Desmadres y despadres (VI): “Todo España gritó”

Habían pasado ya los fastos del mundial que ganó España. La situación se había ido normalizando, los humos se disolvieron en las brisas costeras del verano y la gente se volcó al descanso superficial que supone tirarse sobre la arena sin paracaídas: suficiente amortiguación se logra con los michelines cultivados durante el invierno. Descanso superficial, digo, porque para conseguir uno profundo hay que sumergirse en las profundidades de algo, cada cual lo elige, y no daré pistas.

En eso andábamos. Ya mediaba el tiempo de asueto, ya ardían los asfaltos urbanos despertando la sospecha de los bomberos, ya les subía la fiebre de las muchachas primerizas estimuladas por la libido encendida de los ligones de playa, ya crecía la sospecha de todo, ya. Los bomberos, parapetados en sus cascos de ventilación intrauterina, estaban prestos a la acción.

En una tele garbancera no paraba de salir a escena la famosa de turno, cada vez más ligera de cascos y de sostenes. Con la calorina del día se fundieron los plomos de muchos satélites interestelares que, presas del pánico, se acogieron a la caridad de los pocos que se mantenían en función, entre ellos el que transmitía las basuras de la tele garbancera. Se produjo así una conjunción astrosatelital que provocó la conexión cósmica de todos los aparatos que retransmitían señales al país. En un intencionado descuido, la famosilla perdió inesperadamente la peluca.

En una tele garbancera no paraba
de salir a escena la famosa de turno

Entonces vino lo bueno. Toda España gritó, incluidos los vociferantes vecinos de Villamediana la mayor y de Villamediana la menor que estaban acostumbrados a la gresca desde su más tierna ancianidad. Sus alaridos se oyeron en todos los cuarteles de la Bombería universal, lo cual estuvo a punto de provocar una inundación de gases lacrimógenos en todo el territorio nacional porque los gritos eran del tipo manifestación violenta contra las instituciones más sagradas de la patria.

Fue entonces cuando las tanquetas antidisturbios lanzaron alternativamente chorros de agua morada, amarilla y roja para identificar a los sediciosos. Intervino la autoridad, pero la cosa no pasó a mayores porque la caída de ropillas fue seguida de una inmensa risa por parte de todos los espectadores de todas las cadenas de todo el país, incluidas las menos serias, que calmó las ansias de los bomberos.

No obstante, hubo denuncia por parte de los vigilantes de la moral pública. Cuando el Tribunal Supremo tomó razón de la causa de aquella algarada, condenó a la famosilla a salir siempre de espaldas en la tele garbancera con las piernas al revés.

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1 comentario

  1. Como dijo el otro día en la televisión.
    Hacer reír es una cosa muy seria.
    Ser capaz de hacer que sonriamos, siempre es de agradecer.

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