La ciudad

Escrito por: José

Había una vez una pequeña ciudad dentro de otra ciudad en una pequeña isla, allí vivían personas de diferentes partes del mundo y, como es lógico, con diferentes culturas y creencias religiosas.

Las personas que vivían allí se habían visto un día, de repente, con la obligación de dejarlo todo, sus pertenencias, sus familias y sus trabajos para vivir allí un determinado  período de tiempo por motivos personales y aunque a unos parecía afectarles bastante su estancia allí, a otros se les veía muy tranquilos; parecía que habían comprendido que el estar allí no era más que el resultado de sus propios actos y que cuanto mejor se lo tomaran más tranquila sería su convivencia con los demás.

Las personas de aquella pequeña ciudad vivían en pequeñísimas viviendas adosadas y aunque no había que pagar alquiler, luz ni agua, todos querían marcharse y cuanto antes mejor, aunque había varias personas a las que parecía gustarles bastante vivir allí, pues cuando se marchaban no tardaban mucho en volver a quedarse otra temporada.

Aquella ciudad era sostenida económicamente por el Estado, así que la comida y la medicina también eran gratis y aunque había varias personas que, al parecer, no estaban conformes, no tenían más remedio que resignarse, pues tampoco había dónde escoger.

Las personas que vivían allí se habían visto
un día, de repente, con la obligación de dejarlo todo

En aquella pequeña ciudad apenas había calles, allí se les llamaba pasillos, también carecía de parques, en lugar de ellos había sitios de recreación llamados patios. Estaba formada por pequeños barrios pero allí se les llamaba módulos, no había supermercados, ni tiendas pero en su lugar había pequeños establecimientos donde se podían comprar muchas cosas, a estos locales se les conocía con el nombre de economatos.

La ciudad era tan pequeña que sólo tenía un restaurante, una panadería, una lavandería y una biblioteca, pero eran suficientes para todos los habitantes; también había pequeños gimnasios públicos y un pequeño centro médico, donde eran atendidas las personas que se enfermaban o sufrían algún tipo de lesión. No había necesidad de ningún tipo de vehículo, pues se podía ir andando a cualquier sitio.

Allí no había discotecas ni bares, porque la gente se iba a dormir muy temprano y se levantaban temprano, así que no podían trasnochar yéndose de marcha.

Al parecer las personas que diseñaron aquella ciudad se olvidaron de dejar buen sitio para las plantas y los árboles pues prácticamente no había y los habitantes no tenían ningún contacto con la naturaleza. Tampoco había allí bancos ni cajeros electrónicos pero todas las personas tenían tarjetas de débito para hacer sus compras.

Había también un alcalde como en todas las ciudades pero allí se llamaba director y como en todas las ciudades, los habitantes de ésa, prácticamente no lo conocían, pues casi nunca se le veía.

También había allí personas encargadas de la ley y el orden, sólo que allí no se les conocía como policías, sino como funcionarios y al parecer, como en todas las ciudades, unos eran mejores personas que otros. No vivían allí niños pero sí personas adultas que se comportaban como niños y como a los niños, les costaba comprender muchas cosas.

Por cuestiones más bien morales, las mujeres y los hombres vivían separados y en pocas ocasiones se veían, así que conocer chicas era más bien difícil y también era difícil hacer buenos amigos, pues la gente iba y venía con cierta frecuencia; había desempleo como en todas las ciudades pues los puestos de trabajo eran pocos para el número de habitantes.

Allí no había discotecas ni bares,
porque la gente se iba a dormir muy temprano

Pese a la tranquilidad que se podía sentir en aquel lugar y, en cierto modo, debido a la rutina diaria, muchas personas se sentían como presos, todos soñaban con el día de volver a estar con sus familias. Y aunque sabían que tarde o temprano llegaría aquel día tan anhelado por todos, no podían evitar el sentirse agobiados. Había, incluso, algunos que necesitaban ayuda psicológica; también había algunos que por la tensión o el nerviosismo se veían algunas veces involucrados en pequeñas disputas, que casi nunca trascendían.

Cada vez que sucedía algo así las personas involucradas eran arrestadas por aquellos que estaban encargados del orden y se les imponían pequeñas condenas llamadas aislamiento y una vez terminada la condena todo volvía a la normalidad y así con sus días buenos y malos como en todas las ciudades del mundo, la vida continuaba normal y corriente en aquella pequeña ciudad.

Moraleja:
Si te empeñas en ver una cárcel, te sentirás como un preso.

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1 comentario

  1. ¡Qué se puede decir ante esta descripción! Desear que cada uno consiga lo que anhela.

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