Mi primer permiso

Escrito por: Juan A. M.

No, no tiré la cucharilla al suelo.

Me dijeron que cuando saliera en mi primer permiso (después de casi diez años de prisión) tiraría la cucharilla del café al suelo pensando que era de plástico, al entrar en el primer bar y tomar el primer café en taza de cerámica con cucharilla metálica reutilizable. Eso sí, me quedé mirándola un buen rato. Era un objeto bonito, brillante, bruñido. Muy sólido y al mismo tiempo como un sueño. Igual que todo el resto: tan real y tan como un sueño al mismo tiempo.

la cucharillaGuardo carpetas enteras de fotos recortadas de los semanales para ilustrar mis cartas familiares. Tenía una donde Amelie, la protagonista de la conocida película francesa, llevaba una cucharilla en la mano mientras miraba al objetivo con ese gesto pícaro y sereno. Me pregunté durante meses por qué se quedaba en la memoria esa imagen.

Si hubiera de traducir su símbolo, diría que significa: “No tengas prejuicios. No esperes lo esperable sino lo inesperado. Las cosas no son necesariamente como se dice que serán”.    

“Ya verás qué bajón al volver”. Nada de bajón. Subidón al comprobar que volvía feliz y contento, casi rozagante como el burro de Sancho, con la sensación del “deber cumplido”, del “todo está en su lugar”, del “vamos bien”. Con la sensación de que, tras unas vacaciones cortas (y largas), volvía al trabajo. Tras una experiencia exótica y extraña, volvía a casa.   

No me duelen prendas de decirlo. Volvía a casa, sí. Una de las preguntas que siento más extraña uno y otro día es cuando un recién conocido me pregunta: ¿y tú dónde vives? La respuesta me parece tan evidente que siempre encojo los hombros: ¿Yo? ¿Qué dónde vivo? ¡Aquí! ¿No me ves?

Necesito un mes para procesar
lo que me ha sucedido el primer día

Esta es hoy mi casa. Me es totalmente necesario sentirlo. Sentirme totalmente aquí y no proyectado hacia un lugar distinto o con la cabeza en otro lugar. Siempre digo que uno está siempre en el lugar perfecto para hacer lo que la vida le pone de “deberes” para el crecimiento como ser humano. Hay pocos contextos donde uno pueda emplear esta expresión tan finolis pero tan verdadera: “crecer como ser humano”. Es asunto de poner en valor lo invisible, lo intangible. No crecer profesional, económicamente… Crecer por dentro. Como en otra dimensión donde el tamaño de las personas muestra esa realidad. Por eso decimos: “es un gigante” o “ese tío es un moco”.

Volver a casa: a mi monasterio, o mi clínica, o mi cole. A mi taller. Mi módulo es una rareza medieval: No hay móviles, ni coches. No hay urgencias, ni agendas apretadas. No hay ese torbellino increíble que es la vida moderna.

estrés en el exterior

Al tener una familia muy grande, estos seis días han estado repletos. Quería cumplir con todos; devolverles, aunque sólo como símbolo, el inmenso y otra vez inmenso favor de acompañarme todos estos años sin cejar un solo día. De estar siempre ahí. De dar la cara por mí y preguntarme, los 3650 días, cómo te encuentras y qué necesitas. Repletitos. Le decía, exhausto y resoplando, a un cuñao: “Es que tengo la agenda más apretada que el Obama”.     El último día me despertaba de madrugada el cuñao para volver: “¡Levanta, Sar-ko-zyyyy!” Es que mi familia tiene mucha retranca. Un humor a lo José Mota, muy manchego.    

Ahora entiendo esa expresión del código penitenciario que justifica los permisos aludiendo a la “progresiva incorporación a la sociedad”. Hoy creo que los permisos son una pieza importantísima en la reinserción. Salir, llenarse, almacenar provisionalmente en la memoria blanda todas las emociones, impresiones… Volver aquí, donde sí es posible detenerse, mirarse, dejar que, desde el silencio, vaya bajando, poquito a poco, toda esa experiencia tan llena de información. Volver a la memoria escena por escena… Clasificar, procesar, bajar “al disco duro”. En la calle sería imposible esa tarea pues cada día trae más material para procesar.

Mi módulo es una rareza medieval,
no hay móviles, ni coches

Decía el segundo día: “Necesito un mes para procesar lo que me ha sucedido el primer día”. Acostumbrado a vivir en una realidad donde los cambios, la salida de lo repetitivo, son mínimos o milimétricos, de repente la información que reciben los sentidos y que tiene su correlato intelectual y emocional, es tanta, que, uf, esto del permiso está bien pensado: salir y volver. Salir, volver. Dependiendo de cada caso, el número de veces necesarias para asimilar el cambio de vida variará.

Desde la falda de una montaña que mira al mar miraba la línea perfecta del horizonte. La sensación de inmensidad sólo era superada por otra que me era más necesaria y más íntima: la sensación de serenidad absoluta. Serenidad absoluta de mi vida. También de la vida de la ciudad. El mar, visto desde la orilla, puede encresparse, asustar, podemos sentir que la fuerza de las olas se va a tragar todo. Que no hay más orden que un caos salvaje y libre, inconsciente, animal. Un poco como la vida vista desde cerca y dentro del torbellino.     

amanecer

Desde la montaña, la línea del mar que se funde con el cielo, tan milagrosamente perfecta y definida, tan evocadora de lo infinito o la eternidad, habla con una claridad y una nitidez indiscutible, con una autoridad majestuosa, con una verdad absoluta: todo está bien. Serenidad mía, serenidad de la ciudad que se recorta en la orilla, bajo el horizonte. Serenidad, por encima del tráfago de la civilización, de la vida. De la Vida. Sensación de que todo camina, sin una millonésima de duda, hacia la verdad, la bondad y aquella que se lo traga y abole todo: la Belleza.

Mi destino, tu destino y el del universo entero es la Belleza total. Eso me decía el horizonte. El resto, todo el resto, es un chiste.

Una de mis seis resobrinas, de dos años, me buscaba en la habitación donde afinaba la guitarra para regalarles un pasodoble, un bolero o un algo. Me miraba con los ojos como platos. Le toqué una melodía dulce y suave. Estaba atónita, la pobrecilla seguro que veía tocar una guitarra de cerca por primera vez en su vida. Llevaba una cucharilla en la mano. Me la daba, me la quería dar. Ella encerraba en su mirada “ingenua” todos los mensajes, ya humanizados y enriquecidos, del horizonte marino que me hablaba el día anterior. 

José Mota, mirando al techo, cacarea con esa voz socarrona y gamberra: “¡Apaga!”

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11 Comentarios

  1. Es precioso tu relato, Juan. No tires nunca la cucharilla al suelo. Me has emocionado, de verdad, quizá por recordarme las veces que he escuchado el relato de la vuelta de ese primer permiso, todas esas reflexiones y sensaciones… Si todas las personas dedicásemos unos minutos al final de cada día para reflexionar, mirar nuestro interior y bajar al disco duro, como tú dices, toda esa información… creo que la sociedad avanzaría de otra manera.

    Espero leer pronto el relato de tu segundo permiso.

    Silvia C.

  2. He entrado por aqui por casualidad a través de un enlace del heraldo, que descubrimiento!!
    Me ha encantado!!! Que concentración de sensaciones…
    Da gusto leerte. Tu casa pude ser cualquier lugar del mundo! en el que te sientas a gusto!!
    Animo!

  3. Un relato muy bonito.

  4. Me ha gustado mucho…..espero seguir leyendo cosas tuyas.
    Un beso y saludos a R.S.B. compañero tuyo, aunque espero que ya por poco tiempo.

  5. Con tu permiso, meto un enlace en mi blog, esto tiene que leerlo la gente.

    Bravo!

  6. Mil preguntas que hacer al entrar en el enlace que recomendaba Heraldo. Después de leer tu relato ya tengo todas las respuestas. Que la fuerza te acompañe en todos los lugares del mundo.

  7. Me has hecho recordar aquella primera salida, aquella tarde cantando y felices. Un beso, tío.

  8. Muy emocionante y necesario también para los que estamos fuera, que nos hace plantearnos, aunque sea por un momento, nuestra propia vida. Queda enlazado en un pequeño artículo sobre la revista que estoy haciendo en mi blog.

    Muchas gracias

  9. ¡Qué maravilla! ¡me ha encantado!
    Muchas gracias

  10. No hay palabras. Juan A. M o como te llames. Seas de la Mancha o de MAdagascar, que sepas que me ha llegado al alma. Para los que estamos al otro lado de la historia, esperando que pasen los días, los meses, los años para pasar ese primer día de permiso con nuestro ser querido… es emocionante leer y entender al mismo tiempo qué se os pasa por la cabeza. Los que estamos fuera lo vivimo similar pero distinto. Pero también deshojamos el día, más tarde, en casa, a solas, analizando frases, movimientos, imágenes, pensamientos y guardándolas como un tesoro. Me emociona ver cómo tu familia no ha fallado ni un momento y comprobar que te sientes arropado, que ese AMOR ha hecho su efecto, que gracias al AMOR la esperanza, la confianza, la paciencia, siguen imperturbables. Enhorabuena. Me has enganchado a este blog. Gracias Juan. Un besazo enorme.

  11. Hola Juanito: Ha sido para mi una gran sorpresa leer esta bonita esquela aunque larga,pero muy bonita ya que en esas frases tan importantes yo soy complice y orgulloso de hacer esos cortos y largos kilometros para traerte al mediterraneo y darte el primer chato de vino despues de 10 largos años,en el plano de la cuchara los dos nos quedamos mirandola como vicho raro miramos al suelo pero no la dejamos caer.
    Me he alegrado mucho de leer este articulo no me han comentado nada,por eso no te he respondido antes .Te estoy respondiendo desde el hospital.A.D.G.Todo esta saliendo paulatinamente pero bien.Lola es fuerte.
    Juanito referente a los moviles coches,etc. estamos en el siglo XXI la era de la tecnologia,esta aqui olvidate
    los tiempos del carro,el borrico,y el refrescar de las cosas en el pozo de la C/ Rosa ya pasaron aunque se sienta nostalgia,sobre todo yo, tu no lo has conocido.
    Junito, te he dado demasiadas pista para no dudar de quien soy.Un saludo de el yesero y toda la tribu.
    Adios hasta pronto.

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