Libros I: Editores de los que editan

La pregunta que no puede faltar en la entrevista a cualquier editor es cómo nos afecta el libro electrónico, y suele ir seguida de una explicación, si vemos peligrar el negocio, si nos hará cerrar. No sé cuántas veces la hemos respondido y cuántas veces la han respondido los colegas. Y esas respuestas son muy clarificadoras, porque más que explicar qué haremos con los nuevos formatos digitales, cuentan qué entendemos por editar.

El editor en general suele ser una persona que siempre está llorando porque las cosas van mal y seguro que se vienen a peor. Lo cual, por otro lado, es normal en este país donde todas las estadísticas muestran cómo va bajando el numero de libros leídos (ojo, leídos que no comprados) al año por habitante. Ahora está en torno a 9,5 libros leídos al año por persona, lo cual nos acerca peligrosamente a los números de países como México (7,7), Argentina (5,9) y Colombia (4,5) donde la población tiene serias dificultades para adquirir libros, y nos aleja de los países europeos como Alemania (15), Noruega (18) o Francia (29), y por supuesto nos deja a la altura del betún con Japón (49). Aunque las medias medias son, sí dicen una cosa y es que si no se lee, y cada vez se lee menos, lo que seguro que no se hace es comprar libros. Así que los lloros de los editores y editoras están más que justificados. Sin entrar a valorar lo que esto significa para la sociedad, eso ya lo hablaremos en el siguiente artículo relacionado con los lectores y lectoras, lo que no se puede negar es que el mercado interno español desaparece.

Sherezade fue
una gran editora

Sin embargo, y a pesar de todos esos datos, creo que no hay mejor país ni mejor momento en la historia de la humanidad para ser editor que España en la actualidad. En estos momentos, cualquier persona que tenga un ordenador algo potente, un rincón en su casa, y una línea ADSL, se puede dar de alta en autónomos y editar libros. Con la impresión a medida, y rescatando viejos sistemas de financiación como la suscripción, puede estar sacando adelante su editorial, no de forma profesional, claro, pero todo es un comienzo.

Cada uno debe tener claro qué significa editar. Un editor, siempre hablando desde la ficción, en esencia, es una persona que una vez escuchó una historia de alguien y cree que otros pueden llegar a valorarla tanto como para retribuir que se la cuente. Y para eso, el formato da lo mismo. Me da igual que venga en papel, en un formato digital o contada al oído. Sherezade fue una gran editora. Sus historias no sólo tenían tanto interés que eran retribuidas (seguía viviendo), sino que sabía darles el formato adecuado (de amante narradora).

Ese debe ser el credo de cualquier editor. Creo en la historia sobre todas las cosas, creo en que tiene interés para una comunidad concreta, creo que está bien escrita y creo que si le doy el contenedor adecuado será algo que enriquezca a dicha comunidad, bien culturalmente, bien económicamente, o ambos casos.

El problema viene cuando el valor del libro no es la historia. Cuando el activo del editor no es la literatura sino otros factores, entre los que destacan tres: el papel (que viene dado por el bajo precio del petróleo), las ayudas mal gestionadas de las administraciones y el ego de los escritores.

Estos tres factores, juntos o por separado, hacen que el negocio pueda tener un valor diferente. El objetivo ya no es crear valor cultural y económico en una comunidad, sino generar valor económico personal. El mecanismo es simple: necesito un escritor dispuesto a pagar por ver su obra publicada (o sea, un escritor dispuesto a pagarse el ego), necesito que una administración otorgue ayudas sin criterios de calidad y necesito que el precio del petróleo sea lo más bajo posible, para que el papel esté también barato. Con estos tres factores, una persona puede cobrar al autor por la publicación, puede cobrar la subvención, y tener ya el libro pagado. Si además el autor vende cien libros en una presentación entre los amigos, el negocio ya está hecho. El editor ha ganado su dinero. El dinero del autor, por esas ventas es ridículo (además ha pagado) y ese libro nunca sale de las bodegas del editor, ni tiene más vida que esas pocas lecturas. El resultado es un editor que gana dinero, un autor con el ego satisfecho porque puede decir que ha publicado, y una comunidad lastrada culturalmente por un libro que va a decepcionar a los lectores.

El problema viene cuando
el valor del libro no es la historia

Y claro, este tipo de editores y editoras mueren con el formato digital. Su negocio es el valor del papel, su cliente no es el lector sino el propio autor. Por eso comienzo diciendo que la respuesta a la pregunta del libro digital habla mucho de lo que uno entiende por edición.

Todavía recuerdo cuando iba a publicar mi primer libro, allá por 2004, que varias empresas de autoedición, me cobraban 3.000 euros por pacer 500 ejemplares. En esto, doy pequeños datos para escritores nóveles que se acerquen a la autoedición. Si les cobran en una coedición más de 700-1000 euros por 800 ejemplares, el editor se está pagando el sueldo. Si les cobran más de 1600 euros por pagarla usted completa, se están quedando con su dinero.

Realmente estas dos cosas citadas son los verdaderos enemigos de los editores y editoras. El libro informático nos da lo mismo. Para los editores independientes, el margen de beneficio que puede quedar en un libro de papel y en una descarga digital es más o menos lo mismo. Las verdaderas dificultades son las que se han citado antes: un desinterés social por la lectura, que no es más que otro ejemplo del nivel cultural, tecnológico, político y humano que hay en España, mucho más cercano en concepciones a los países en vías de desarrollo que a los países europeos; y la poca ética y decencia con la que se han acercado muchas personas al mundo de la edición, que sólo ha conseguido que muchos lectores se defrauden y se refugien en las grandes multinacionales, seguros de lo que pueden encontrar, aunque sea siempre lo mismo.

El papel del editor independiente será crucial en la literatura del mundo digital. Las nuevas tecnologías van a conseguir una gran democratización de la cultura que, como en el momento de la imprenta, permitirá que muchas más obras estén disponibles, que los autores pueden editar y comercializar sus propios escritos. Los lectores se enfrentarán a una avalancha brutal de propuestas. Pero no nos engañemos, tener un historia interesante y escribirla bien no es tan fácil, y lo que se va a encontrar el lector es un gran acceso a obras que le van a decepcionar, y tendrá muchas más dificultades para encontrar las obras que de verdad le interesan. Por otro lado, muchas veces, esas obras tendrán unos formatos y unas terminaciones anodinas, cuando menos, por no decir descuidadas (correcciones deficientes, malas terminaciones) que hacen que el libro pierda mucho de su interés.

El libro es más
que papel y tinta

Ahí aparece el editor, como una figura de confianza que el lector sabrá que tiene un criterio de elección de gustos similares a los suyos, que podrá ofrecer un escrito bien cuidado, corregido, maquetado, e incluso personalizado. El libro es más que papel y tinta, es más que una historia, o un estilo literario, el libro es una experiencia que debe crear muchas sensaciones, debe ser un objeto bello y debe ser capaz de encontrar su lugar en la vida del lector. Obviamente eso no se consigue con todos los lectores, pero el libro que no nazca con esa vocación, nacerá muerto. El editor en el mundo digital es la figura que nos proporciona un objeto (da igual en papel o en formato electrónico) que el lector desea incorporar a su espacio, cuya visión le recrea, cuya historia le conforma y le hace descubrir.

Pero para ello, en primer lugar, debemos hacer autocrítica, ser capaces de separarnos de ese pernicioso lastre del viaje, que no compañero, que es la autoedición; denunciarla, no darle espacio a nuestro lado, recuperar la confianza de los lectores en la edición independiente que la autoedición ha destruido. Obviamente, los libros de cada editorial independiente no gustan a todos los lectores y lectoras. Pero no hablo de gustos sino de que sepan que hay honestidad en ese trabajo, que igual no comparten gustos con una editorial concreta, pero habrá otros lectores y lectoras que sí lo hagan, y que seguro que hay una editorial independiente que tiene textos que le van a gustar.

Y en segundo lugar debemos exigir a las administraciones que creen mecanismos de promoción de la lectura adecuados y eficaces, que creen valor a la literatura y al conocimiento frente al utilitarismo en la educación (estudio porque disfruto conociendo frente a estudio porque me sirve para trabajar, educación frente a formación). Esto no es pedir más ayudas ni más subvenciones, sino políticas integrales, honestas y comprometidas. Los editores independientes, como agentes comunitarios, sociales y económicos, no deberíamos permanecer callados viendo como la sociedad española entera se aproxima a unas formas económicas, culturales y de ocio, deshumanizadas, alejadas del conocimiento, de la imaginación, de aquello que conforma y desarrolla al ser humano.

Después de todo eso, créanme, el formato de las historias, de verdad, carece de importancia.

 

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