Escrito por: Peregrinos de Daroca

Despertamos más temprano de lo habitual. Debido al importante incremento del grupo necesitamos más tiempo para asearnos, desayunar y alistar nuestros equipajes. La mañana nos resulta un tanto triste por saber que será la última en que despertaremos juntos, pero al mismo tiempo todos estamos alegres por llegar, al fin, a Santiago sintiéndonos realizados como peregrinos.

En la noche anterior repasamos el modo en que nos organizaríamos los distintos centros para ofrecer al apóstol nuestro respeto, fe o esfuerzo. A nosotros nos tocó hacer unas peticiones al Santo, a otro centro realizar las lecturas bíblicas, otros presentarle todas las conchas y diarios -que nos han acompañado durante el camino- y lo realmente importante es que todos llegaríamos juntos a la plaza del Obradoiro.

Nos encontramos todos en el monumento del Monte do Gozo, llenos de emoción, alguna que otra legaña y ampollita, con principio de tendinitis en algunos casos, pero muchas emociones compartidas. Allí, a los primeros rayos de sol dentelleándose en las espaldas compartimos unos dulces, unos cánticos al unísono y abrazos de hermandad .

Con una vara de 5 metros portada por tres compañeros colgamos las conchas y los diarios personales del camino, con cada una de las diversas experiencias reflejadas en ellos así como los deseos y peticiones al Apóstol para nosotros, nuestros compañeros que nos esperan de vuelta en los centros y las familias, siempre tan presentes.

Nos miraban a nuestro paso con un respeto
y admiración que se reflejaba en sus caras

Loa lugareños de Santiago que se dirigían a sus trabajos y destinos como los padres que acompañaban a sus hijos a la escuela, nos miraban a nuestro paso con un respeto y admiración que se reflejaba en sus caras y se respiraba en el ambiente de esa corporación de casi 100 peregrinos, con la solemnidad y el respeto que la ocasión se merecía.

La llegada a la plaza del Obradoiro fue de una emoción inusitada, con una fusión de abrazos sellando la unión de nuestra causa común. Las lágrimas brotaban de los rostros, aún de los más aguerridos o aparentemente insensibles de los compañeros. No podíamos imaginar que esta experiencia afloraría la humanidad que todos llevamos dentro.

Una vez en la catedral, como si de una voluntad del Apóstol o la providencia se tratara, nos vimos delante del altar, con el botafumeiro pendulando sobre nuestras cabezas. Las dos caras de una misma sociedad. Por un lado, la policía nacional de Santiago y por otro nosotros. Ellos le hicieron su petición al Santo y nosotros la nuestra. Paradójicamente no son peticiones yuxtapuestas, pues el humo las mezcló y elevó juntas hacia el cielo. Esto quedó constatado en el momento de la paz donde nos entrelazamos unos con otros sin distinción alguna.

Nos despedimos y nos deseamos
buena suerte y buen camino de regreso

A la salida, un sol inusual en Santiago, como si de un regalo se tratara, nos deja en el rostro un reflejo de saludo y despedida del Apóstol así como de clausura a nuestra misión. Nos despedimos y nos deseamos buena suerte y buen camino de regreso entre todos los compañeros.

Como paso habitual de peregrino, degustamos los manjares de la tierra: pulpo a feira y rubia gallega con patatas, acompañado por unas ensaladas, y de postre la tradicional y exquisita tarta de Santiago.

Después de 9 horas en coche, que nos sirven para fraguar en nuestra memoria las experiencias vividas, llegamos al centro donde nos embarga la tristeza por tener que separarnos de los compañeros, voluntarios y profesionales con los que tantos buenos momentos hemos compartido en esta semana.

Sentimos emoción, hermandad, gratitud y la esperanza de que esta experiencia pueda ser vivida por otros compañeros cada año.