Las flores de la mentira

El vapor del combustible se adhirió a mis papilas.

La amargura quedó recorriendo mi nariz y me devolvió el sabor amargo del olvido,

como un libro mal escrito, una farsa mal urdida,

como un chiste desgraciado, mal parido, mal contado.

 

Como el reo en la noche que precede a la ejecución,

la más compacta de las ansiedades, la más apilable, la más mortecina,

me invadió en mi celda que, desde entonces, sería mi vida entera.

 

No creo en la mentira, porque la mentira condena

no por cierta, no por mala y no por buena.

Nos condena porque es tuya y mía pero, como el dolor, cuando el amor termina

no puede ser nuestra y, por eso, nos hace sentir el frío de la noche

que sin luz, con desconsuelo, es como el día.

Aceleré a fondo para dejar detrás el campo sembrado de destrucción,

mientras el olor del benceno impregnaba el escenario del crimen.

No quise la certeza de que no volverías, y la tuve.

No quise aceptar la mentira necesaria,

la piadosa esquizofrenia que te reintegraría a tu espacio,

que te alejaría, para siempre, de mi vida, extranjera en el terrario,

en que crecieron mis besos, para marchitar abrazos.

Los limones, los almendros, todo el gusto sin matices de un adiós.

No creí que la arrastraras, en tu insensato ascenso a los infiernos,

como no quise creer que ella, inocente, contundente e infantil,

se dejara llevar contigo, a esos lugares fríos, donde aguarda, implacable, la verdad.

Aún llegó, ahogado, el rumor de lentejuelas mal cosidas, adheridas, al poliéster

al algodón que falta al almidón que escarcha,

en tu blusa, en mi chamarra

         corazones, decepciones y alimañas.

 nubes negras

Regresé a mi mundo, a mi vida, a tu casa,

esa que tú no quieres, esa que no se engaña,

esa en la que sobra el amor, como sobran las palabras.

Aceite y leche de almendras, zumo de limón y azúcar de caña,

para cenar, bien ligero,

         tras ver marchar la guadaña.

 

Quise soñar que regresabas y no pude.

Quise ser otro, más dócil, más falso, más ciudadano, más malo.

Quise soñar que plegaba, las velas para perderte,

         para volver a encontrarte,

en otra vida, en otros charcos, en otros mares.

 

Pero paró la galerna, como paré los chantajes.

Tú volviste a ser benceno, yo guardé bien tu equipaje.

Vi cómo se hundía el suelo

         por no hacer de tu alma brebaje.

 

En los sueños de los hombres, nubes negras,

comidas por polillas, agujereadas raídas y roídas.

En mis pesadillas, la noche es una eternidad.

Levanto el vuelo, desgarro huecos, no conseguís escapar.

Quedáis por siempre pegadas al suelo,

no queréis verlo,

         no los podéis atravesar

 

En las vidas de los hombres,

algunos levantan el vuelo

otros aprenden, insectos, a arrastrarse por el suelo.

Los reptiles los devoran, muy despacio y sin consuelo

y como la oruga del cuento

         pero al revés

enseguida explotan las serpientes

echando afuera, virus inteligente, miles y miles de seres infectos,

que pronto invaden las fuentes.

 

Falta el agua, sobra el tiempo

no poder respirar es como no poder nada

¿Para qué hablar entonces?

¿Para qué ser recurrente?

Pudiendo callar al cielo, y que siga la corriente.

 

“Las flores de la mentira” abre el poemario “Las flores que nunca seré”

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