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Un cuento de otoño

Posted By Eugenio Mateo On 25/10/2011 @ 05:30 In El sueño de | 1 Comment

Carola

Se conocieron en un chat. A los dos les llevaron hasta él, diferentes motivos.

Carola era una habitual de la Red desde hacía tiempo. La empujaba un no muy claro propósito de conocer, sin que mediara contacto físico alguno, a tantas personas como le fuera posible, sin importar sexo, raza o religión, aunque esto no era más que un eufemismo o un pretexto, pues se reconocía a sí misma que casi todos sus interlocutores del ciber espacio eran hombres de cualquier edad o condición, lo que añadía un plus de peligrosidad, sólo potencial, a esas relaciones, casi siempre efímeras y nunca somatizadas o consumadas más allá del teclado, pues un miedo indeterminado le impedía dar el paso previo a una cita o a una simple conversación por teléfono.

En el chat¿Qué razones podía tener entonces, vistas las cosas, para engancharse a una rueda de vanidades, expuestas sin pudor, en el escaparate que presenta seres sin rostro y personalidades de quita y pon? Para ella era vital sentirse a salvo detrás de su monitor. Tener conciencia de que en el espacio que mediaba entre el otro y ella, habitaba todo un universo donde no era promiscuidad lo que buscaba, sino razones para seguir sola.

En los dobles sentidos de las palabras, en las insinuaciones veladas, estaba su mejor arma para conseguir que su pareja virtual perdiese la compostura y se equivocara, llevando la conversación a términos que daban a entender que ella quería, como queriendo que el otro quisiera que ella quisiese; en la mayoría de los contactos siempre se llegaba a ese lugar común de exhibiciones gratuitas de macho en celo.

Cuando se daba cuenta de que la situación traspasaba sus propios límites, emitía un lacónico “me lo pensaré” y cerraba la conexión con un escueto “chao, amor”. Así cada noche. Una corriente de endorfinas regateaba por su desazón, y la sensación de haber escapado a tiempo la estremecía en el más íntimo desasosiego, que sin embargo, humedecía sus bragas.

Es cosa conocida que en todo juego existe el riesgo de perder y Carola no calculó que cruzar los límites no siempre es gratis. 

Iker

Las razones que tiraron de Iker hacia el chat, aquella noche, fueron distintas. Se consideraba un buen aficionado a la Micología. Desde hace años se sentía atraído por el misterioso mundo de las setas. Las horas pasadas en los bosques dieron vida a un microclima donde la introversión y la melancolía nutrieron los micelios del aislamiento.

Manejaba Internet, pero no le interesaba más de lo necesario; entrar en portales micológicos o viajar a través de Google Earth, con el vuelo de un pájaro, era lo que más frecuentaba, aunque alguna noche en vela traspasó la puerta entornada que ofrece sexo a la carta con cuerpos intocables.

MicologíaTambién era un contumaz paseante y en sus trayectos recogía todos los detalles que se le asomaban, desde aquella falda descarada, a esa vaharada que se desplomaba de las chimeneas, pasando por este abuelo suicida cruzando en rojo. Se interesaba por todo, pero tan efímeramente, que sólo le duraba un brillo en sus ojos antes de apagarse.

Esa noche se entretuvo manipulando la cámara de fotos y descargó en el ordenador las últimas capturas recogidas en el monte. Quería contrastar con otros colegas detalles sobre tal o cual especie. Estuvo chateando más de dos horas hasta que sintió que el aburrimiento se instalaba sobre la habitación y calaba hondo en su interior, sembrándole de un desasosiego inusual en él, aunque no era la primera vez que le ocurría, lo que trazó sombras en su mente. No se le ocurrió mejor terapia que ponerse a descubrir en el Google MARS y hacia allí iba cuando un anuncio dinámico le invitó, mientras cerraba páginas, a conocer gente, según rezaba su mensaje vistoso y sugerente: “Encuentra tu media naranja”, y como un autómata guió su ratón e hizo click sobre el icono bailarín.

Se consideraba un buen
aficionado a la Micología

Se registró, como le pidieron, y ya con su Nick autorizado se tiró de cabeza a la piscina donde las sirenas tentaban a los Ulises, y los toros raptaban a las Europas, ignorante de cuál era su Olimpo; resuelto a dejar de ser mortal por un instante. Aquel primer descubrimiento no fue lo que esperaba, quizá porque en realidad no esperaba nada, o en cualquier caso, sus deseos carecían de eco más allá. Pero de repente la pantalla empezó a hablar, como desenrollando las palabras pendientes de escribirse.

-¡Hola!- Le saludaron sin voz.- ¿Eres nuevo por aquí?
-Nuevo y sin estrenar – Tecleó Iker.
“Ya tenemos otro gracioso”. Se dijo Carola

Se presentaron. Él, sobreactuado; ella, suspicaz. Durante un momento, ambas pantallas, separadas acaso por un infinito, enmudecieron, como si cediesen la iniciativa y ninguno se atreviera ante tal responsabilidad. Finalmente Carola abrió fuego.

- ¿De qué quieres hablar Iker?
- Realmente no sé cómo funciona esto- Parecía que se disculpaba él.
- ¿Funcionar? – La interjección sin voz se rió sin risa- jajaja. -Perdona, chico, ¿pero de donde sales?

Google MarsEl silencio visual que siguió, demostró que él se había ofendido. Así estuvieron, como en una trifulca sin gritos, como en una bronca sin agarrones, como en una pelea sin público. La compasión por sí mismos les agotó, tanto, que cedieron la mordacidad por la expectativa.

Transcurridos unos segundos, la pantalla revivió.

-Vengo de abortar un viaje a Marte-
- ¡¡¡ jajaja!!! – Le contestó la onomatopeya de la risa. -O sea que eres marciano-
- ¡No! ¡Soy murciano! A veces cojo el transbordador de Google Mars.- le agarró gusto a la coña.
-Oye-siguió Carola- Resulta que eres un tío muy salado. Un poco raro, pero majo. ¿Qué cosas te gustan?
-Muchas- dijo él, -Pero no me gustaría extenderme-

Esa declaración de renuncia, despertó en la mujer un interés por el hombre que nunca antes había sentido.

- ¿No querrás cerrar ya, verdad?
- Perdona, tengo que irme.- La disculpa no parecía creíble, sino más bien una huida en toda regla.
- Bueno, pues… ¿volverás a entrar otro día?
- A lo mejor
- Pues, por aquí estaré, Iker.- se resignó ella.
- Chao!- se despidió ella.
¡Adiós!- le contestó él.

Acabada la fugaz conversación, los motivos para seguir manteniéndola de nuevo empezaron a abrir en ellos ventanas a nuevos descampados.

Carola e Iker

Por aquellas cosas de la casualidad, los dos se volvieron a encontrar y a través de largas sesiones de chat fueron pasando los días. Adquirieron cuotas de confianza; sus almas abrieron los candados de la química. Llegaba el otoño y este hecho cambió el curso de las cosas.

Una tarde Iker le contó que empezaba la estación de las setas y que iba a ir a buscar Boletus a un lugar conocido. A Carola, sin poder reprimirlo, se le escapó un – ¿porqué no me llevas? – Sonó tan sincero, que fue su único y definitivo error.

A por setasLa primera cita transcurrió en un bar en el que habían quedado para conocerse finalmente, como paso previo de la excursión a lo desconocido, que quizá les dejó un regusto de defensa propia, pero ambos decidieron subir el próximo peldaño.

Aquel día lució radiante. En el cielo, solo el color azul resaltaba y a ella, le pareció como en un cuento. La montaña les daba la bienvenida con pancartas de bosques encantados y la pista por donde ascendieron se le antojó una alfombra de hojarasca. El silencio les franqueó el paso al llegar a la penumbra.

La mujer notó primero la inquietud de la soledad aunque rápidamente pasó a sentir una calma que le acarició con dedos invisibles. No dudó en coger la mano de él y se dejó arrastrar hacia la espesura del bosque.

Conforme iban apareciendo las setas, Iker le explicaba cosas sobre ellas y según el caso, remarcaba -no comestible- con acento solemne, tomándose muy a pecho su pedagogía , aunque a veces sonreía excitado y le decía que aquella otra era una excelente comestible, cortándola a la vez para enseñársela luego.

Llegaba el otoño y este hecho
cambió el curso de las cosas

Las cestas se fueron llenando poco a poco. Iker miró el reloj y decidió que era la hora de volver. En eso estaban, cuando al descender por la ladera húmeda, él se paró de pronto y se agachó señalando un ejemplar que se veía robusto y firme; una preciosidad, aún para ella, que era totalmente neófita.

¡Mira que ejemplar de Tricholoma Portentosum! – exclamó el mozo – Nos la comeremos de aperitivo.

Se sintió obligado a matizar que era una invitación en toda regla para comer aquellas setas recogidas poco antes y recibió una respuesta inmediata desde los ojos de la joven. Cuando llegaron por fin al coche, el sol ya estaba alto, así que sacaron una bolsa con dos bocadillos y una bota de vino y mientras comían, los dos dejaron sueltos sus pensamientos, que como por azar, se cruzaron en el vuelo.

Vino y setasAl día siguiente llegó Carola al piso de Iker. Traía una botella de vino.

Cuando él abrió la puerta, se escapó un aroma a guiso que los envolvió; se dieron dos besos que les supo a poco, pero ambos mantuvieron las distancias. La mesa estaba puesta con la intención del detalle, pero sólo demostró la falta de costumbre en tener detalles. Carola lo notó con perspicacia femenina y le gustó la manera con la que el hombre desplegaba sus plumas ante ella. Se sentaron a la mesa de los prolegómenos para hablar de pasados recientes; al poco rato y deshecho el hielo, el hombre fue a la cocina para volver, casi de inmediato, con un platillo humeante que despedía un olor sugerente y delicioso

- Lo prometido- pregonó Iker – El vermut.

En el platillo, una seta partida en dos, ocupó la atención de ella, que recordó el momento en que la encontraron ayer. No quiso evitar un gesto de júbilo.

- ¿Cómo dijiste que se llamaba?- le preguntó.
- La llaman negrilla pero ésta es de una familia de ejemplares grandes y carnosos. Tricoloma Portentosum es su nombre científico- Respondió a la vez que le ofrecía el plato.

Conforme Carola fue acercando el tenedor a su boca, le llegaron olores a bosque, a musgo; cuando probó la seta se le desataron sabores a tierra mojada, a la vez que misteriosa, a hojas secas y raíces escondidas. Su cara proyectó la sensación, absolutamente nueva para ella, de gusto indescriptible.

Iker comió la otra mitad
y se le encendió un piloto de sorpresa

Iker comió la otra mitad y se le encendió un piloto de sorpresa, pues no recordaba un sabor tan sutil de entre todas las variedades de negrillas que había probado antes.

Tricholoma portentosumLa comida, preparada con esmero a partir de las otras especies recogidas en el monte, transcurrió en animada conversación, regada con buen vino, que les desabrochó los corsés de la inhibición. A la hora de los cafés, los dos se miraron y sin hablar, se interrogaron con los ojos sobre cómo se sentían y las señales que encontraron no necesitaron de respuesta. De pronto los vómitos aparecieron y en la mente de Iker las dudas se convirtieron en certezas.

Se habían comido una Tricholoma Pardinum. Lo tuvo claro. Los síntomas inequívocos de la intoxicación les zarandeó por el camino del dolor, renunciando a su propio cuerpo; tal era el abandono en que cayeron.

Iker sacó el teléfono móvil del bolsillo y el esfuerzo le mareó aún más, pero pudo conseguir pedir auxilio. Se arrastró hasta la puerta y la dejó abierta. Por todos los esfínteres se le escapó la vida y aún pudo mirar a Carola tendida en el sofá cubierta de fluidos.

El desenlace

En la unidad de cuidados intensivos donde habían sido evacuados, estaban separados en dos boxes contiguos. Ella podía oírlo, entre brumas, balbuceando por las nauseas y revolverse con los mismos espasmos que sufría ella, como si una mano hurgara en sus entrañas.

Tricoloma pardinumLos médicos y las enfermeras revoloteaban entre ambos, conocedores de la gravedad de la situación e intentando cortar la intoxicación mediante varios tratamientos de choque. En realidad, la intoxicación de la Pardinum no era mortal, pero el especialista mencionó que, sorprendentemente, ambos desarrollaron la misma reacción alérgica a alguna proteína de la seta y el proceso podía ser fatal ante la evolución que sufrían los riñones y el corazón de los dos.

Pasaron momentos interminables, tal vez fueran siglos, pero cuando la muerte quiere, nada la detiene y esta vez, les quiso a ellos para acompañarla.

Una enfermera reparó en que los jóvenes estaban separados por un biombo y adivinó su postrer deseo sin escucharlo. Lo retiró y los dos se miraron, diciéndose en un segundo, lo que no se podrían decir nunca más.

El último suspiro de Iker se precipitó en un inaudible- Lo siento, me equivoqué-

El último estertor de Carola hubiera querido ser una caricia, pero no pudo pasar de ser un reproche que se le quedó prendido entre los labios:

¡Hijo de puta!


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