Tarde de compras

En el supermercado, lleno de guirnaldas de oropel y espumillón dorado, los villancicos sonaban con el volumen desorientado adrede para conseguir confundir a cada comprador e incitarle a llenar los carros o las cestas, convulsos y conversos. Tronaban en lugar de sonar, queriendo lavar el cerebro a los neo idiotas contagiados de tanto oportunismo que se repetía cada comienzo del invierno, como salmodio de mantras con sabor a chicle, prendida cada estrofa en los pespuntes de la memoria.

Miradas de Navidad  7Villancicos. Villancicos. Muchos villancicos de los que nadie sabía el origen de su relación con el terrenal mercadeo, pero sobre todo y mucho menos, nunca lo hubiera imaginado la figura en cuyo honor se cantaban.

Un hombre de aspecto taciturno, con el ceño fruncido y ademán de asqueado escepticismo, deambulaba entre las estanterías, pensando bien cada movimiento de posesión. En su cesta apenas un par de latas de cerveza, un “brick” de zumo, una bandeja de hamburguesas de “depende” y un bote de olivas rellenas. Ensimismado, calculando para sus adentros el precio de las cosas, no vio llegar a un Papá Noel con el traje varias tallas grande, que llevaba una bandejita con trozos de turrón de prueba. Al ponerse a su lado, el meritorio Noel le dijo en voz alta:

–¡Feliz Navidad! ¡Feliz Navidad! Pruebe el turrón. Ande, coja un trozo, es gratis.

El hombre le miró; sin mediar palabra le empujó con rabia, yendo la bandeja y el Noel a proyectarse contra la góndola llena de estuches de huevos, que desparramaron por el suelo las claras viscosas y las yemas llamativas en una pringosa mezcla de tortilla sin cuajar.

Una señora con un gorro aparatoso y abrigo de piel dio un resbalón, patinando sobre aquella asquerosa mezcla. Mientras caía, entre sorprendida y aterrorizada, empujó su carro, lleno hasta los topes, contra una cabecera de botellas de cava, apiladas en inverosímil pirámide, que se desmoronó, liberando decenas de litros de liquido junto con la metralla de los cascos rotos y afilados, alcanzando a unos chavales que tarareaban con bromas el villancico en la onda.

Iban saliendo de uno en uno
cacheados por varios guardias

Uno de ellos se revolvió rápido para esquivar un proyectil verdoso con tan mala fortuna que pisó a un anciano que sólo llevaba una barra de pan y algo de frío en el alma. En un gesto inútil el abuelo intentó defender su barra pero blandiéndola como un sable de filo tierno le dio en un ojo a una mujer con un niño pequeño en brazos. Venía ésta acompañada de su marido, un primate de porte alfa, que sin pensárselo dos veces, propinó un guantazo al pobre ancianico que le hizo perder la dentadura al tiempo que se desmayaba sobre la isla de piñas tropicales que hasta entonces permanecían incólumes ante el desvarío general.

SupermercadoEl personal del establecimiento no supo a quien atender primero pero recordaron, de algún curso de formación, que la música amansa a las fieras y subieron, más aún, el volumen de la misma. Entre gritos y lamentos los peces en el río se hartaron de beber y beber, porque, para unirse a la ceremonia de la confusión, se estropeó el audio repitiendo, como un sonsonete, aquello de “pero mira como beben los peces en el río; pero mira cómo beben por ver a Dios nacido”.

Resultaba chocante aquel caos al compás de la estridencia festiva en nombre de la paz. Pero resultó más chocante que se cerraran las puertas del Súper para evitar que se generalizasen los saqueos, que curiosamente comenzaron muy pronto. Como por arte de magia se arregló sola la megafonía y lo que se pudo escuchar fue la dulce melodía de “Noche de Paz“, aunque paz, paz, lo que se dice paz, no se consiguió hasta que se pusieron en marcha los aspersores del techo porque algún desaprensivo pensó que la lluvia apaga los ardores y vuelve corderos a los lobos.

Poco a poco volvió la calma.

Ateridos, empapados, temblaron todos, al mismo tiempo que la canción que en este momento sonaba les recordó que esta noche es Nochebuena y mañana Navidad, mientras iban saliendo de uno en uno cacheados por varios guardias de seguridad y algún empleado, con rumbo a una auténtica cena navideña de pan y gloria en las alturas.

©Eugenio Mateo (Relato perteneciente al Libro “Miradas de Navidad 7” editado por La fragua del trovador)

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