Salida terapéutica a la Casa de Amparo
Escrito por: Rosa V. B.
El pasado 23 de febrero, varios internos del Centro Penitenciario de Zuera, junto con los educadores Jesús y Carlos nos encaminamos hacia una aventura gratificante. Nuestro material de trabajo, tres guitarras, unos timbales, unas maracas, nuestras voces y mucha ilusión. Nuestra finalidad, hacer revivir los recuerdos y sentimientos más agradables de los abuelitos y las abuelitas de la residencia “Casa Amparo” de Zaragoza.
Por mi parte era la primera vez que iba a tal evento, algunos de mis compañeros ya lo habían hecho anteriormente, y mi experiencia no tiene palabras; sólo una mezcla de emociones y sentimientos a los que voy a intentar ponerle letras para que lo podáis sentir y entender como yo.
Nos recibió con todo entusiasmo y cariño, colmándonos de atenciones el director de “Casa Amparo”; y nuestra queridísima sor Susana, la cual no se separó de nosotros en toda la mañana, y como siempre con esa interminable sonrisa y bondad.
Nuestro cometido era cantar y bailar para los abuelitos, hacerles abrir el baúl de los recuerdos más queridos para ellos, y que por unas horas sus mentes retrocedieran hasta los años de su juventud con boleros de su época. Según íbamos cantando me fui quedando sorprendida de cómo aquellos ojos tristes y cansados, dejaban salir un rayito de luz con tanto brillo que podías captar que en ese momento ya no se encontraban allí; estaban viajando por su pasado, el de su juventud, bailando y cantando a sus conquistadas parejas.
Sólo una mezcla de emociones y sentimientos
a los que voy a intentar ponerle letras
Esa mezcla de sensaciones, flotaba en el ambiente. Sus pasos cortos y torpes se convertían en suaves y ligeros al compás de la música, ¡era tanta la energía que se respiraba! Que nosotros volábamos con ellos por la sala. Oírlos como cantaban, como movían las manos o tocaban las palmas, era lo mejor que aquel día me pudo ofrecer.
Tengo que contaros algo que me hizo estremecer: hay un señor llamado Nicolás, que según las enfermeras hacía más de 6 meses que no se movía de su silla de ruedas para nada. Se me hizo un nudo en la garganta cuando vi que se levantaba de la silla y se ponía a bailar, mientras escuchaba a Sor Susana que decía: “Mirad, mirad a Nicolás, ¡es increíble! Me fui hacia él, y estiré mis brazos para que me regalara unos minutos de baile.
Nosotros les llevamos felicidad; pero ellos nos saciaron el corazón de amor, dejándonos en el alma un poso que nunca desaparecerá.
Bueno chicos y chicas, cuando este artículo llegue a vuestras manos, yo ya estaré en 3º grado. Espero que estas letras hayan cumplido con su cometido, y os digo ¡vale la pena! Aprovechad el tiempo que estéis aquí en pequeñas cosas que os hagan sentir bien y mejores con los demás, pues la recompensa merece todos los honores.
¡HASTA SIEMPRE!