A mi pequeño Príncipe

Escrito por: Pedro B.

A través del ramaje vacío que derrama la oscura noche, oigo la levedad de su frágil respirar. El aire que quisiera atrapar duerme en un delicado cuerpo que, en otro tiempo, fue parte de mi primitiva piel, de mi exclusiva sangre.

Recuerdos

Ya no me está permitido mirarle, contemplarle en la fina cuna donde la magia lo arropaba al cerrar los ojos. Ahora, cuando la mortífera soledad ha emborronado mi existencia, volvería a custodiar sus noches más amargas, los encuentros con las importunadas pesadillas. Volvería a luchar para que las detestables enfermedades no rozaran su piel. Pero no son sino meros pensamientos que se pierden tras la llegada de otros. Me cansé de esperar a que madurara la plegaria de volver a cobijarlo entre mis brazos…

Ya no soy su héroe, ni tan siquiera su padre, porque si fuera lo contrario: ¿Qué hago yo viviendo en su pasado y no en su presente? ¿Por qué me busca en el horizonte cuando mi travesía se llama: desierto? Y la luz del alma: ¿También es incapaz de alumbrar la oscura red que se ha tejido a nuestro alrededor…?

¿Qué hago yo viviendo en su                                                              pasado y no en su presente?

Mi pequeño príncipe, crece de espaldas a mí, invisible a mis ruegos y plegarias. Desconociendo los señuelos que dibujé para él en forma de poesía. Su pequeño corazón nunca sabrá que aromé, noche tras noche, el hábitat por donde juntos paseábamos. Los días que, amparados por la unión del cielo, ondeábamos de alegría al encontrarnos.

tren perdido para siempreGío, mi pequeño hijo,  nació con semblante avispado, inhalaba vida cuando lo sentí por primera vez en mis brazos. Mis ojos olvidaban el cansancio acumulado por el trabajo y, surcado por la emoción del momento, besaba sus pequeñas manos que revertían infinita ternura.

En ningún rincón de esta existencia podré hallar la paz, ni habrá mundo en mi interior porque lo secó su ausencia ¡Cuántas veces rogué a la conciencia del cielo para que llenara este cuerpo con la inmunda tierra que me separó de él! Pero hasta el cielo es cobarde. Como cada uno de sus aliados; el sol, la luna, el día y la noche y los millones de estrellas que dieron la espalda a mi súplica.

Nunca volveré a rodar junto a la sombra                                                 de mi pequeño niño, junto a mi añorado príncipe

Debería existir un acuerdo que alzara a los débiles y afligidos hasta el firmamento y, una vez allí, arrancar la maldita estrella que, más que alumbrar, oscurece allá donde pisamos. Y, sin embargo, ángeles perdidos pretenden enaltecer esta mirada que derrocha melancolía. Ya no procede un cambio de dirección, ni levantar los ojos para saber quién camina a mi lado o si se adhiere un ser infinitamente tierno que intenta revocar lo irrevocable. Sentado bajo el caparazón que resquebraja este corazón, mi alma vuelve a inundarse de lágrimas ante la terrible visión que me acosa: Nunca volveré a rodar junto a la sombra de mi pequeño niño, junto a mi añorado príncipe…

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