Escrito por: Erik Christian S. M.

Los primeros rayos de sol dibujaron mi silueta en la baldosa de la celda, Me sorprendieron tras una noche en vela, otra más. El cenicero se desborda en el piano, reflejo de mi nerviosismo, de la ansiedad, de la angustia que me produce estar encerrado. Ya perdí la cuenta de las noches que pasé mirando a través de la ventana, escudriñando el horizonte, intentando percibir los sonidos de ese mundo lejano que me está vetado.

La luz irrumpe y me incita a ponerme en movimiento. Enciendo un cigarro y contemplo el reflejo de esa persona que me mira en el espejo. Creo reconocerlo, pero las arrugas que recorren su rostro, el gris de su cabello y esa mirada vacía, me impiden saber si ese realmente soy yo. Recorro el espejo en una lenta caricia. Una mueca triste que pretende ser una sonrisa es todo cuanto soy de dedicarle a ese hombre, visiblemente agotado por el paso del tiempo.

El chirriar de la puerta al abrirse me devuelve a la realidad, El pasillo se llena de ruido, de ese alboroto que marca el inicio del día, el inicio de la rutina en la que llevo sumergido tantos años. Me detengo sólo un instante y observo la celda desde fuera, Cuanto dolor contuvo. Cuanto ahogo generó.

Una voz lejana, metálica, me reclama. Siento mi corazón desatar esa furia contenida por vivir. Un temblor recorre mi cuerpo y soy consciente de cuanto sucede a mí alrededor. Un amasijo de manos sale a mi encuentro. Palabras inconexas. Minutos que aletargan mis sentidos me impiden verme frente a una puerta inmensa, abriéndose. Sólo un distante mi atención y me devuelve a la tranquilidad: bienvenido a la libertad.

* 1º Premio categoría Microrrelato en el Certamen ”Picapedreros” de Poesía, Guión y Microrrelato 2017 para centros penitenciarios