La leyenda de Rosalind Franklin (3ª parte)

Pero en el King’s College reinaba, como ya hemos señalado, un ambiente muy machista y falocrático, Lo cierto es que en el King´s había de hecho 10 mujeres, y Franklin no era la única, como señala el historiador Horace Freeland Judson (1931-2011, y una de ellas, Dame Honor Fell (1900-1986), afirma que no atisbó la menor discriminación por razón del sexo.  Las mujeres del personal del King’s College eran tratadas con respeto pero sabían, sin ninguna duda, que nunca alcanzarían el estatus de los hombres. En cualquier caso, Sir Aaron Klug que ya dijimos que trabajó con Franklin, defendía que ella hubiera sido capaz de descubrir por sí sola la estructura molecular del ADN.

En su estancia en el King’s College, Rosalind Franklin mejoró el aparato para obtener imágenes con ADN, cambió el método y obtuvo fotografías, junto a su estudiante de doctorado Raymond Gosling, con una nitidez que nadie había conseguido antes. En noviembre de 1951 dio una charla para exponer sus resultados a sus colegas del King’s College. Entre el público estaban Watson y Crick, también interesados por la estructura del ADN, y que trabajaban en el Laboratorio Cavendish, en Cambridge, a unos 90 kilómetros al norte de Londres. Era Maurice Wilkins, compañero, aunque no se llevaban bien, de Rosalind Franklin en el King’s College, y también estudioso de la estructura del ADN y buen amigo de Watson y Crick, quien les había invitado. En aquel seminario, Watson y Crick empezaron a conocer el trabajo de Rosalind Franklin y a utilizar sus datos. Fue también Wilkins quien en los meses siguientes fue enseñando a Watson y Crick imágenes de ADN tomadas por Rosalind Franklin, rara vez con su permiso y a sus espaldas. En febrero de 1953, vieron tres imágenes y, entre ellas, la famosa fotografía número 51. Para entonces, Watson y Crick llevaban más de un año sin conseguir nada positivo.

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De izda. a dcha. y de arriba a abajo: Francis Crick, Rosalind Franklin, James D. W atson y Maurice Wilkins

La número 51 la habían conseguido Franklin y Gosling en mayo de 1952 y, años después, Watson recordaba lo que sintió cuando la vio: “En cuanto ví la foto quedé boquiabierto y se me aceleró el pulso”. Pero Rosalind Franklin siempre ignoró que Watson ya había visto la fotografía. Estas imágenes, más los datos de la charla de Rosalind Franklin de noviembre de 1951, más algunos datos más proporcionados por Wilkins, llevaron a Watson y Crick a su propuesta de la estructura del ADN y la publicaron en Nature en abril, solo un par de meses después de ver la número 51. En el artículo, Watson y Crick mencionan a Rosalind Franklin, entre otras personas, y sin ninguna mención especial a sus datos y sus fotografías:…hemos sido estimulados por el conocimiento de la naturaleza general de resultados experimentales no publicados y las ideas de Wilkins, Franklin y sus colaboradores…. Así es de enigmático a veces el lenguaje científico, además de ser un ejemplo impagable de cómo subestimar el trabajo de otro. En el mismo número de Nature, unas páginas más adelante, Rosalind Franklin y su doctorando Raymond Gosling, publicaron un artículo muy técnico sobre sus fotografías, con la famosa número 51, y, demostrando su honradez científica, y personal, apoyando el modelo propuesto por Watson y Crick.

Hay quien ha propuesto que para entonces Rosalind Franklin había llegado a las mismas conclusiones que Watson y Crick, pero la rapidez de la publicación le impidió proponer su modelo. En 1951 había escrito que sus resultados sugerían una estructura helicoidal con 2, 3 o 4 cadenas y con los grupos fosfato hacia el exterior. Esto lo escribió 16 meses antes del famoso artículo de Watson y Crick. Pero ya estaba cansada de sus discusiones con Wilkins, Watson y Crick y, en general, del ambiente del King’s College. Se trasladó al Birbeck College, también en Londres, al laboratorio dirigido por John Desmond Bernal donde permaneció hasta su muerte. En este centro su carrera investigadora siguió adelante, con importantes trabajos sobre virus, en concreto, el del mosaico del tabaco (TMV) y el de la polio que todavía citan los expertos. Pero en 1956 se sintió mal durante un viaje por Estados Unidos y pronto se le diagnosticó un cáncer de ovario, quizá provocado por la excesiva exposición a radiaciones durante sus investigaciones con rayos X. Todavía trabajó durante otros dos años, y después de tres operaciones quirúrgicas y quimioterapia, técnica que entonces estaba empezando a aplicarse, murió en Londres el 16 de abril de 1958, a los 37 años. Cuatro años después, en 1962, Watson, Crick y Wilkins recibían el Premio Nobel por sus estudios sobre la estructura del ADN. Ni Watson ni Crick mencionaron a Rosalind Franklin en sus discursos de aceptación. Curiosamente son las garambainas que Watson hizo en los cincuenta y relató en los sesenta, las que crearon la admiración con que Rosalind Franklin es hoy ampliamente recordada. Sus colegas del King’s College la consideraban demasiado “francesa”, o sea, liberal en sus costumbres, vestidos, intereses intelectuales y temperamento. Era directa y apasionada, le encantaba la confrontación dialéctica, era seria y, a veces, dura y cáustica. Wilkins, por ejemplo, la consideraba antipática.

libro La doble hélice de James WatsonWatson, como siempre, fue el más despiadado y en su opúsculo La doble hélice publicado en 1968, su libro de memorias de aquella época, donde narra los sucesos que vivió en torno al descubrimiento de la estructura de la molécula del ADN en la década de 1950, escribe párrafos que rozan el ultraje: “Estaba decidida a no destacar sus atributos femeninos. Aunque era de rasgos enérgicos, no carecía de atractivo, y habría podido resultar muy guapa si hubiera mostrado el menor interés por vestir bien. Pero no lo hacía. Nunca llevaba los labios pintados para resaltar el contraste con su cabello liso y negro, y, a sus 31 años, todos sus vestidos mostraban una imaginación propia de empollonas adolescentes inglesas”.

Quizá el párrafo, breve y espontáneo, que mejor demostraba el problema de Watson en su trato con colegas científicas es aquel en que le aconseja a Wilkins que “era evidente que, o Rosy se iba, o habría que ponerla en su sitio”. Por cierto, nadie llamaba Rosy o Rose a Rosalind Franklin, solo Watson y Wilkins, y quizá Crick, y a sus espaldas. El certificado de defunción de Rosalind Franklin dice: “Una científica investigadora, soltera, hija de Ellis Arthur Franklin, un banquero”.

A partir de marzo de 1953 Rosalind Franklin investigó la estructura del virus del mosaico del tabaco en el Laboratorio de Cristalografía del Birbeck Collehe dirigido por John Desmond Bernal (1901-1971). Rosalind murió de cáncer de ovario (quizá por la excesiva exposición a los rayos X) en 1958 a los 37 años de edad, sin recibir el preciado galardón sueco que únicamente se concede en vida y y nunca a la vez a más de tres científicos. El modelo en doble hélice de Watson y Crick daba una explicación coherente a temas complejos como para qué sirven los genes, cómo se recombinan para transmitir la información hereditaria,  de qué forma pueden producirse las mutaciones, cuál es el mecanismo de replicación o duplicación del ADN (replicación semiconservativa) que da lugar a dos copias idénticas a partir de la macromolécula original en la que una hélice se conserva y la complementaria es totalmente nueva, de qué forma se produce la “transcripción”, y fruto de todos estos conocimientos se derivaron sus aplicaciones como son la quimioterapia y las terapias antisentido. Si no hubiera sido así el modelo estructural del ADN, la biología se habría tambaleado en sus cimientos o pilares. Posteriormente se desarrollaría una técnica sencilla, rápida y con el menor coste, para la síntesis de las cadenas cortas del ADN. Se trata de la reacción en cadena de la polimerasa (PCR). Tan importante fue que Karen Mulis fue galardonado con el Premio Nobel de Química en 1983. La puesta a punto de la PCR tuvo también aplicaciones prácticas en la medicina forense y en la arqueología. El modelo de Watson y Crick, además, favoreció el desarrollo de la computación bioinformática fruto del trabajo en equipo de físicos, matemáticos e ingenieros. Otra consecuencia fue el advenimiento de la síntesis de la fase-sólida del ADN. Como corolario, podemos afirmar que el modelo de Watson y Crick  sigue siendo el más popular de todos los avances científicos en biología en la mitad del siglo XX. Citar que la estructura estándar del ADN bihelicoidal de Watson y Crick ha hecho posible la implementación de dispositivos para confección moléculas “a la carta” así como diversas máquinas.

El artículo de Watson y Crick representó un punto sin retorno en la biología moderna y a partir de él  y, a través de una miriada de logros científicos concatenados, se llegó a la consecución de la secuencia completa del genoma humano en el año 2000. La historia de Rosalind Franklin demuestra hasta qué punto importa la investigación en equipo para alcanzar los éxitos en la investigación, y no el espíritu obsesionada y compulsivamente competitivo11.

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Maurice Wilkins

Lo importante, creemos, es ser creativo disfrutando de la investigación básica, no solamente del conocimiento por el conocimiento basado en la razón y la experimentación dentro de un marco colaborativo, sino buscando también una aplicación para la mejora de la salud y el bienestar de la humanidad. Pero la creación es un proceso muy complejo y aun muy mal comprendido.

En su monumental obra La créativité, l´imagination constructive, París: Dunod 1988, pág. 33, su autor Alex F. Osborn, dice:

“La imaginación verdaderamente creativa es raramente automáticaSi bien hay un límite que es mucho más importante a la creatividad simulada, que ha sido propuesto por Jacques Arsac (1929-2014) en su obra Les machines à penser. París: Seuil 1987, pág. 8 que afirma:”Si una inteligencia artificial es posible, entonces yo soy una máquina” .

 

NOTAS

11. Hay excelentes obras dedicadas a la génesis y desarrollo histórico de la biología molecular: A history of molecular biology de Michel Morange, Cambridge: Harvard University Press, 1998; Life science in the twentieth century de G. E. Allen: New York, Wiley 1975; y The path to the double helix de Robert Olby, Londres: Macmillan 1974.

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