Un globo de corazón

Escrito por: Miguel Loza

Recuerdo que fue un día de agosto, en las fiestas de Vitoria, cuando me sucedió lo que paso a relataros. Yo por entonces tendría siete años. ¡Ah! Por cierto, me llamo Fernando.

Aquel día, Jorge, mi hermano mayor, y yo salimos a dar una vuelta por la ciudad con mi padre para disfrutar de su ambiente festivo y para, de paso, tomar un vermut, aunque yo entonces no sabía qué era aquello. Recuerdo que estábamos en la Plaza de la Virgen Blanca cuando una visión fantástica me envolvió. Era un mazo de preciosos globos de variopintos colores que se mecían de un lado al otro en una danza perfecta al ritmo del viento. Y uno especialmente me llamó la atención: era rojo, muy rojo, y tenía forma de corazón.

Globo rojoPensé pedirle a mi padre que me lo comprara, pero no me decidí porque no era un padre muy dado a comprarnos cosas del estilo de los globos, ya que las catalogaba como caprichos y lo peor no era que no los comprara, sino las razones que te daba para no hacerlo: que si es un antojo, que si tenéis de todo, que si otros niños no tienen nada, que si el hambre en el mundo, que si… Que si, que no me lo compres, pensaba yo, que con un no ya es suficiente mala noticia como para luego tener que aguantar los comentarios.

Pero, he aquí mi sorpresa, cuando nos dijo a mi hermano y a mí que si queríamos un globo. Nunca he sabido el porqué de aquel arranque tan generoso, aunque sospecho que fue porque el día anterior había salido con su cuadrilla de blusas de otros tiempos, los Txismes, y se sentía feliz. Inmediatamente le dije que el rojo muy rojo con forma de corazón, porque no era cuestión de esperar ya que estos arranques no solían durar mucho. Mi hermano Jorge cogió otro que tenía una cara de un payaso muy sonriente. Y en cuanto los tuvimos en nuestras manos nos vino la típica recomendación paterna: cogedlo fuerte y no lo dejéis escapar porque si lo soltáis se ira volando y os quedareis sin él porque no pienso compraros otro. En fin, como si no lo supiéramos, que a veces hay que tener mucha paciencia con los padres. Y así nos fuimos de allí tan contentos.

Cogedlo fuerte y no lo dejéis escapar
porque no pienso compraros otro

Realmente los globos eran preciosos y era muy bonito verlos balancearse mientras iban a tu lado acompañándote. Yo estaba emocionado y apretaba el cordel con todas las fuerzas de mis manitas que, sin darme cuenta y debido a la fuerza que hacía, se iban quedando blancas. En eso andaba cuando empecé a notar que el globo, mi fabuloso globo, me daba como tirones. Al principio no le hice caso, pero al cabo de un rato me paré y fijé la mirada en él. Lo que vi me rompió el corazón. Vi un corazón triste y me di cuenta de que aquellos tirones que me daba no eran otra cosa que ruegos para que le dejara marchar, para que le dejara volar para ser libre y así ser feliz mientras viajaba por todo el universo.

Globo de corazónLa verdad es que no lo dudé mucho y, aunque me daba mucha pena quedarme sin el, lo solté. Y allá que se fue, hacia el cielo. En esto se paró y me miró esbozando una gran sonrisa y de corazón a corazón me dijo: “Gracias Fernando“. Fue en ese momento cuando mi hermano gritó al ver lo que pasaba y mi padre dijo lo que yo esperaba que dijera: “Desde luego, Fernando, pareces tonto, mira que te lo había dicho, pues ahora no pienses que te voy a comprar otro“. Y no, no quería otro. No quería otro porque si me hubiese comprado otro también lo habría soltado ya que había comprendido que los globos querían ser libres y volar por los aires. Y no estaba triste. Todo lo contrario. Era feliz porque sabía que mi corazón, el que voló, también lo era.

De allí nos fuimos a casa. Mi hermano Jorge iba muy ufano con su globo, diría que un poco más que antes de que soltara el mío porque, ya sabemos cómo somos las personas, ahora él era el único que tenia un globo. Llegamos a casa y lo soltó en nuestro cuarto. Allí se quedo pegado al techo, acurrucado, sin decir nada. Mi hermano jugaba con él de vez en cuando y me invitaba a que yo también lo hiciera, y no entendía que no quisiera.

Y es que vivir enjaulado
no es vivir

Pero es que yo veía cómo se iba apagando la sonrisa del payaso y cómo estaba más triste cada día. Con el tiempo, aquella cara se fue llenando de arrugas y fue perdiendo fuerzas porque cada vez se alejaba más del techo, hacia el suelo, como diciendo que ya no quería volar porque había perdido la ilusión. Y es que vivir enjaulado no es vivir.

Un día al despertarnos lo vimos tirado en el suelo, lleno de arrugas, totalmente empequeñecido. Ya no quedaba nada. El payaso había muerto de pena. En ese momento entró mi madre, lo cogió y, sin ninguna ceremonia, lo enterró en la basura. Así, los dos nos quedamos sin globo. Uno yacía en la basura. Pero el otro, al que le di la libertad, no murió. Todavía es el día que anda por esos cielos dando besos a las estrellas y jugando con los globos que otros niños también soltaron. Y sé que es muy feliz porque me lo dice mi corazón y ya se sabe que de corazón a corazón no se engaña.

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1 comentario

  1. Hola: me encanto el mensaje eliptico del relato.-
    Puedo compartirlo con las mujeres privadas de la libertad de la Unidad 5 de Rosario/argentina.??

    Todos los jueves, de 17 a 18 hs. ellas tienen un programa de radio , que se emite por FM.- Tambien se puede escuchar po internet, entrando en nuestro blog- Nos daria mucho material de charla e intercambio de ideas.-
    Cordialmente graciela (coordinadora)

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