Misión en México: 24 años de sacerdocio.

24 años de sacerdote son un motivo para hacer síntesis y agradecer a Dios. Estos son los contextos que me han marcado. Mi espiritualidad ha sido modelada por los acontecimientos de estos últimos 24 años.
Esos primeros años en Tetuán, al norte de Madrid, cerca de las personas inmigrantes, ofreciendo alegría, cercanía y sencillez en el barrio y acompañando a jóvenes dedicándoles muchas horas, amor y cariño. Poniendo en marcha iniciativas para que Dios fuera más audible y para sensibilizar y contribuir a crear una sociedad más amable con el diferente, con el que llega de afuera y que sólo busca un poco de felicidad para los suyos. Y tras tres años y medio allá, llegó la llamada tan deseada y soñada que transformó mi vida.
Ciertamente, yo no soy el mismo que salí de España a estudiar el francés en Bélgica. Orgulloso de la precariedad en mi llegada a Dianra: en transporte público, lleno de arena, con un responsable de la comunidad y un grupo de niñas esperando. Mi primera malaria me llevaron en bici al Centro de salud… Me gustó empezar en coherencia con mi forma de entender la misión. Los primeros meses en Dianra. Me dediqué a pasear durante la semana y a conocer las familias. Me hizo más “echao palante”. Había que vencer la timidez. La pastoral con personas inmigrantes que hice en el metro de Madrid me ayudó.
Misión
El estudio de las culturas sénoufo y del tchebaará me sedujeron e hice de estos pueblos mi pasión. Me entregué en cuerpo y alma a una tarea muy difícil en ese momento : sin ordenador personal, con diskettes, grabando cassettes con los evangelios… Sentí que estaba haciendo algo relevante (como Charles de Foucauld con el tuareg). Mi primer desafío fue buscar profesores que me ayudaran a la alfabetización. Hablar, convencer y sin horarios. Tras la cena, las clases todos los días. Ha sido una constante estos 19 años. Siempre al servicio de la gente después de cenar. Otro trabajo impresionante fue establecer los cuadernos de las CEBs. Me sedujo esa forma de ser Iglesia tan sencilla, tan precaria, tan pobre y tan auténtica.
El 27 de octubre de 2001 fue el primer golpe fuerte. Me di cuenta de repente que la vida podía ser efímera. Nos tuvieron más de tres horas en el suelo apuntándonos con los kalash. Había que hacer la vida valiosa. Vivirla con hondura. La relación con Dios, en fraternidad y con la gente.
Antes de navidades de 2001 perdí toda la gramática que había hecho de tchebaará. Fue muy duro. No me repuse de ese golpe. Fue quizá mi primer trabajo inacabado que dejé. Aceptar ese pequeño fracaso. Ir a funerales tradicionales sénoufo me llamó mucho la atención. Un muerto se me paró delante mío. La forma de enterrar. La forma de vivir la noche antes del entierro, cantar la vida del difunto. Empecé a ver la muerte como parte de la vida. En ese sentido, también, la forma de reponerse a la muerte de un hijo o hija. Se vive el dolor, permanece pero la vida está delante y uno no puede quedarse postrado.
Una iniciativa marcó nuestra catequesis. Había personas que llevaban más de 10 años creyendo en Jesús pero nunca empezaban la catequesis porque no había nadie que supiera leer. Inventamos las Semanas de Catequesis Intensivas. Posibilitó la alegría de muchos creyentes. Descubrir la alegría profunda de ser cristiano y de ser Iglesia. Hacer un diccionario tchebaará – francés fue también una experiencia increíble. Me sentí orgulloso y capaz de dejar instrumentos valiosos para los que vinieran después.
Y el 21 de septiembre de 2002 llegaron los rebeldes a Dianra. Esos seis años me hicieron más resistente, más osado, más atento. La incertidumbre inicial dejó paso a la precariedad y luego a asumir una realidad que se me imponía. Hubo momentos fuertes : la decisión de quedarse, la evacuación de François, los 4 meses de incomunicación, y los 9 sin salir del territorio de la Misión, el mantenimiento de las actividades, cuando fui a buscar el coche que quitaron al superior, cuando nos confundieron con mercenarios, la opción de no dar dinero, los viajes interminables en los que uno acababa exhausto…
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Al mismo tiempo fue una experiencia increíble de fraternidad con Michel, un keniano. Fuimos capaces de buscar lo que nos unía y de construir una fraternidad sólida. También el apoyo y reconocimiento de la gente fue muy importante. Hice experiencia de lo que es depender de ellos para vivir, para desplazarme. El amor de los pobres me sostuvo y mi presencia también contribuyó a mantenerles de pie.
Algunos hechos me trastocaron : enterrar a los padres de Catherine en menos de un año así como a dos de sus hermanos y a una hermana ; enterrar a dos hijas de Jacqueline, una de tres años y la otra de ocho meses en un espacio de menos de seis meses ; evacuar a Inès que tenía a sus padres en la zona controlada por el gobierno… La narrativa del límite de resistencia del dolor y de las pérdidas. Crecí mucho en resiliencia porque me tocaba a mí consolar.
La puesta en marcha de los microcréditos fue un salto al vacío. Pocos me apoyaron. El hecho que siga hasta hoy y que hayan pasado ya cinco responsables de la Consolata del proyecto me emociona. La vida cotidiana de las mujeres que participan y de sus familias es mucho menos precaria y la autoestima de ellas ha crecido. Así como la de los responsables del proyecto, ya su seguimiento hace posible el proyecto.
Dar clases de español en el instituto me acercó mucho a los jóvenes y familias musulmanas y de la religión tradicional. Posibilitó ir concretando el diálogo interreligioso. Me llamó la atención la convicción que Dios llama a cada uno por un camino y es importante mantenerse fiel en ese camino.
El desmantelamiento que hizo la Consolata de nuestro grupo me hizo daño. En menos de dos años sólo quedó uno de los cuatro que habíamos vivido allí. Empecé a integrar el hecho que estoy “De paso”. Me cuesta todavía entender esta estrategia misionera. Comprendí la importancia de crear procesos de continuidad, suficientemente sencillos y suficientemente incidentes en la realidad.
El curso de 10 años que hice en Sao Paulo fue un momento muy fuerte de síntesis. Tengo casi unas 40 hojas escritas sobre mí mismo y que conservo hasta hoy. Es una foto muy ajustada del momento que estaba viviendo en 2008 (espero lo mismo del que haré ahora en Roma).
Salir de Dianra fue muy duro. Me había dado completamente. Había entrado en esas culturas. Me había sentido aceptado y amado. Me había dado completamente. Por eso me costó tanto aceptar la nueva realidad de Kinshasa. Me fui herido. Kinshasa fue un golpe inesperado. Creía que tenía cosas valiosas para compartir y transmitir a los nuevos misioneros pero me encontré con un entorno centrado en otros problemas que a mí me parecían insignificantes : el dinero de bolsillo, qué se come, qué nos quitamos de comer en cuaresma, robos… Yo no entendía nada.
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Entré en una espiral de sentir que no era capaz de transmitir nada. Dos consolatos fueron mi apoyo junto a la relación cotidiana con Dios. Me sentía fracasado. Fue difícil asumirlo. La realidad social era mucho más extrema. La pobreza era más sangrante, la relación con el blanco no era serena (por la historia colonial, “El fantasma del rey Leopoldo” de Adam Hochschild), el engaño o la picardía eran cotidianos.
Estar en la Nunciatura me hizo darme cuenta de la cantidad de comunicación que recibe Roma. Así como los problemas enormes de tribalismo de la Iglesia. Fue un momento para crecer en el sentido de iglesia a pesar de tanto alejamiento del evangelio. Recibí la vuelta a Côte d’Ivoire como un regalo increíble. Estuve a punto de dejarlo todo porque no entendía lo que yo pintaba en la formación de base. Encontré también a Dios en la desolación. Mi fe creció en las raíces. Recuerdo mi primer viaje solo del Sur al norte. Fue catártico, reconciliador con la realidad y conmigo mismo. Volvía a otro país. Dianra estaba creciendo vertiginosamente. Empezaba a ser ciudad.
Encargarme de un centro de salud con tanto déficit fue un desafío. Sin embargo, conseguí darle la vuelta a la situación. Simplemente, no había que robar. Fueron años bonitos, organizar la parroquia de Marandallah, empezar la de Dianra Village y gestionar dos centros de salud al mismo tiempo. Fue una locura pero hablaba la lengua, tenía una comunidad serena, estaba centrado y… el diálogo con los musulmanes empezaba a concretarse en lo cotidiano.
Y llegó el bombazo. No me esperaba para nada ser superior. Me cogió fuera de juego. Siempre me he considerado un buen segundo (y un mal primero). Un error del Espíritu Santo. Me sentí sobrepasado. Por otro lado, consideré que la misión se había terminado para mí. Dejaba el norte, los senufó, el ambiente musulman, los centros de salud… Pero Dios me reconvirtió y encontré mi nuevo lugar en el mundo. La inserción en un barrio parecido a La Magdalena, vivir lo cotidiano con los vecinos, más allá de credos. La atención a los niños, el acompañamiento de los jóvenes y familias, la alegría y la sencillez. También la preparación de las Eucaristías y sobretodo del mensaje que quería transmitir. Mucha pedagogía y cercanía. Pero también situaciones intraconsolata muy duras : confrontar a uno que no tenía vocación, enfrentarme a personas con odios viscerales, perder el sueño por problemas de propiedad del suelo, situación económica al borde del precipicio continuamente… Al final estaba cansado. Y quizá un poco derrotado. Pocas cosas han ido a mejor tras mi “mandato”. Orgulloso de haber al menos integrado a un consolato que parecía que no tenía nada que hacer en el Instituto. Y la vida de comunidad en San Pedro con un congoleño y un etíope.
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En ese contexto y momento me llega México. Quizá era el tiempo de salir. Me siento apegado a las personas y situaciones pero no a nuestra misión. Me viene muy bien el curso de Roma. Otra etapa se abre de nuevo en mi vida sabiendo que en Espana queda mi familia.
La inserción en San Antonio Juanacaxtle, a 30 km de Guadalajara, en el estado de Jalisco, estuvo modelada por el coronavirus y los sucesivos confinamientos. Aproveché para leer y ver películas mexicanas e ir comprendiendo una realidad vasta, histórica, prolongada y rica en un estado con peculiaridades cristeras, a diferencia de otros estados
La escucha, la consolación, las lágrimas y la cercanía han presidido este año y medio por estas tierras. Dos fraccionamientos han entrado a formar parte de mi vida : El Faro y Villas Andalucía, dos depósitos de esperanzas y soledad de jóvenes familias y de orillados por la sociedad. La comunidad entendida como amistad ha sido una bonita sorpresa por estos lares, no siempre tiene uno tanta suerte.
La violencia dentro de la familia me ha sorprendido, los abusos sexuales y de género dentro de la familia me han, de alguna forma, escandalizado, la forma de ser caliente según la cual uno puede tomar decisiones que cercenan la vida de otros me hace estar alerta. Es una sociedad acogedora que adora la fiesta y donde más vale que uno no equivoque el lugar que le corresponde según la “buena educación”.
Y ahí seguimos haciendo camino al andar. Agradeciendo al Abba Dios por haber llegado hasta acá y seguir haciendo de la vida una parábola de la pasión con la que Jesús ha tomado partido en nuestro favor, en favor de la humanidad.
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