demanda, antes de atender a tan bravo cliente. Quería saber, sobre todo, a qué temperatura tenía que servir la nata.

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