Desmadres y despadres (IV): “Grafitti”

Cuando los bomberos se encontraron con varios grafitos pintados sobre grafitos previos, fueron ellos los que dieron un grito. Los llamaron de emergencia y como último recurso, porque aquellas puertas pintarrajeadas estaban poniendo en peligro la convivencia patriótica entre los habitantes del país aficionados al fútbol, que eran casi todos, más unos pocos para redondear la cifra.

aseo (Foto de Óscar Herrero)El grafito que desató todas las alarmas estaba escrito sobre otro anterior. Los dos eran perfectamente legibles. Decían cosas opuestas o complementarias, según se mire. El caso es que los escribidores habían suscitado los instintos incendiarios de uno y otro bando. Era el sexto intento de los pirómanos por reducir a cenizas la puerta en cuya cara posterior estaban escritas las consignas. Cara posterior o anterior, que también sobre esto pueden aplicarse distintos puntos de vista, el de que entra o lo pretende, y el del que sale o lo intenta.

La dificultad del caso crecía porque la citada puerta no era de fácil acceso: se encontraba en un aseo público, lo que antes se llamaba retrete, luego water cuando se anglofilizó el idioma, a continuación baño –una fórmula eufemística– y finalmente de muchísimas maneras, algunas rayanas en la grosería. Las caras interiores –así queda más claro– de estos recintos ya interiores de por sí, se prestan a todo tipo de expresiones tan valientes como guarras o violentas, e incluso graciosas, según la calaña y el talante de quienes las escriben.

A veces son simplemente chuscas, como aquella puesta en la puerta de un aseo de gasolinera recién adecentado. “Por fin, una puerta limpia”, había puesto un gracioso –un gamberro, más bien– con rotulador negro sobre el impoluto blanco que aún olía a trementina. En otro aseo minúsculo de un centro escolar, el grafitero inicial habría puesto: “Prohibido correr en este lugar”; estaba cantado que el siguiente usuario, o como mucho el siguiente o el siguiente, dotado cualquiera de ellos de inmensa inspiración, añadiría al verbo el sufijo reflexivo; la reflexión, algo muy propio de un intelectual.

 La citada puerta no era de fácil acceso:
se encontraba en un aseo público

Los pequeños gritos de júbilo de los artífices o de sus admiradores, en estos y otros casos similares, no eran de suficiente enjundia como para alarmar a los bomberos, sobre todo porque no despertaban pasiones públicas ni existía riesgo de incendio. Pero no fue el caso de los grafitos superpuestos en el aseo masculino de aquel aeropuerto nacional de ciudad intermedia en la que se había celebrado uno de los partidos del siglo más importantes del año entre dos equipos enemigos desde antes de ser concebidos sin pecado original.

bomberosEran las dos formaciones –o deformaciones– representativas de dos regiones de España –digámoslo oficialmente: de dos comunidades autónomas– cuyas aficiones tenían bastante sobresaltado el caletre. Tal vez sea mucho pluralizar porque la memez se lleva a título individual, aunque son frecuentes los contagios entre los forofos amparados en el anonimato colectivo y carentes de individualidad sustancial, como diría alguno de los psicólogos que acuden en las ambulancias para remediar el colapso emocional de la gente en caso de desgracia.

Los bomberos, volviendo al caso, habían recibido la orden de arrancar aquella puerta de madera que acusaba la huella de los seis conatos de incendio. Un accidente de este tipo en un aeropuerto, aunque sea nacional, puede derivar en catástrofe habiendo tanta benzina esperando juerga en los alrededores. Una vez desencajada la puerta peligrosa, ya se vería la conveniencia de sustituirla por otra metálica ignífuga, o incluso de dejar el recinto al aire para solaz de exhibicionistas aéreos.

Cuidadín con lo que se escribe en las puertas
posteriores de los retretes públicos

Conviene señalar que en el vetusto aeropuerto sólo había un bloque de aseos públicos masculinos –por dos femeninos, sáquense las conclusiones que procedan– sin que ninguno de éstos hubiera sufrido conato de incendio utilizando las puertas como combustible. Cierto es que las señoras son menos propensas al descerebre futbolero, aunque de todo hay entre las nuevas generaciones que tienen ya superachuchados a los 40 principales y prefieren minimizarse en los once de turno y sus movimientos campestres de histerismo controlado.

No obstante conviene advertir que en los últimos tiempos el nivel del sonido futbolístico va in crescendo –un término musical– tanto instrumental como vocalmente. En el primer caso por la invasión de las bubucelas, esa plaga sudafricana, que añaden su clamor al de los clarines y cornetas jubilados tras la Semana Santa, cuando las competiciones se acercan a su final, por lo que se ponen al rojo vivo y conviene alertar previsoramente a las dotaciones de bomberos y a las ambulancias por lo que pudiera pasar. En el segundo caso, por la elevación de la tesitura aguda del griterío, lo que en una interpretación estrictamente tradicional alude al incremento de las féminas entre la masa furibunda que calienta el ambiente: nuevo toque de atención a bomberos y ambulancieros.

Conclusión: cuidadín, cuidadín con lo que se escribe en las puertas posteriores de los retretes públicos, porque un desmadre estúpido puede provocar incendios y alguna gresca mayor. Entonces gritaremos todos.

P. S. Me dice el director que el artículo está cojo, que debo aclarar lo de los grafitos superpuestos que le han dado mecha. Es algo delicado, me resisto, incluso me repugna por la bajeza de ambas expresiones, pero eran éstas: Puta Espanya !!, en la base, y Catalunya inclosa ??, sobre ella.
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