Las sendas del Chilabo

Se escaparon por las sendas del Chilabo. Nadie sabía quién había hecho el camino aquel que a ningún sitio conducía. Ni por qué le llamaban así. Pero a César y a Samuel les pareció, precisamente por eso, que nadie se imaginaría que escaparon por allí. Posiblemente no hubiera sido muy distinto escapar por la carretera, pero las sendas del Chilabo, precisamente por lo extrañas, daban como más seguridad, aunque no supieran explicarlo.

Escapar, eso era lo importante.

Senda-Da igual a donde vayamos.

Así que escaparon a ningún sitio por las sendas del Chilabo. Cuando llegó la noche, Samuel propuso hacer un descanso.

-Habrá que tomar fuerzas, que huir no es cuestión de llegar a algún sitio, sino de tener arrestos para no detenerse.

César no pudo dormir.

-Lo mejor es huir, le había dicho Samuel. Y César estaba de acuerdo.

Al amanecer, César percibió el griterío, y despertó a Samuel.

-Samuel, nos encontraron.

Samuel se incorporó y prestó atención. Era mucho más decidido y sabía qué hacer en cada momento.

-Corre, César, corre, que aún están lejos y no conocen el camino.

Precisamente por lo extrañas,
daban como más seguridad

Pero las voces estaban cada vez más cerca, y se oía el ladrido de los perros.

-Nos olfatean, Samuel, y así da lo mismo el camino que llevemos, no vamos a tener escapatoria.
-Corre, César, que no sea por nosotros.

Mucho antes del mediodía, los alcanzaron. Y la verdad es que no tuvieron dificultad en encontrarlos. Tanto, que ni siquiera se enfadaron.

-Os vieron coger las sendas del Chilabo, pero igual os hubiéramos encontrado. Aquí no hay muchos sitios por donde perderse, y menos aún sin dejar rastro.

En la sendaSamuel pensó que a lo mejor meterse por camino tan poco conocido era lo que más sospechas levantaba, y que, quién sabe, de coger la carretera nadie lo habría advertido. Nadie habló durante el regreso. César, con tanto silencio, tenía como una araña en el estómago.

-Saben que nos escapamos, pero ¿se imaginarán por qué lo hicimos?

Samuel se dejaba llevar y no quería pensar, que en estas circunstancias no se piensa nada bueno. Por fin, cuando llegaron, Antonio había preguntado:

-¿Y dónde os ibais? Las sendas del Chilabo no llevan a ningún sitio.
-Nos íbamos, solo eso.

En el pueblo, el mes de agosto detenía la vida. Durante el día, el calor apartaba a las gentes de la calle, y por la noche eran muchas las rencillas entre vecinos como para andarse en medio de las oscuridades. Esa noche tampoco César pudo dormir, y Samuel soñó que las sendas del Chilabo iban hasta muy lejos y que no era verdad eso de que no llevaran a algún sitio.

-Mujer, vamos a dejar que los chicos se escapen.
-Son unos niños.

Antonio, el padre, de César y Samuel, pensaba en una mañana caliente de hace ya 30 años.

-Por eso, porque aún son unos niños. Deja que los chicos se escapen. Da igual que no sepan adónde.

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1 comentario

  1. Muy bien Adolfo

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