Vida extraterrestre…¿Imposible?

Escrito por: Manuel Toharia

A mediados del siglo veinte el astrónomo americano Frank Drake propuso una curiosa fórmula para analizar matemáticamente los márgenes de probabilidad de existencia de vida extraterrestre. Una fórmula que sigue siendo analizada con una mezcla de admiración y escepticismo por los científicos, aunque es evidente que en la actualidad disponemos de una información mucho más completa, aunque todavía insuficiente, acerca de esa posibilidad.

Por ejemplo, tenemos constancia de la existencia de planetas extrasolares, de los que ya tenemos censados más de medio millar. Pero aun así el debate sigue en pie: ¿es posible la vida fuera de la Tierra? Y en caso de ser posible, ¿es probable o muy improbable? Porque hay quien se atreve a afirmar que es segura, e incluso que esas formas de vida extraterrestres ya nos han visitado e incluso nos han abducido y llevado por ahí en volandas…

Cuando Drake, a la sazón presidente del Instituto SETI (siglas en inglés de búsqueda de inteligencia extraterrestre) se propuso estimar la cantidad de civilizaciones en nuestra galaxia susceptibles de poseer emisiones de radio detectables, es obvio que contaba con los mejores medios tecnológicos a su alcance en aquellos comienzos del decenio de los sesenta. Él mismo era un experto radioastrónomo, la rama de las ciencias del Cosmos que comenzaba a dar sus frutos, cada vez más fecundos, como complemento a la tradicional astronomía óptica.

El debate sigue en pie:
¿es posible la vida fuera de la Tierra?

Y en su ecuación, que concibió mientras trabajaba en Observatorio de Radioastronomía de Green Bank, en Virginia, quiso identificar los factores específicos que pensó que jugaban un papel importante en el desarrollo de las civilizaciones, tomando como modelo lo ocurrido en la Tierra: primero, vida microscópica, luego vida multicelular, luego vida compleja, luego inteligencia, y finalmente tecnología capaz de enviar señales al espacio interestelar.

La famosa ecuación era algo parecido a lo que sigue:

Veamos cada uno de los términos de esa fórmula:
R* representa el ritmo anual de formación de estrellas capaces de tener planetas en torno suyo. Las estrellas nacen y mueren, pero en una galaxia como la nuestra quizá sean más las primeras. En otras, no.
fp sería el número de esas estrellas que ya tienen planetas girando a su alrededor. El descubrimiento de planetas extrasolares está permitiendo afinar un poco más este factor.
ne es el número de esos planetas que se encuentran a una distancia de su estrella compatible con la posibilidad de que haya vida. Es decir, ni muy lejos, por el frío, ni muy cerca, por el calor. En nuestro Sistema Solar sólo serían candidatos Venus –apenas-, la Tierra y Marte.
fl es la fracción de esos planetas en los que la vida ha podido aparecer. En nuestro caso, uno de tres (hay dudas de que en Marte hubiera vida microscópica en un pasado muy remoto)
fi es la fracción de esos planetas en los que la vida pudo evolucionar hasta hacerse inteligente. Algo que en la Tierra requirió casi 4.000 millones de años…
fc es la fracción de esos planetas donde la vida inteligente pudo finalmente desarrollar una tecnología que le permitiera comunicarse a distancia. Algo que en la Tierra le supuso al Homo sapiens  bastantes miles de años.
Y, finalmente, L es el número de años en los que esa civilización tecnológica consigue sobrevivir antes de desaparecer.

Hoy conocemos mejor que hace medio siglo algunos de esos factores, aunque la mayoría son altamente especulativos. En todo caso, las estimaciones son bastante mejores que en la época de Drake. Eso sí, para cada factor lo más racional sería atribuirle un intervalo de máxima probabilidad en lugar de ofrecer una cifra concreta… Y aun así, poniendo un techo mínimo y un techo máximo a las probabilidades de que se produzca una u otra cosa, los resultados siguen siendo prácticamente igual de imprecisos que en la época de Drake.  En esencia, y después de tanta ecuación y tanta complejidad teórica, sólo podemos decir que la probabilidad de que haya un planeta con vida tecnológica va de cero (en realidad, habría que poner un 1, porque ya sabemos que la hay en la Tierra) a quizá no más de 100.

Drake se atrevió a atribuirle en 1961 una serie de valores mínimo y máximo para cada factor, y la cifra que le salía era 10. Es decir, entre 200.000 millones de estrellas de la Vía Láctea, lo que a él le salía es que apenas diez de ellas podrían albergar un planeta capaz de contener vida inteligente lo suficientemente avanzada, en lo tecnológico, como para enviar señales al cosmos. Y de ahí el programa SETI que él presidía, y que luego fue apoyado calurosamente, y con mucho dinero, por científicos famosos como Carl Sagan.

 Los resultados siguen siendo prácticamente
igual de imprecisos que en la época de Drake

Pero aquello sonaba optimista incluso hace medio siglo. Y en el año 2002 algunos científicos se divirtieron calculando, en sus huecos libres, cómo sería esa cifra con los datos modernos disponibles. Muchos estimaban, y estiman, que el programa SETI es una pérdida de tiempo… y de dinero.

Aquello se generalizó y en estos últimos años se han publicado algunos artículos científicos bastante interesantes sobre el tema. Todos ellos ofrecen, en líneas generales, resultados respecto a nuestra galaxia muchísimo más pesimistas que los de Drake. En lugar de 10 civilizaciones extraterrestres tecnológicamente avanzadas, lo que los estudios actuales dicen es que, según que se adopten unos u otros valores para algunos de los parámetros más inciertos, salen cifras de 0,0000000676963; 0,0000000142162 o bien 0,000000000805908 posibles civilizaciones. Del orden de cien milmillonésimas; una cifra sumamente pequeña, muchos millones de veces inferior a la que le salía a Drake.

En realidad, nuestra galaxia se queda pequeña para este tipo de cálculos. Y ello, conviene repetirlo, a pesar de albergar en su seno 200.000 millones de estrellas. La tentación es abrir el campo de observación y considerar, ya puestos, todo el Universo. Hoy se calcula hay un número total de galaxias que se estima entre medio billón y un billón. Las hay enormes, mucho más grandes que nuestra Vía Láctea, y también muchas de ellas más pequeñas. Todo ello promediado, los mejores cálculos que podemos hacer en la actualidad arrojan, sobre la probabilidad de que haya civilizaciones tecnológicamente avanzadas en el Universo, una cifra que oscila entre un mínimo de ninguna (aunque hay que insistir que ya hay al menos una, la nuestra) y un máximo del orden de un centenar.

Un dato esperanzador, al menos en apariencia. Pero es sólo en apariencia. Porque en temas astronómicos los números grandes son tan grandes que no sólo resultan engañosos sino incluso mareantes.

Si en toda la galaxia –que mide unos 100.000 años-luz de diámetro, o sea unos 4 trillones de kilómetros (un 4 seguido de 18 ceros)- no hay más que una (la nuestra) cuando, según los cálculos, debería haber en promedio una fracción infinitesimal de uno, eso significa que considerando todo el Universo las posibles civilizaciones tecnológicas deben estar separadas entre sí por una distancia media del orden de 2.000 millones de años-luz. Expresado en kilómetros, y escrito con todos sus ceros, esa cifra sería la siguiente: 80.000.000.000.000.000 km. Es decir, 80.000 billones de kilómetros.

Cuando vemos ponerse el Sol por el horizonte,
en realidad hace ya ocho minutos y pico que lo ha hecho

Para entenderlo mejor, si una señal de radio o televisión fuese emitida hoy por nosotros, sería captada en uno de esos lugares remotos dentro de… ¡2.000 millones de años! Por supuesto, su respuesta llegaría otros 2.000 millones de años más tarde hasta nosotros. En total, 4.000 millones de años entre pregunta y respuesta. ¡Menuda conversación!…

Y es que en el Espacio la mayor barrera no es la distancia sino el tiempo. De hecho, pocas personas son conscientes de que cuando vemos ponerse el Sol por el horizonte, en realidad hace ya ocho minutos y pico que lo ha hecho… Su luz tarda ese tiempo en recorrer los 150 millones de kilómetros que nos separan de él.

Y si algún día hay colonias humanas en Marte, las comunicaciones con la Tierra no serán instantáneas, como ocurre en las películas de ciencia-ficción en las que el planeta rojo está habitado, sino que se demorarán entre unos 3 minutos a la ida y otros tantos a la vuelta (en total, 6 minutos entre pregunta, respuesta y la siguiente pregunta) cuando Marte esté muy cerca de la Tierra (cada dos años), y cuando esté muy lejos, al otro lado del Sol (también cada dos años, de forma intercalada), el intervalo será de unos 20 minutos a la ida y otro tanto a la vuelta… Cabe imaginar la conversación, cuando yo le digo algo a alguien, y su respuesta me llega 40 minutos después… ¡Y eso ocurre entre Marte y la Tierra, dos planetas vecinos del mismo sistema estelar!

El reciente descubrimiento de planetas que orbitan alrededor de otras estrellas, por ahora estrellas muy próximas al Sol, ha vuelto a poner de actualidad esta excitante, y también frustrante, búsqueda de vida extraterrestre. Con todo, por ahora los resultados son decepcionantes. Es cierto que no para de crecer el número de estos planetas que orbitan alrededor de otras estrellas, pero la mayoría de ellos son muy grandes, y son contadísimos los que tienen tamaños similares a la Tierra o algo mayores.

Uno de los que han sido descubiertos más recientemente, Corot-7b (en torno a una estrella pequeña llamada TYC-4799-1733-I), es algo mayor que la Tierra pero tiene una densidad muy similar. O sea que es rocoso… Pero lamentablemente, se encuentra muy cerca de su estrella, a menos de 3 millones de kilómetros, muchísimo más cerca de lo que está Mercurio del Sol. El planeta rocoso Corot-7b (se llama Corot porque fue descubierto por el satélite artificial Corot) es un auténtico infierno: la cara que mira a su estrella está a más de 2.000 grados, y la que mira al Espacio está a 200 bajo cero…

Pero esto es sólo el principio. En los veinte años que llevamos desde el primer descubrimiento de un planeta extrasolar no deja de aumentar, y de manera acelerada, el número de descubrimientos al respecto. Y los planetas que ahora se observan, gracias a la creciente precisión de los métodos utilizados, son de tamaño cada vez más pequeño. Quizá en los próximos años lleguemos a alguna conclusión más contundente respecto al número de planetas capaces de contener, al menos en teoría, vida como en la Tierra. Y así podríamos afinar un poco más la ecuación de Drake.

Quedan otras vías. Por ejemplo, la posibilidad
de que la vida extraterrestre no sea como la nuestra

Quedan otras vías. Por ejemplo, la posibilidad de que la vida extraterrestre no sea como la nuestra. Por ejemplo, que no requiera agua –como disolvente esencial de minerales esenciales para las células vivas-, que no dependa de la química del carbono –se ha sugerido que el silicio podría ser ese elemento, pero parece imposible que forme la enorme diversidad de compuestos de carbono a base de cadenas de todo tipo en la que los eslabones lo formen precisamente esos átomos de carbono-, que no tenga nada que ver con el tipo de vida que esperamos ver… La crítica esencial es que, suponiendo que esa vida exista, al menos podríamos observar sus realizaciones, aunque fuéramos incapaces de detectar a esos seres vivos por extraños y, quizá, inobservables que sean. Por ejemplo, vida mineral pura, o bien vida en forma de algún tipo de radiación energética, como la luz… Pero esto es adentrarse ya francamente en el terreno de la ciencia-ficción, incluso de la fantasía pura.

Otra vía de investigación que se ha sugerido muy recientemente parte de un investigador y divulgador bien conocido, Paul Davies, de la Universidad de Arizona, que por cierto trabaja en el proyecto SETI. Lo que él dice en su último libro, recién publicado en Estados Unidos, es que habría que ir más allá de la búsqueda de señales de radio procedentes de fuentes inteligentes de origen cósmico. Por ejemplo, aduce que habría que buscar en determinados lugares del Universo ausencias anómalas de algunas partículas generadoras de energía, lo que podría ser indicio de la existencia de civilizaciones tecnológicamente avanzadas que las hubieran gastado.

Es obvio que cualquier forma de vida requiere energía para su propia subsistencia, además de la que pudiera utilizar para sus otras actividades, como comunicarse o desplazarse, por ejemplo. Ese consumo energético podría ser detectable en forma de una menor presencia de determinadas partículas portadoras de esa energía (desde fotones hasta otras partículas con o sin masa, con o sin carga eléctrica). La idea es sugestiva, pero suena irrealizable; al menos por ahora. Nuestra capacidad de observación del Universo lejano no llega a ese nivel de detalle; hoy apenas podemos detectar planetas como el nuestro en torno a estrellas vecinas nuestras…

La inmensa mayoría de los científicos piensan que
todo esto no es más que una pérdida de tiempo y de dinero

Otra crítica que le hace Davies a SETI es que se trata de un programa excesivamente antropomorfo –demasiado enfocado a formas de vida como las que hubo y hay en la Tierra, capaces de evolucionar hasta dar al ser humano- y demasiado restrictivo –en las condiciones que le pone al propio concepto de vida-. Podría haber otros procesos evolutivos más rápidos, por ejemplo, en otros entornos planetarios muy distintos al nuestro, sin ir más lejos. Lo cual puede ser cierto, pero parece más que dudoso: en todo el Universo las condiciones de formación de estrellas y planetas son parecidas, y siempre presididas por una convulsión telúrica como mínimo formidable. Un planeta lleno de placidez en el que la vida pudiera evolucionar sin retrocesos y con facilidad suena bastante idílico, pero muy poco realista. 

Es decir que, aun asumiendo que quien defiende esas ideas quizá, aunque sea remotamente, pudiera tener algo de razón, lo cierto es que supondría una investigación mucho más difícil aun de lo que ya es la búsqueda de inteligencia extraterrestre. Y en realidad bordea mucho más la ciencia ficción que la ciencia abordable. La inmensa mayoría de los científicos piensan que todo esto, después de todo, no es más que una pérdida de tiempo y de dinero, como antes apuntábamos. Y es difícil no estar de acuerdo con esa postura, especialmente en tiempos de crisis económica…

A no ser, claro, que uno de rienda suelta a la fantasía delirante, como la que campa por sus respetos en revistas de ovnis y programas de ocultismos varios en radio o televisión. Pero todo eso, claro, no es ciencia. Como mucho, un divertimento; y detrás de ello suele haber un engañabobos que se lucra con ello.

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