El viaje vacio.Relatos del interior.Colectivo Moraga
Antonio, Antonio, repetía la voz del padre para despertarlo en la habitación que compartía con cinco hermanos de diferentes edades. El niño tenía doce años, pero su vida a partir de hoy iba a cambiar.
Hoy no vas al colegio -le espetó su padre de una forma brusca- te vienes a trabajar conmigo. Su padre -Manuel- era un hombre grande y fuerte, trabajaba en el puerto, echaba muchas horas para sacar adelante a su familia.Vivían en un piso pequeño, su horizonte eran las terrazas de enfrente, llenas de trastos y pájaros enjaulados.
El puerto no estaba lejos, iban andando, se presentía su cercanía por la humedad y ese olor inconfundible a mar.
Por el camino se pararon en una tienda del Bulto – un barrio de pescadores- cerca del rebalaje. Allí recogieron una bolsas de tela basta que desprendían un olor inconfundible -era queso, de bola, envuelto en papel rojo; y tabletas de chocolate Elgorriaga-, cargaron con la mercancía y siguieron su camino.
Por el muelle de pescadería estaban atracados varios barcos de países del este, de nombres impronunciables – las consignas de la época les impedían desembarcar a los marineros-. Ahí tenía su negocio, Manuel. Les llevaba el queso y el chocolate, convenientemente oculto en su oronda humanidad, a cambio de whisky y tabaco.
-Toma cinco duros- hoy te has portado muy bien, Antonio había cobrado el primer sueldo de su padre.
Con veinticinco pesetas me sentí, el niño más afortunado del mundo, bajé a la calle y lo celebré con mis amigos.
Mamá, mamá, -le gritaba para que me oyera en medio del mercadillo-, ella pregonaba papeletas de una rifa a peseta el cupón. Me agarraba a su falda, me encantaba mirarla, mientras se esforzaba en sacar unos duros para dar de comer a mis nueve hermanos.
Su muerte nos marcó para siempre. Su ida fue un antes y un después para toda la familia.
Han pasado veinte años
y la vida a pasos agigantados
En un descampado del barrio, lindando con las vías del tren, hay un grupo de chavales, -Antonio está entre ellos-,el más espabilado de ellos, al que llaman “Coco” les ha traído unas pastillas que “colocan”, algunos no quieren probarlas, pero no van a ser menos que los demás, y todos se la toman con un trago de cerveza.
Tengo alas,vuelo. Me siento poderoso, lejos de todo. La cabeza me da vueltas, pero sigo volando. Veo muchos colores, los siento.¡Qué viaje!
Cuantas veces me embarqué en esta experiencia en la que el billete era a gusto del usuario. La cruda realidad se disipaba en esos momentos, era la única forma de sentirme libre, hoy me he dado cuenta de mi gran error.
Antonio, Antonio, levántate ya, suena de forma imperativa, no es la voz de su padre, ni está en la habitación de su casa. Ahora vive en ocho metros cuadrados. Han pasado veinte años y la vida a pasos agigantados.